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Mikel Labastida

El síndrome de Darrin

Dejemos a las series morir en paz

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Ahora que han pasado unos días desde que supimos el final de ‘Juego de Tronos’ y que se han calmado los ánimos con que hemos vivido la última temporada tal vez sea el momento de plantearnos el modo en que afrontamos los finales de las series, como una especie de juicio sumarísimo a aquellos autores que nos han regalado títulos con los que hemos disfrutado.
No deja de ser curioso que seamos especialmente duros con los creadores de una serie que nos ha proporcionado tan buenos ratos, un universo riquísimo y un buen número de conversaciones y debates. Porque tendría cierto sentido -aunque tampoco sea necesario- que despotricáramos contra los guionistas de producciones que nos hayan decepcionado, aburrido o que se hayan estirado hasta la extenuación, pero no contra los que lo hicieron bien. O todo lo bien que se puede hacer con un fenómeno de semejantes características. Nunca antes nos habíamos enfrentado a un título que suscitase tal interés en el mundo y que fuese sometido a este nivel exagerado de análisis. Llevar esa responsabilidad no ha de ser fácil. Y no descartaría que la prisa que han tenido Benioff y Weiss por quitársela de encima se deba en parte a esa presión, a esa atención desmesurada.
No tenemos que olvidar que hemos asistido a una circunstancia poco habitual en el mundo de las series. A ‘Juego de Tronos’ se le ha recriminado que ha rodado menos episodios de los esperados, cuando lo habitual es que se eche en cara a creadores y cadenas que estiren sus éxitos hasta desvirtuarlos, como ocurrió con ‘Dexter’, ‘Weeds’, ‘House of cards’ o la recientemente culminada ‘The Big Bang Theory’. Con fenómenos como ‘Breaking Bad’ o ‘Perdidos’ la audiencia entendió que tocaba poner fin. Pero esta vez ha sucedido la contrario, nadie creía que los personajes estuvieran agotados o que se alargaban las tramas sin sentido.
Pero Benioff y Weiss decidieron que este era el momento y modo de poner fin a esta historia. A SU historia. No se nos debería olvidar que, por mucho que la serie haya traspasado todo tipo de fronteras y forme parte del imaginario colectivo, ‘Juego de Tronos’ (la serie) es de ellos. Ellos decidieron adaptarla, ellos convencieron a HBO para que la produjera, ellos seleccionaron las tramas que iban a mandar en el relato, ellos fueron enganchado cada vez a más espectadores hasta convertirla en una cita imprescindible.

 

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Con estos antecedentes, desde luego, no deberían ser sospechosos de nada, pero aún así su labor fue puesta en duda desde que se estrenó el primer capítulo de esta última temporada. Demasiado lento, demasiado soso, demasiado flojo. Por supuesto no me estoy extrañando de que el público opine (yo mismo lo hago) sobre algo que ha visto, consumido. Tenemos derecho a que las cosas nos gusten o no y a decir por qué. Pero en este caso las valoraciones trascendían a lo que nos agrada o no, para poner en duda la capacidad de los autores para echar el cierre a algo que ellos habían puesto en marcha. Como si fuesen unos aficionados o unos recién llegados. Como si no llevaran ocho años haciendo esto.
He visto a gente echándose las manos a la cabeza en plan ‘cómo hemos dejado en manos de estos señores’ nuestra serie. Se les ha criticado por todas las vías y se ha llegado incluso a abrir una petición en change.org para solicitar que se rehaga la temporada con otras manos y otros argumentos. ¿Y a quién se supone que habría que pedírselo? ¿Y qué pasa si a otro millón de personas no les gusta el nuevo final? ¿La volvemos a rehacer o regresamos al anterior? La actitud es infantil, pero da cuenta del poco respeto con el que juzgamos en ocasiones determinadas labores. Y de algunos excesos asociados al modo en que vemos las series.
Con esta desconfianza y esta superioridad (todos llevamos un guionista dentro y lo hemos dejado salir en el último mes y medio) hemos asistido al final de ‘Juego de Tronos’. Y lo hemos juzgado en función de si se desarrollaba como esperábamos o no, del destino que se le daba a nuestro personaje favorito, de si vencía la familia por la que habíamos apostado. Y si esta expectativas (un poco simples) no se cumplían nos enfurruñábamos y no éramos capaces de ver y valorar el resto.
Porque me resulta incomprensible que a estas alturas no seamos capaces de aplaudir la dimensión que ha tenido ‘Juego de Tronos’, el divertimento que nos ha proporcionado, la incidencia que ha logrado en nuestra sociedad, la coherencia que ha mantenido durante 73 capítulos.

 

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La experiencia de ‘Juego de Tronos’ nos debería hacer reflexionar sobre el modo en que encaramos los finales de las series, la vehemencia con que los digerimos. No es la primera vez que nos pasa. Esperamos muchos finales con las garras afiladas y así es difícil que nos dejen satisfechos, por más que se cierren todas las tramas, que se busquen salidas para todos los personajes o que se gasten una cantidad de dinero ingente para ofrecernos lo nunca visto en televisión (esas batallas tardaremos en tener con qué compararlas).
Tendríamos que aprender a separarnos lo suficiente de la obra para analizarla, para buscarle matices, para entender lo que querían contarnos. Y comprender que la obra no es nuestra, aunque creamos que sí. ‘Twin Peaks’ no era nuestra. ‘Perdidos’ no era nuestra. ‘Juego de Tronos’ no era nuestra. Por más que todas estas y otras las hayamos vivido con una intensidad notable. Es de otros autores y en su mano estaba colocarle el punto final. Ese derecho es suyo. Y a nosotros nos queda aceptarlo. Y no ver más series firmadas por ellos si hemos quedado descontentos o verlas todas si aún estamos flipando. Lo que no podemos es sentirnos agraviados, heridos o indignados como si nos hubieran dañado algo de nuestra propiedad.
Esa actitud será buena para nuestra salud seriéfila. Consumiremos más series sin temor a si culminaran bien o mal y coaccionaremos menos a los guionistas para que hagan a gusto su trabajo, para que clausuren como deseen las historias que ellos han ideado. Solo ellos. Lo de que la importante son las historias (que decía Tyrion), creo que era una tirita que Benioff y Weiss se pusieron antes de hacerse la herida (previendo la que se les veía encima).
Menudo marrón cerrar ‘Juego de Tronos’. Eso lo han tenido que pensar mil veces. Y con razón.
Con esta última temporada hemos asistido a todo tipo de reacciones post-capítulos y post-final. Hemos hallado a los que renegaban de todo y a los que le buscaban explicación a lo que hiciera falta (sabiendo más que los propios directores). Los que se autoproclamaban defensores a ultranza de la serie (y como tal incluso insultaban a los que osaban a criticar alguna trama) y los ‘haters’ que no pasaban ni una por alto. Los que trataban de disfrutar el capítulo y los que se sentaban a buscarle el fallo. Posturas extremas. Todo a lo grande con ‘Juego de Tronos’. Se nos ha ido la vida e igual no era necesario llegar tan lejos.
A ver si se nos va pasando la excitación y empezamos a evaluar y estimar lo que ha supuesto para la televisión, la seriefilia y la creación este fenómeno. Que ha sido mucho (más allá del acierto o no con el desenlace). No podremos hablar de historia de la televisión sin citarla.
Aprendamos la lección: dejemos morir a la series en paz. Nos irá mejor.

 

PD: Hablando de morir. Con este post dejo morir este blog (que ya apenas actualizaba) que nació hace siete años para hablar de series y televisión, cuando solo lo hacía de modo esporádico. Como los tiempos han cambiado y ahora tengo otros espacios para escribir de ello será mejor cerrar esta ventana seriéfila.
Me puede seguir leyendo en lasprovincias.es y La butaca y escuchando en el Laboratorio de Investigación de Series.

No se me ha ocurrido mejor final, tampoco tenía dragones y lobos huargos.

 

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Sobre el autor

Crecí con 'Un, dos, tres', 'La bola de cristal' y 'Si lo sé no vengo'. Jugaba con la enciclopedia a 'El tiempo es oro' imitando al dedo de Janine. Confieso que yo también dije alguna vez a mi reloj: "Kitt, te necesito". Se repiten en mi cabeza los números 4, 8, 15, 16, 23, 42. Tomo copas en el Bada Bing. Trafico con marihuana en Agrestic y con cristal azul en Albuquerque. Veo desde la ventana a mi vecino desnudo. El asesino del hielo se me aparece en cada esquina y no me importaría que terminase con mi vida para dar con mis huesos en la funeraria Fisher.


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