El perezoso gallo de El País de las Gastrosofías me sorprendió cantando en pleno mediodía, como advirtiéndome de que algo iba a suceder. Al rato sonó fuerte el picaporte y al abrir apareció ante mí un inmenso caballero, del tamaño de un ogro, que se presentó como Teodoro Sabachnikoff. Me tendió la mano y me soltó un ‘buenos días’ con aroma a vozka. Empezó entonces a explicarme que era desceniente del clan ruso de los Sabachnikoff, que en 1892 compraron al conde Manzoni varios documentos atribuidos a Leonardo Da Vinci , entre los que se encontraba el Codex Romanoff, un tratado de cocina escrito por el genio del Renacimiento. Empezó a recordarme que en ese manuscrito, Leonardo describía su sacacorchos para zurdos, cómo cocinar una sopa de caballo, recomendaciones para comportarse en la mesa o artilugios tan sorprendentes como un cortador de berros gigante que, por accidente, acabó con la vida de dieciséis sirvientes durante una demostración.
De entrada, aunque el aspecto de aquel hombre con forma de armario me generaba cierto pavor, lo que me contaba me parecía apasionante. Le hice entrar y pronto se apoderó de mi hogar sin miramientos. Dejó sobre la mesa del comedor una carpeta de grandes dimensiones, se quitó su abrigo negro y sentándose sobre el sofá dejó al descubierto un enorme pistolón que lucía casi a la altura del sobaco. “Vamos al grano”, me espetó. “No sé en qué puedo ayudarle”, le contesté. Y sin darme casi pie a poder contestarle se explicó: “La gran matriarca de la familia falleció hace ahora una semana y nos entregó esta gran carpeta de cuero con parte de un manuscrito desconocido de Da Vinci. Pergaminos con recetas ingeniadas por el propio Leonardo cuando trabajó de jefe de cocina en la taberna de Los Tres Caracoles y en el palacio de los Sforza. Una de ellas está incompleta. Una receta que aseguran es mágica, porque te permite ver las estrellas…”.
Le insistí en que no acababa de entender mi papel en esta historia, pero pronto me lo hizo ver dejando de forma contundente su pistola sobre la mesa. “Usted es muy torpe, eso ya se sabe en todo El País de las Gastrosofías, pero tiene amigos muy poderosos que viven en su imaginación… Con su imaginación y sus personajes todo es posible”. Y mostrándome la pistola añadió: “No hay más tiempo…”. Entendí rápido el mensaje, saqué a Pepito Grillo, el grillo más sabio de todos los tiempos, y a mis tres musas exploradoras y nos pusimos a trabajar.
Con destreza, se pusieron a traducir los documentos. Entre ellos, una especie de manual de instrucciones escrito en latín que acompañaba el códice incompleto de recetas de Da Vinci. Fue en ese instante en el que, de forma incomprensible, las palabras cobraron vida y empezaron a flotar por el aire formando frases enigmáticas: “Debemos viajar a la Tierra, a un lugar en el que se ha levantado una inmensa cabeza de Leonardo; en su interior está la receta secreta, a la que sólo se puede acceder cuando, entre un mar de explosiones, las llamas devoren al falso Da Vinci”, explicó la musa Jirafa a medida que traducía las frases.
Los grandes artesanos habían cumplido el deseo del maestro Renacentista después de muchos años ocultando el misterio. Ahora llegaba el momento clave de hacer real la leyenda y dar vida a la receta mágica. “El lugar: una extraña ciudad del planeta Tierra donde huele a pólvora y baila el fuego. El momento: el 19.3.12, cuando la Luna se pose sobre Leonardo”, añadió la musa antifaz.
Lo que luego aconteció fue trepidante. Llegamos hasta aquella extraña ciudad, donde las mujeres visten como princesas. Localizamos al Da Vinci y, cuando todo empezó a estallar, las musas exploradoras se colaron en su interior, treparon por sus barbas entre el fuego y cuando la figura se partió en dos, cayó sobre ellas un pequeño cofre dorado con la receta mágica en su interior. Regresamos hasta El País de las Gastrosofías y, ante la atenta mirada de Sabachnikoff, elaboramos el plato de Da Vinci. Cuando el hombre armario probó aquel pergamino mostaza, estalló entusiasmado, nos abrazó y se marchó corriendo al grito de: “Es mágico, es mágico de verdad”.
“No le hemos dicho que es muy adictivo… Tanto que su exquisitez te hace ver las estrellas y acaba generándote dependencia”, me dijo Pepito Grillo. Días después leí que un hombre con forma de armario había muerto en Leningrado después de comerse de forma impulsiva miles y miles de rollitos de solomillo con forma de pergamino… Pergaminos mostaza. Lástima que no pudiéramos avisarle a tiempo de las maldades de la receta. Y de que no pudiéramos devolverle este maravilloso y secreto Codex Mustacĕus que dejó olvidado en mitad de tanto entusiasmo…
Pergamino Mostaza
Ingredientes: Solomillo de cerdo, zanahoria, nabo, puerro, judías, mostaza, mahonesa, sal, pimienta, aceite de oliva y pasta brick.
Elaboración: Se corta el solomillo en dados pequeños (como de centímetro o centímetro y medio). Se dejan macerar con la mostaza durante un par de horas. O más. La mostaza perfecta es la antigua, aunque se puede utilizar otras. Al gusto. Por ejemplo, en esta receta utilicé una mostaza al champagne, que era bastante suave. La verdura se trocea y se cocina con un buen chorro de aceite virgen en un wok, para que quede al dente. Se incorpora después el solomillo macerado y se le da unas vueltas a fuego fuerte. Pero sólo para que selle un poco, porque luego se va a acabar de cocinar en el horno. Con esa mezcla se rellena la pasta brick, que la cerraremos con la forma de tubo, como si fuera un pergamino, que para algo lleva el sello de Da Vinci. Se coloca en el horno y cuando esté a punto, bien crujiente, a comer. Se acompaña con una salsa de mostaza, rebajada con mahonesa. Y un buen vaso de vino.
Anotaciones: Esta historia está basada en el Leonardo Da Vinci con el que la Falla Na Jordana soprendió a los valencianos en las Fallas 2012. Una gran obra del maestro Manolo García. Además, el relato se inspira también en el libro Notas de cocina de Leonardo Da Vinci. La afición desconocida de un genio. Ed. Temas de hoy. Una obra realmente interesante.
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