EL TARTAR, LA GIOCONDA Y RATATOUILLE | Historias con Delantal - Blogs lasprovincias.es >

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Jesús Trelis

Historias con Delantal

EL TARTAR, LA GIOCONDA Y RATATOUILLE

En manos de sirenas
Especial Verano
Primera parada: Komori
Segunda parada: París

 Seguir a míster Cooking: @JesusTrelis

La noche había sido pesada, de esas tropicales, y el amanecer -mi última esperanza de alivio- me defraudó con un profundo calor matutino. O sea, entre tú y yo: fatal, fatal, fatal. Me sentía como un espía atontolinado, mareado, con ese cansancio que impregna los días más pesados del verano. Así andaba yo por mi casa del País de las Gastrosofías cuando –¡qué fantástico!- llegaron ellas a través del grifo de la cocina. “Holaaaa Coking!”, gritaron las sirenas.

Entre todas –eran unas cinco y bien fornidas- me cogieron y me metieron en la ducha. “¡Pero dejad que me quite los calzones!”, les pedí, pensando que aquello era una idea que habían tenido mis sirenitas del verano para que espabilara. Activaron a tope la presión del telefonillo y, en ese instante, la Sirena Abracadabra –conocida en la tribu acuática como la brujita de la casa- me besó en los labios bajo los chorros de agua templada y me dijo: “Cooking, requeteCooking, queridísimo renacuajo, vete por el desague hasta el quinto carajo”. Y fue así como, convertido en renacuajo –cullerot, para la familia-, acabé viajando por entre las tuberías hasta… el quinto carajo que, para mi fortuna, fue… -tachín, tachín- la ciudad del amor. Sí, París.Una ciudad repleta de vida que me esperaba repleta de sorpresas… Sorpresas secretas.

Un tartar en Marais, una visita inesperada a las cocinas de Goust, un café para soñar… París

De golpe, mi cuerpo de renacuajo salió disparado por aquel chorrillo de agua y me vi en mitad de la  fuente Stravinsky, frente al centro Pompidou, rodeado de pájaros multicolores, corazones que latían al son del agua, maquinarias imposibles, calaveras sonrientes, sombreros gigantes… fantasías animadas y una multitud turista que me fotografiaba…

“Es Cooking, ¿no? ¡Es Cooking!”, gritaban mil y un asiáticos a golpe de Nikon. Me apuré y me sonrojé porque, al reconvertirme de renacuajo a superagente, me quedé desnudo, con mis calzones en mitad de aquella inmensa y espectacular fuente. Apareció entonces por el cielo, como la Victoria de Samotracia, una hermosa dama de piel blanca y mirada inquietante. “Soy el ángel del Molin Rouge”, se presentó. “Me envían tus sirenas”, me dijo. Y sacándome de aquella fuente, hizo caer su magia sobre mí y –otra vez, tachín, tachín-…. lanzó sobre mí su magia y me convertí en el espía más elegante de todo París. Elegante pero informal. Ya sabes, Coctail Chic.

“Bonjour, monsieur Cooking. Bienvenido a París”, me dijo el ángel del Molin Rouge. Y ofreciéndome su bracillo nos fuimos de paseo por París. “Tenemos 24 horas, mon amour”, me dijo esa belleza afrancesada con un aire a Catherine Deneveau, la elegancia de Coco Channel y un no sé qué en su sonrisa. Y en su mirada… “Bienvenido a París”

A mí, entre nosotros, el estómago me hacía esos ruiditos que delatan que estás muerto de hambre. Pero bueno, dejé que mi dama me llevara por las calles de la ciudad más hermosa del mundo mundial. O, al menos, ese día a mí me lo parecía. Ella me mostraba hermosas tiendas repletas de channeles, loewes y otras bisuterías que sonaban tan rimbombantes como pronunciar en correcto francés Yves Saint Laurent. Ella, ese ángel hermoso con aire de Catherine, me hablaba de moda, de Napoleón III, de los romances y los besos bajo la luna parisina, de los días de esplendor en la Ópera Garnier y de los líos de faldas alrededor del Eliseo. Yo escuchaba pero con la mirada entretenida en otros menesteres: frutas y verduras se exhibían en plantas bajas como joyas de Cartier, carnes hermosas lucían decoradas como la mejor tienda de alta costura… y en medio de tan fascinante espectáculo urbano, aparecieron ellas: las fromageries.

“¡Ooooh! Por todos los cheesestorming del mundo; si mis amigos de Tierra de Quesos (Valladolid) vieran esto, enloquecían, le dije a mi dama. Ella reía. “Pero Cooking, mira estás ante Notrê Dame”, me dijo.  Las gárgolas me observaban con la boca abierta como amenazándome con zamparme, y no sé por qué esa simple amenaza a mí  me daba aún más hambre…

Dimos entonces con el 38 Saint Louise (una fromagerie en la Ille de la Citê)-. Me puse a sus pies y le supliqué: “Un pedacito de comte de 36 meses…, por favor”. ¡Le imploré! Ella volvió a mirarme con esa sonrisa enigmática y me dijo: “Vamos allá, un cantal  de Auvergne, un Selles-Sur-Cher con su corteza de ceniza –me recordó al torreón de Cantagrullas– de leche cruda de cabra y…  ¿un charoláis de Borgoña?…” me fue sugiriendo mi princesa  mientras mis fantasías volaban por el cielo de París recorriendo tiendas de quesos y recordando que amo al roquefort, aunque siempre echo de menos el azul de Ramón Liziega, y que me encanta cerrar los ojos al anochecer y bailar en sueños sobre un camembert de Normandia o un brie de Meaux“Me gustan todos, soy un desastre”, le confesé al ángel del Molin Rouge. Y con un trozo de Beaufort de las montañas de Saboya en mi mano derecha y un gruyere de Comte entre mis labios, seguimos de paseo por París, donde afloraban tenderetes repletos de glorias culinarias… “¡Por todos los dioses, olvidé probar la mantequilla de Saint Louis!”, exclamé a la nada…

Mi ángel me vio emocionado. “Creo que ha llegado tu momento Ratatouille”, me dijo. Miré asombrado. “¿Ratatouille?”, pregunté…  “Vamos a Goust, quiero verte llorar de emoción…”. Y entonces, convertido en un ratoncillo subí hasta la cocina del restaurante de José Manuel Miguel en el corazón de París y entre cacerolas le vi a él y a los suyos trabajar, haciendo magia en su cocina, haciendo posible esos platos que sirve cada día y le valen dos hermosas estrellas Michelin. Una Goust, otra el Il Vino.

De él ya os hablé… (Historias con Delantal edición Papel) y de la trastienda os diré que allí, fluyen los fondos de carnes y pescados, que corretean de un lado a otro verduras y hortalizas que hablan del Mediterráneo y que entre sus cocineros y ayudantes y pinches… se respira concentración, disciplina, pasión y mucho amor… Y no. No vi rastro de Anton Ego, el crítico de la celebérrima historia de Ratatouille, que tantos recuerdos suscita a algunos… “Sí, querida princesa, me has hecho llorar de emoción…”, le dije a mi ángel. “Entrar en una cocina así es una suerte que se resiste incluso a los espías más aguerridos… Si Ratatouille pudiera elegir cocina se metía aquí :-)”.

“Gracias, madame”, le dije. Ella me miró tierna, con esa sonrisa enigmática y ese aire a Catherine del que ya te hablé… y, al ritmo de una canción de Zaz -Les Passants-grabada en mi cabeza, salí de allí flotando por la chimenea del Goust y seguimos patrullando por la ciudad donde nace y muere el amor. L’Amour.

 

Nos metimos en Marais, y allí, entre callejas acabé en el barrio judío, donde me sorprendió el culto desatado por el Falafel, donde es fácil encontrar colas para conseguir uno, y tropecé con una panadería, confitería, pastelería judía…que era como el paraíso de los dulces de raíces y de historia. Maravilloso el encanto de la Boulangerie Murciano y maravilloso el encanto de sus dulces, auténticos, contundentes… maravilloso…

Entregado por completo a la ciudad, vimos pasar la tarde cotilleando por las esquinas. Las calles rezumaban vida y en los cafés se escuchaba el bullicio discreto de la felicidad afrancesada. Cafés que eran regusto a pasado y autenticidad, con sus terrazas repletas de pequeños escenarios agolpados unos sobre otros sobre los que se interpretaba día a día, hora a hora, pequeñas historias de vida. De intrigas y de venganzas, de pasados y de añoranzas, de amores y de traiciones… Estuvimos en el café de Flore y allí, escuché de fondo conversaciones ocultas en sus paredes. Palabras que vuelan de mesa en mesa y se resisten a morir. Palabras de Picasso y Giacometti, de Jean-Paul Sartre y Simone de Beauvoir, de Ernest Hemingway y Truman Capote. Pasamos por Le Procope, en la Rue de l’Ancienne Comédie, que dicen es el café más antiguo de la ciudad. Y allí, Voltiere permanecía tomando un expresso con una botellita de agua con gas: “El hombre se precipita en el error con más rapidez que los ríos corren hacia el mar”. Y acudimos al café de la Paix, selecto y al tiempo maravilloso. Y entre mesas y su columnata bailamos un minué. París es un café con terraza.

 

Paseando por uno de esos barrios de moda de París llegamos ya casi a eso del atardecer -entre la hora del café y la de ir a cenar- a Le Favorite, que posiblemente no tendría más, salvo que fue el que yo escogí para declararle mi amor al ángel del Molin Rouge. Me sentí como Bond, Jame Bond…  “¿Un café, querida?”, pregunté a mi hermosa acompañante. “Mejor una cerveza, querido espía, que es la happy hour ”, me contestó rompiendo el encanto del romanticismo y devolviéndome a la realidad. “Nos refrescará el alma y después volvemos a trabajar”. Eso me devolvió a la realidad… “…volvemos a trabajar”. Me creía Bond, pero era Cooking, mister Cooking… y esa dama era sólo mi guía en la gran ciudad… “No te puedes enamorar Cooking”, me dije pellizcándome para no caer en la tentación…

Con la chispa de la cerveza metida entre los labios, mi dama del Molin Rouge me llevó hasta un bistro, justo al lado de Le Favorite. En una placeta del barrio de Marais en la que se agolpan los restaurantes con regusto francés y a la que acuden a disfrutar del final de la tarde los parisinos más jóvenes. (Quizá por eso tenía que ir allí Cooking 🙂 ).

Allí, en el interior de Chez Joséphine, por fin, me puede encontrar con mi tartar y disfrutar como nadie… Un tartar sin historias. Puro ingrediente y una condimentación en el punto, con su picante preciso, con su sabor desatado, despertando mi ternura caníbal… “Ahora sí que soy feliz”, le dije a mi ángel. Y ella me respondió… “Es sólo un tartar Cooking, no exageremos”, y lanzó unas risas mientras yo cortaba un camembert a la plancha y hacía brotar su suave y delicado y cremoso y tierno interior. Igual que brotaban mis lágrimas y levitaba mi alma… “Será la pasión por París”, le dije. Y de nuevo, me sentí tentado de declararle mi amor… Al camembert, al tartar… a mi ángel del Molin Rouge.

 

Al anochecer, mientras se fugaban de la Saint Chapelle los últimos ángeles de París, fuimos hasta Claude el taxidermista, en la avenida Saint Germain. Liberamos un cebra dormida y a lomos suyos recorrimos la ciudad que empezaba a difuminarse como los cuadros de Leonardo Da Vinci. Paseamos entre puentes tomando infinitas copas de Champagne. La Torre Eiffel se diluía ante nuestros ojos, las primeras luces iluminaban la ciudad que siempre te deja hechizado y el Sena se paseaba bajo nuestros pies sereno. Quizás también enamorado..

Llegamos al Pont Des Arts y nos miramos con intensidad. “Sólo lamento no haber estado con la Gioconda, aunque fuera por un instante”, le confesé. Entonces ella se rió y, de nuevo, dejó fluir ese aire a Catherine Deneveu  que le acompaña y su sonrisa turbadora… Fue entonces, mirándola atentamente, cuando descubrí en medio del esfumato que en verdad era ella quien conmigo iba. Que la musa de mi Molin Rouge era la mismísima Mona Lisa. Y algo sonrojado, me postré a sus pies, le besé en la mano y le dije: “Ha sido maravillo, querida”. Ella sacó de su bolsito de pedrería un pequeño candado. Me cogió de la mano y juntos lo colocamos en la barandilla del puente, tomado ya por miles y miles de declaraciones de amor. “Esto nunca pasó, será nuestro secreto”, me dijo. Y entonces, acercó sus labios a los míos y…

Ella se esfumó, como en el cuadro de la Gioconda y yo salté al Sena. Con ayuda de mis sirenas, nadé hasta el Mediterráneo donde me esperaban entusiasmados arroces, pulpos y pescados… Pero ese será otro cantar. De momento, sigo soñando con ella. Con París.

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Cuentos con patatas, recetas al tutún y otras gastrosofías

Sobre el autor

Soy un contador de historias. Un cocinero de palabras que vengo a cocer pasiones, aliñar emociones y desvelarte los secretos de los magos de nuestra cocina. Bajo la piel del superagente Cooking, un espía atolondrado y afincado en el País de las Gastrosofías, te invito a subirte a este delantal para sobrevolar fábulas culinarias y descubrir que la esencia de los días se esconde en la sal de la vida.


agosto 2014
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