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Arturo Checa

Almas con patas

La cocinera de los 3.000 clientes al día

Raquel Marqués es posiblemente una de las cocineras con más éxito de Valencia. Y con más trabajo. Cada día tiene 3.000 clientes en su ‘restaurante’. Ni uno más ni uno menos. Ninguno falla. Aunque tampoco suele tener más. Por algo en su cocina tiene un diploma de ‘supercocinera‘.

El diploma de Raquel.

Otorgado por sus propios clientes. No hay ‘local’ gastronómico más concurrido en la ciudad. Raquel Marqués es la jefa de cocina de animales del Bioparc. Y conocerla, comprobar la alegría con la que hace su trabajo, la sonrisa con la que relata como trocea la fruta con la que acompaña la dieta de los carnívoros o con la que despieza unos pollos para los felinos, el hecho mismo de visitar uno de los sitios menos conocidos de esta maravilla de parque de animales, por todo ello ya es más que una suerte tener este blog.

El primer mito (o mejor leyenda urbana) que destierras en cuanto pones un pie en la impecable cocina del Bioparc es aquel de “a los animales les deben dar fruta pasada, carne a punto de quedar en mal estado y alimentos más bien pasaditos”. Cuando uno aprecia el lustre de los platanos (un empleado del parque pasará luego a comerse uno), el brillo de la carne, el aspecto de los tomates, las acelgas, las lechugas… o la vivacidad de los gusanos (estos no son precisamente apetecibles, aunque sí sean un manjar para driles o mangostas), se da cuenta de que la calidad brilla por su presencia.

Una macedonia para chuparse los dedos.

“Al final es una cuestión de lógica: un buen alimento, sano y con todas sus propiedades, acaba suponiendo una buena salud de los animales, y eso lo que aquí buscamos”, cuenta Kielo Bokoko, del departamento de Comunicación de Bioparc, mientras observa un plátano con mirada de apetito.

Pollitos, un manjar para los felinos.

 

Las cifras del Bioparc son tremendas. Unos 100 menús se mete entre pecho y espalda Raquel. Más bien pasan por sus manos, para contentar a más de 3.000 animales de unas 200 especies. Nunca antes había trabajado en un restaurante. “Mis padres tenían un bar”. Y algo ahí se desfogó la ‘superchef’. La lista de la compra, la que se maneja a diario, lo dice todo:

  • 570 kilos de alfalfa y heno.

  • 300 kilos de fruta y verdura.

  • 250 de piensos variados.

  • 130 de carne (de caballo, pollo, pollitos, ternera, palomas, codornices, conejos, ratas y ratones).

  • 20 kilos de pescado.

  • 2 kilos de arroz.

  • 1 kilo de gusanos.

  • 20 unidades de yogur

  • 9 litros de zumos.

  • Caldos e infusiones en invierno.

  • Helados en verano.

     

    La pizarra de los secretos.

     

Da gusto pasear por las cuatro cámaras frigoríficas de la cocina del Bioparc. A mediodía aparecen a rebosar de cubos de verdura, fruta, pienso… Son las cenas. Raquel los deja preparados para sus chicos Aún queda algún cubo de los helados con los que se deleitan los animales en verano. A los chimpances sobre todo les apasionan. No menos que el pan a los elefantes. “Se pirran por él”, resume Raquel. Junto a las cámaras hay montañas de chuscos de pan, golosinas para los paquidermos.

Gusanos a mansalva.

En una pizarra, mil y un secretos de la cocina de los 3.000 comensales. Como la ‘nueva dieta de las cigüeñas’, que hay que sacar del congelador ocho ratones para los marabús, o tres codornices para los talapos o un conejo para los leopardos y las fosas. Mil y un detalles del mimo con el que se trata a las especies. O consejos que demuestran el afán de la tarea entre fogones: “Dios bendiga a quien no me haga perder el tiempo”.

Todo esto se comen sólo los leones.

En una barreña junto a Raquel, uno de los menús para una de las especies más delicadas. El puré de los oricteropos, el cerdo hormiguero, con arroz, manzana, pienso de perro… todo bien trituradito para que el oricteropo lo acepte. Ellos también tienen su paladar. A Tata, una de las leonas, no le gusta la carne de caballo. La otra cara de la moneda es Keops, uno de los leones más veteranos del parque, con 18 años. “¿Está enfermo?”, se preguntan algunos al verlo siempre delgado y siempre delgado. Todo lo contrario. Nadie zampa más que él. Más de 23 kilos de carne a la semana, entre caballo, pollo y vaca.

La bandeja de las tortugas es digna de un autoservicio vegetariano: escarola, col china, endibias, col, apio, puerro, zanahoria, rábano, remolacha, pimiento, pepino, calabacín y lechuga. Casi nada. ¿Y la cena de los gorilas. Seis lechugas, 18 zanahorias, 12 pepinos, seis puerros, 12 cebollas, una calabaza, 12 manzanas, 12 platanos y una piña. Espectacular. Luego hay quien cuestiona que el Bioparc es muy caro…

Santi y Pablo, con el rancho de los elefantes.

A los cachorros que lo necesitan se les alimenta con biberón. Pero siempre se intenta que sea lo menos posible. Seguir el camino de la naturaleza. “Cuando a la madre no le sube la leche o alguna cría es rechazada, pero siempre como último recurso”, explica Bokoko. Otro espectáculo es ver a los elefantes alimentarse en el interior de la roca. Los visitantes no disfrutan de ello, es uno de los secretos internos del Bioparc. Desde la cueva de Kitum se ve a los paquidermos aglomerados alrededor de una roca. La roca, la llaman los empleados. Como Santi y Pablo, los encargados de abrir un cubículo con seis orificios para las trompas de los animales. Allí echan heno, paja y una bola gigante para que los elefantes saquen la comida del dentro. “Se trata de que no consigan todo automáticamente, que tengan que trabajárselo, como en la vida real“, explican sus cuidadores. Ahí va el vídeo de ese mágico instante.

Al final, hasta en el corazón de Valencia, los animales viven como si estuvieran en la mismísima sabana. Esa es la grandeza del Bioparc.

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