Cada noche, a partir de las nueve, la ciudad de Valencia muestra su cara más miserable. Es entonces cuando sale a la calle un ejército de pobres: inmigrantes con niños desaliñados, drogadictos de ánimo frágil, indigentes que se quejan de su suerte, humildes chatarreros…, para hurgar en los contenedores de basura y buscar algo de comida que llevarse a la boca.
Familias enteras sin techo, que duermen y malviven donde pueden, se organizan para comer los desperdicios que tiran los empleados de los restaurantes, hoteles y supermercados. Con prolijidad, abren cada una de las bolsas de basura, buscando fruta, carne, yogures caducados, cuchillas de afeitar, ropa vieja o algún objeto de valor que, por una acción equivocada, ha terminado en el contenedor.
“Yo nunca he tenido problemas con nadie. Si llego a la puerta trasera del hotel y hay otro buscando, me espero…, y cuando él acaba, entonces me toca a mí. Hay basura para todos”, explica Bernardo Ri poll, de 60 años, mientras pela un plátano maduro que acaba de sacar del contenedor del Alameda Palace.
El indigente asegura que, además de comida, algunas veces encuentra trastos viejos, alhajas rotas y piezas de bisutería, que luego intenta vender en el rastro. “Y las cuchillas de afeitar que me llevo están sin estrenar, ¨eh? Son las que tiran con su ®MOIN¯plastiquito y todo”, puntualiza Bernardo.
Un manjar “Ceno muchas veces junto al contenedor. Con mi navaja, un poco de agua y lo que cae cada noche…, no me falta de nada”, añade Bernardo. Los días en que se celebra algún acontecimiento en el hotel, este vagabundo alcireño espera hasta que termine el banquete. “Me pongo las botas…, como ostras, cigalas y canapés de los buenos, y como suelen ser los sábados, sólo estoy yo”.
Pero entre semana tiene competencia: “El de la bici es muy espabilado, no deja una bolsa sin remo ver”. El hombre de la bicicleta no es otro que Vicente Juan, de 50 años de edad, otra persona que no duda en hurgar dentro de las bolsas de basura para saciar su apetito.
Desde 1992, Vicente escarba entre los desperdicios de los hoteles y supermercados de Valencia. “El Alameda Palace es el mejor sitio porque siempre encuentras algún ®MOIN¯chuletón que otro y botellitas de champú”, asegura el indigente.
“Yo me llevo la carne a mi casa y al día siguiente la caliento un poco”, asevera. “No me gasto ni un duro en comida”, afirma orgulloso mientras fuma con una pipa. Sin parar de remover la basura, Vicente cuenta que no tiene familia: “Vivo solo en la Fuente de San Luis desde que murió mi madre y tengo un hermano, aunque se fue a Francia antes de que yo naciera y no lo conozco”.
Pero a este ex trabajador de la fábrica de muebles Mocholí no le gusta que le llamen indigente. “Con mi casa, mi bici y mi paga de 42.000 pesetas tengo para vivir”, aduce.
Desde hace ya bastantes años, la basura es la prueba de los nuevos y sofisticados hábitos de consumo de la clase media, cada vez más iguales a los de los ricos. Las empresas consultoras especializadas que han analizado los residuos de los hogares de Valencia anuncian tiempos difíciles o que todo va viento en popa según la época y la zona.
La mayor cantidad de materia inorgánica indica, por ejemplo, que cada vez se consume más comida preelaborada y productos envasados. Pero cuando se desperdicia demasiado, entra en acción un ejército de pobres. “Hoy en día los contenedores se han convertido en el mejor botín de los indigentes”, sostiene uno de los jefes de servicio de la empresa Agricultores de la Vega.
Así, la basura funciona como confirmación del acceso a nuevos niveles de bienestar, según afirma José Gil, profesor del departamento de Personalidad, Evaluación y Tratamientos Psicológicos de la Universidad de Valencia.
“Los pañales de tela ya son parte de la historia, ahora sólo se usan los de celulosa absorbente’, fue una típica conclusión de otra época. Pero en los tiempos modernos en los que vivimos, la cantidad de electrodomésticos desechados aumenta Ðindicador de que es fácil reemplazarlosÐ y los pobres que hurgan en los contenedores proliferan Ðejemplo de que se malgasta y desperdicia en exceso.
“La existencia de gente que rebusca en la basura se debe en la mayoría de los casos a un estado de necesidad. Son personas que por diferentes motivos no quieren o no