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Jesús Trelis

Historias con Delantal

CALÇOTS Y GOMORRA

Don Jabugón, chef-comisario del País de las Gastrosofías, me envió una paloma con un mensaje secreto. Tenía que llegar con urgencia al epicentro del infierno de los sarmientos y allí intentar descubrir un antídoto para desenganchar a una legión de adictos a los endemoniados calçots. “Les vuelve locos y quien come uno ya no sabe parar”, advertía.

El momento de la partida era ya; el lugar donde recibiría instrucciones, el monasterio de Santes Creus, y el objetivo, desentrañar el extraño caso de Calçots y Gomorra.

Me puse mi delantal de las gastro-investigaciones y guardé en mi mochila la croqueta-radar, el iMelon2 y mi grillo Pepito (Pepito Grillo, para los amigos), que era mi ayudante de cámara en las misiones imposibles. Todo eso y la gacheto-bodega, que aunque don Jabugón me prohibió llevármela para evitar situaciones embarazosas, la cogí por si se presentaba celebrar algo.

 Fui hasta el gran acantilado de las Causas Imposibles, al sur del reino de las Gastrosofías, y salté al vacío. Al atardecer aterricé en el claustro del monasterio, donde me esperaba mi contacto: el espíritu del gran prior Pedro de Mendoza. “No hay tiempo que perder”, me dijo acompañándome a una fría celda y dándome todos los detalles sobre la invasión de los calçots endemoniados. “Saldrá mañana temprano”, me dijo antes de citarme para la cena a las siete de la tarde.

Calustro de Santes Creus. EL DELANTAL

Al anochecer, ante las almas perdidas de una veintena de monjes, cenamos un austero caldo de ave en el comedor del monasterio cisterciense. “Pónganle un chorrito de esto”, osé a decirles señalando a una botella de Pedro Ximénez que saqué de mi gacheto-bodega. Aunque en un principio respondieron con dudas y sorpresa, poco a poco todos los monjes fueron cayendo en las garras del PX. Pero eso sólo fue el principio. Una hora más tarde, los monjes saqueaban sin compasión mi bodega portátil. Probaron toda mi colección de licores espirituosos y agotaron las reservas de cava. Cuando me retiré a descansar, entonaban cánticos celestiales al ritmo de Massiel en el La, la, la. “Creo que esto se nos ha ido de las manos”, le dije a Pepito Grillo, que me refunfuño por haber desobedecido a don Jabugón.

Cuando salí de madrugada, los gallos daban el ‘buenos días’. Desde los capiteles del claustro, animales exóticos, dragones y otros seres increíbles me deseaban suerte: “Coraje, mago de las alquimias”. Yo temblaba.

 

Santes Creus. ED

Santes Creus. ED

Llegué hasta el epicentro de la particular Gomorra. Allí, bajo el fuego de los sarmientos, ardían cebolletas indescriptibles. A su alrededor, humanos de todo tipo y condición se las comían y bebían sin parar. Sobre las brasas, chuletas de cordero y butifarras deshacían sus grasas en una orgía de placer gastronómico. Y esto es lo que mi iMelon2 detectó:

 

Calçotada en Casa Félix. ED

Casa Félix. ED

Calçots. ED

Calçots. ED

Saqué mi croqueta-radar y así localicé la sustancia que debía neutralizar. Su nombre: Romesco. No lo dudé. La probé para descubrir al detalle su composición y… y… “¡Dios mío, Dios mío, Dios míooo!”, exclamé. Mojé un calçot en la salsa,  y otro, y otro… “Basta ya, basta”, me gritaba Pepito Grillo desde uno de mis bolsillos.

Salsa romesco. ED

Al anochecer volví al monasterio. “¡Señor prior! ¡Don Pedro!”, grité algo alterado. “¡Lo siento, pero eso de los calçots es genial!”, exclamé entre los arcos ojivales. Escuché gritar entonces desde una de las celdas: “Ya está aquí el demonio… ya está aquí”. Desde los capiteles, un hombre que comía árboles me advirtió: “Huye, huye… los monjes dicen que eres Satanás. Llevan todo el día vomitando, con dolor de cabeza, blancos como fantasmas”.

Hombre verde, de los capiteles de Santes Creus. ED

Y entonces aparecieron con azadas y hoces. “Resaca, señores, tienen resaca”, les grité mientras huía elevándome con mi elevadoreitor por encima del claustro. “Arranca que nos matan”, exclamó Pepito.

Don Jabugón me requisó la gacheto-bodega y me condenó a pasar cien días sin mouse de chocolate y sin natillas de mamá. Vaya, como si fuera Cuaresma.

La Propuesta:

Puede ser una divertida escapada para un fin de semana. Visitar el atractivo monasterio de Santes Creus, muy cerca de Valls. Allí podrás comprar también embutido típico de la zona y quesos. Incluso se venden de Morella. Después tocará degustar una calçotada en cualquiera de los restaurantes de la zona.  La mayoría están especializados en ello. La temporada dura hasta marzo. Yo opté por una de las propuestas más tradicionales: Casa Félix. Y sí, ¡comí demasiado!

 

Cuentos con patatas, recetas al tutún y otras gastrosofías

Sobre el autor

Soy un contador de historias. Un cocinero de palabras que vengo a cocer pasiones, aliñar emociones y desvelarte los secretos de los magos de nuestra cocina. Bajo la piel del superagente Cooking, un espía atolondrado y afincado en el País de las Gastrosofías, te invito a subirte a este delantal para sobrevolar fábulas culinarias y descubrir que la esencia de los días se esconde en la sal de la vida.


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