“Como chef soy muy exigente, hay veces que repito las cosas ochocientas veces y es que no hay manera de que salga”
Begoña Rodrigo
Quizá no se lo han planteado. Pero ‘Blancanieves’ o ‘Caperucita’ tienen mucho que ver con ‘Top Chef‘ y otros similares. ¿Lo digo por las habilidades culinarias de las criaturas de los Grimm y de Perrault? No. Este cuento no va por ahí…
No hay relato para niños que se precie sin un personaje bueno, muy bueno, como podría ser Caperucita o la Bella Durmiente, y un malo malísimo, como el lobo o la madrastra de Blancanieves. Tampoco pueden faltar un héroe, casi todos los príncipes suelen serlo, y una víctima, como Pinocho, diana de las burlas de sus compañeros de la escuela, o la Cenicienta, humillada constantemente por sus hermanastras. Estos ingredientes son fundamentales en cualquier fábula de las que nos contaban de críos antes de dormir. La literatura infantil está cargada de estereotipos y de roles maniqueos. No existe el término medio: los villanos son incorregibles y los bondadosos incorruptibles. El planteamiento se debe a que estos textos pretenden actuar de referentes claros de conducta para los niños y buscan que éstos diferencien las actitudes correctas y las erróneas. Como los buenos siempre acaban bien y a los malos los planes se les truncan, los pequeños lectores tenderán a imitar a los primeros y a rechazar a los segundos.
Las cosas no siempre cambian cuando nos hacemos mayores. Y algunas historias las queremos seguir consumiendo como cuando éramos niños. Por eso la mayoría de ‘realitys’ que vemos en televisión están construidos como si fuesen cuentos, con protagonistas a los que sea sencillo etiquetar. Éste es el cabrón, ésta la generosa, aquel el pringado y el otro la víctima. Arquetipos que reconoceremos rápidamente y con historias que nos engancharán semana tras semana. La mayoría de ‘realitys’ han seguido este esquema. Siempre ha habido un malo al que ha expulsado la audiencia y una víctima con la que los espectadores empatizan. Y alrededor de ellos otros personajes secundarios.
Begoña Rodrigo se ha convertido en la nueva mala de la tele. A ella le ha caído el sambenito de villana en la primera edición de ‘Top Chef’, que emite Antena 3. La semana pasada las redes sociales ardieron en contra de la cocinera valenciana durante la emisión de la octava gala. Y las palabras que le dedicaban gran parte de los internautas no podrían aparecer en ningún cuento. ¿El motivo? Una decisión tomada por Begoña ocasionaba más tarde la eliminación de Bárbara Amorós, concursante, también valenciana, sobre la que ha recaído el rol de víctima. Ya tenemos el cuento montado. La buena, la mala y alrededor de ellas varios compinches de la villana y algún héroe suelto. No es arbitrario el papel relevante de ambas. Las dos han sido generosas al mostrarse tal cual son en pantalla, para lo positivo y lo negativo. Y esa exposición tiene un precio.
El programa firmó el miércoles su mejor dato de audiencia, un 21% de cuota de pantalla, una barbaridad, más si se tiene en cuenta que la semana anterior apenas había alcanzado el 14,5%, cifra en torno a la que se ha movido después de su estreno. ¿Casualidad? No. Pocas cosas son casuales en la televisión.
Begoña Rodrigo es una de las promesas de la cocina de la Comunitat Valenciana, un verso suelto que, a fuerza de talento y tozudez, ha conseguido sobresalir en el mapa gastronómico, como contó hace unos días el vecino de blog Jesús Trelis. Su fuerte carácter, su estilo directo, sus arrestos y su incapacidad para disimular lo que le desagrada la convirtieron desde el estreno de ‘Top Chef’ en la candidata perfecta para interpretar el papel de mala perversa. Ya en el primer programa ella se definía como una persona sin pelos en la lengua y sorprendía a la audiencia renegando de la paella (cáspita, qué sacrilegio) y desafiando al jurado. “Me puedes quitar o me puedes dejar”, espetaba a Susi Díaz, que era la responsable de determinar o no su entrada al concurso. En los programas siguientes estas características de la personalidad de Rodrigo se iban remarcando: la vimos plantar cara a uno de sus compañeros (“a lo mejor los tengo más cuadrados que el resto”) o asimilando algunas críticas con acritud (“tu cara también es mejorable”, frase mítica donde las haya). No todo lo que hemos ido viendo de ella ha sido negativo. Al mismo tiempo nos han presentado su capacidad de liderazgo, sus excelentes dotes para la cocina, e incluso, en alguna ocasión hasta ha llorado. Los malos también lloran. Una combinación perfecta para granjearse enemigos y admiradores a partes iguales entre los espectadores.
Paralelamente, el resto de concursantes también iban adquiriendo un rol. De todos ellos el que más ha destacado ha sido el de Bárbara, una participante a la que desde el principio la dibujaron como despistada, insegura y poco ortodoxa. En la primera prueba cambió hasta tres veces de opinión a la hora de hacer un plato, algo que ha ocurrido en más ocasiones. A esta continua indecisión se le unía un carácter alocado y divertido, que mientras la separaba de sus compañeros la unía a un público que se identificaba con ella. Por eso la audiencia se solidarizaba con ella cuando veía como la mayoría de los participantes la rechazaban (nunca nos han mostrado muy bien por qué, lo cual induce a pensar que es por capricho).
Ninguna de las imágenes y secuencias a las que hemos asistido a lo largo de estas semanas es casual. Hay que recordar que ‘Top Chef’ fue grabado en su totalidad hace unos meses, por lo que el equipo de producción dispone de todo el material para montarlo como quiera y, sobre todo, sabiendo lo que ocurrirá después. En programas como ‘¿Quién quiere casarse con mi hijo?’ el montaje es más evidente, pero en espacios grabados como ‘Top Chef’ hay también una labor de realización muy precisa, seleccionando y descartando fragmentos en función del discurso que al programa le interesa trazar. Con esto no estoy diciendo que el espacio se invente nada, sino que cuenta la historia como le interesa. En su derecho están, que para eso es su programa.
Otra cosa es que los que han accedido a participar en ese juego estén conformes con cómo se narra su historia. A juzgar por los comentarios en twitter, durante la gala ocho, de los implicados (los que salían peor parados, claro está) muy satisfechos no quedaron. “Viendo el programa seguramente yo pensaría igual”, dijo uno de ellos. Por cierto, muchos de esos tweets han desaparecido misteriosamente. Los calentones, ya se sabe, no son buenos.
Y es que en la gala ocho surgió el gran conflicto. No hay cuento sin conflicto. El concurso (he dicho concurso, sí) ofrece la oportunidad a una de las participantes para que quite el ingrediente que quiera a los otros concursantes. La afortunada es Begoña, que decide aprovechar la oportunidad para sacar del juego a una oponente. Así arrebata el aceite a Bárbara y condena su plato. La jugada es maestra si tenemos en cuenta que uno va a un concurso para ganar. ¿Juego sucio? De ninguna manera. Lo habría sido si ella se hubiese saltado las normas o robado algo. Pero no, siguió las reglas. Por eso resultaba tan extraño que Chicote se hiciese el sorprendido. Desde el momento en que él mismo plantea la prueba es consciente de que se generará un conflicto.
El caso es que la damnificada fue Bárbara, la escogida para representar el papel de víctima. Y sus seguidores, que son muchos, estallan y comienzan las descalificaciones a través de internet. No pretendo insinuar que Bárbara exagere o haya forzado el papel de víctima. Es el programa el que así lo ha decidido. A ella le favorece, pero no es desde luego la culpable. De hecho le honra el hecho de que estos días pidiese respeto para todos sus compañeros.
El conflicto beneficia a cualquier ‘reality’. Lo hemos visto con ‘Gran Hermano’ y con todos los que han venido por detrás. A lo largo de estos días Antena 3 ha sacado su artillería para recordar este enfrentamiento, haciendo promociones constantemente y llevando a los protagonistas de ‘Top Chef’ a casi todos los programas del grupo de televisión. Chicote y Susi Díaz llegaron a ir a laSexta Noche, tertulia política donde pegaban más bien poco. ¿Hablaron de platos o de recetas? No. El tema principal fue la polémica eliminación de Bárbara. ¿Quién quiere hablar de gastronomía cuando con las disputas y bretes se puede conseguir un 21% de audiencia? Y estos datos hay que mantenerlos porque desde esta semana toca competir con ‘La Voz’.
Lo de ‘Top Chef’ no es una excepción. Los malos y buenos son clásicos en todo ‘reality’. En ‘Masterchef’ el papel de villano le tocó a José David (también valenciano, yo empezaría a planteármelo). Cuando finalizó el programa sus propios compañeros, incluso con los que más problemas tuvo como Maribel Alcachofas, reconocían que nada tenía que ver la realidad con la ficción. Las propias Begoña Rodrigo y Bárbara Amorós explicaban juntas hace unas semanas a este periódico, en un reportaje de otra grande, Carmen Velasco, cómo había sido su participación en el programa. El concurso ya estaba grabado pero nadie sabía lo que había sucedido. Aunque a decir verdad mi compañera Velasco se olió la tragedia.
En estos programas todo se magnifica.
Y, mientras duran, a los malos no les queda más remedio que soportar su fastidiosa cruz. Y a las víctimas también. Que esa cruz también pesa. ¿O es que alguien va a recordar a Bárbara por sus platos? Pues también los prepara, y bastante bien.
A todo esto, esta semana se anuncia repesca. Supongo que querrán ver si con un poco de suerte llegan a las manos… Perdón, a los pucheros quise decir.
En fin, que desvarío. Que colorín colorante este cuento ya no hay quien lo aguante.
Títulos de crédito: La foto que ilustra el post es de Jesús Signes, mientras que en la que aparecen Begoña Rodrigo y Bárbara Amorós pertenece a Irene Marsilla. Para quejas, sugerencias y otras necesidades humanas mi correo es mlabastida@lasprovincias.es