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Jesús Trelis

Historias con Delantal

LA CRUEL PROPUESTA DE SHERLOCK

Nada más entrar me dejó descolocado. “Ha vertido demasiado queso en la salsa”, me aseguró al tiempo que me estrechaba la mano derecha con una mirada algo estirada, alisando su traje de corte inglés con la palma de la mano izquierda y arrastrando con fuerza sobre el felpudo de la entrada sus mocasines de cuero negro, estilo siglo XIX y acordonados con una fina hebilla . “Y no se agobie más, por favor, ahora ya estoy aquí”, me recalcó para finiquitar su escueto saludo de bienvenida.

Le contesté con un titubeante: “Welcome, mister Holmes, Sherlock Holmes“. Intenté preguntarle cómo sabía lo de la salsa de queso, pero no me dejó ni siquiera acabar. “Parece usted excesivamente predecible. Sé que ha puesto demasiado queso en la salsa que ahora mismo se está cocinando porque en el ambiente hay un sutil olor a acidez, fruto de la fermentación con la nata; sé que el queso es de tetilla porque le ha quedado un trozo de la etiqueta pegado en su manga donde una bandera gallega delata el origen del fromague; y sé que está nervioso -diría que tremendamente nervioso- porque tiene el delantal repleto de arrugas, tan marcadas que sólo se puede originar con los apretujones constantes e intensos de unas manos de alguien que está totalmente esquizofrénico. Además, sé que está cociendo pasta para esa salsa porque escucho de fondo el borboteo del agua en la que está hirviendo. Y que, por cierto  querido amigo, si no va en este mismo instante a retirar la cazuela del fuego se le pasará, porque llevamos más de cuatro minutos hablando, más los cuatro minutos que ya llevaría hirviendo cuando yo he llegado, son en total ocho. Pensando que el promedio de ebullición de una pasta debe ser de unos seis o siete minutos, según su grosor, su pasta debe estar a estas alturas a punto de echarse a perder”.

Corrí rápido a la cocina, volví a apretar mis manos sobre el delantal y, en efecto, saqué mis tallarines que estaban algo más allá que ‘al dente’. “¡Pero no sabrá con qué le voy a completar el plato!”, exclamé desde la cocina. La respuesta fue de nuevo contundente: “Por supuesto que lo sé, estoy detrás de usted amigo. Y veo los champiñones y las salchichas, que por cierto deben estar condimentadas con pimienta negra porque tiene el suelo repleto de pequeñas escamas que se han desprendido del molinillo”. “Bueno, pues le añado que los tallarines son a la trufa”, le repliqué mirándole a la cara con gesto de orgullo. “No esperaba menos, con las ganas que tenía de conocerme”, me contestó mientras me daba la espalda camino al comedor de mi casa en El País de las Gastrosofías.
Parecía que el archifamoso detective, hijo de la imaginación envidiable de sir Arthur Conan Doyle, tenía todo perfectamente medido. No dejaba al azar ningún detalle de mis quehaceres y desquicios culinarios. Ni siquiera de mis pensamientos. “Deje ya de preocuparse por los tallarines, si estoy aquí no es por su comida, como se puede imaginar”. En efecto, mis tallarines a la trufa, con salsa de queso tetilla, setas y salchichas al aroma suave de pimienta, estaban demasiado lejos de la perfección que parecía rodear a Holmes. Y en efecto, no vino a mi encuentro por cuestiones gastronómicas.

Eso lo descubrí después, cuando Sherlock me propuso un pacto: un buen crimen. Él, con sus pesquisas, descubriría al autor, que sería un indigente de las calles de Londres convertido en sicario que encontraría un hogar, comida y compañía en la cárcel; su amigo Watson escribiría la novela contando con todo tipo de detalles escabrosos el relato del cruel asesinato; y yo… yo pasaría a la fama como la víctima de ‘El estrangulador del delantal’. “Que historia más bella…”, exclamó el señor Holmes jugueteando con sus dedos con una pipa de madera rojiza y marfil.
Desde aquel día me ha llamado y enviado decenas de correos preguntándome sobre mi respuesta a su propuesta. Siempre he evitado contestarle. Aunque reconozco que desde entonces por las noches tiemblo de terror y me parece ver sombras. La sombra terrorífica de un sicario.

 

 

Tallarines a la trufa con salsa de tetilla

Ingredientes: Un paquete de 250 gramos de tallarines a la trufa (yo los encontré en Lidl, aunque hay en muchas tiendas gourmet), queso tetilla (al gusto, pero ojo que yo me pasé en la cantidad), nata para cocinar, longanizas (salchichas), setas (depende del mercado, pero los champiñones en el peor de los casos van bien), trufa, nuez moscada, nueces naturales, vino blanco, pimienta negra molida, sal, aceite y mantequilla.

 

Elaboración: Se hierve la pasta al dente. Se derrite a muy poco fuego el queso troceado en la nata, que previamente se ha colocado en una sartén con un pelín de mantequilla. Hay que sazonar con sal, pimienta y nuez moscada. En otra sartén se cocinan las setas y la salchicha a trozos (lo perfecto es destriparla, como si fuera carne picada). A mi me gusta la longaniza con un toque a la pimienta. Se puede echar un chorro muy pequeño de vino blanco cuando ya pierdan el agua los champiñones.

 

Y después, a emplatar uniendo la pasta, los champiñones y longanizas. Por encima colocamos la salsa de queso tetilla. Para rematar, rallar un poco de trufa, nuez natural y nuez moscada. Al gusto. Y un vino blanco de Valdeorras, por ejemplo, para redondear la jugada durante la comida. Y a disfrutar, pero sin Holmes. 

 

Y ya sabes que me puedes enviar tus recomendaciones a jtrelis@lasprovincias.es o seguirme en twitter: @JesusTrelis.  Y si quieres conocer la historia del queso tetilla, aquí te dejo un enlace. http://www.queixotetilla.org/?page_id=372.

Cuentos con patatas, recetas al tutún y otras gastrosofías

Sobre el autor

Soy un contador de historias. Un cocinero de palabras que vengo a cocer pasiones, aliñar emociones y desvelarte los secretos de los magos de nuestra cocina. Bajo la piel del superagente Cooking, un espía atolondrado y afincado en el País de las Gastrosofías, te invito a subirte a este delantal para sobrevolar fábulas culinarias y descubrir que la esencia de los días se esconde en la sal de la vida.


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