Por Javier Martínez
La vida ha puesto a María del Socorro Palomo más obstáculos de los que puede saltar su voluntad. A sus 74 años de edad, la anciana vecina de Burjassot ha enterrado a seis de sus quince hijos. Dos murieron en accidentes de tráfico, otros dos por meningitis, uno se ahogó en una acequia y otro falleció en la cárcel. Seis golpes muy duros que María ha soportado con grandes dosis de sacrificio y tesón, la misma medicina que precisó para superar una traicionera infección del virus del sida y tres operaciones recientes de tumores en la cabeza.
La anciana habla con un tono pausado y sereno propio de su amargura. Sus ojos se humedecen cuando recuerda los momentos más trágicos de su vida. «Sebastián murió en Madrid cuando sólo tenía dos meses. Fue muy duro. Una meningitis acabó con su vida», explica María con el rostro cariacontecido. «Luego le puse Sebastián a otro de mis hijos, pero también murió. Se ahogó con 11 años en la acequia de Moncada», añade la mujer.
La tercera víctima de esta aciaga historia se llamaba Carmen, una niña de tres años. «Mi pequeña era guapísima. Pobrecita…», se lamenta la anciana mientras fija la mirada en las fotos de sus hijos. La muchacha falleció en el hospital La Fe tras sufrir una grave infección en sus meninges.
José perdió la vida al estrellarse en Beniferri con un coche robado. «Sus amigos se asustaron y salieron corriendo. Eran unos críos y lo abandonaron. Mi hijo tenía 15 años y creo que conducía él», asevera.
Las drogas y las malas compañías en el barrio de la Virgen de los Desamparados en Burjassot empujaron a delinquir a varios de los hijos de María. «Agustín acabó en la cárcel de Picassent por varios robos, y allí murió con 18 años. No sé muy bien si fue por una sobredosis o por el sida.»
Y María fue atropellada por un vehículo en las inmediaciones del hospital La Fe. La joven toxicómana, que tenía 28 años cuando sufrió el accidente, entró en estado de coma y falleció un mes después.
«He enterrado a seis hijos y tengo otros tres en la cárcel. Y todo por la mierda de la droga y la delincuencia», se queja la anciana. Hace ocho años recibió el penúltimo revés. «Murió mi marido al enfermar de cáncer. La verdad es que lo echo mucho de menos. Desde entonces he pasado sola todas las nochebuenas.»
Ayuda a sus hijos presos
María, que tiene una treintena de nietos y tres biznietos, malvive con una pensión de 400 euros en una humilde casa de la calle Virgen de los Desamparados en Burjassot. Todos los meses envía 90 euros a sus tres hijos encarcelados en Picassent -30 euros para cada uno-, y ayuda también en todo lo que puede a una nieta de 23 años, Noelia, madre soltera de una niña de cinco meses. La joven fue desahuciada recientemente pese a la campaña de firmas que promovió esta ‘abuela coraje’.
Sus profundas arrugas en las mejillas y su complexión delgada, con un peso de 48 kilos, contrastan con sus ganas de vivir y el arrojo que demuestra cada vez que la muerte se lleva a uno de sus seres queridos.
«Me tomo diez pastillas cada seis horas por el sida, las úlceras y el azúcar», asegura. «Desde que me pinché con una jeringuilla en el psiquiátrico de Bétera mi casa parece una farmacia», explica la anciana. «Fue un accidente. Trabajaba allí y la aguja estaba infectada del virus del sida», añade.