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César Campoy

Banda sonora

Sonidos para reconciliarse con el mundo

“Quiere contarme su problema,
mientras lo intenta descifrar.
Y me habla a media voz,
como si no estuviéramos”

Conversación (a media voz), Los Sostenidos (1999)

 

Los últimos 60 y primeros 70 brindaron incomparables temas surgidos de míticos conjuntos dispersos por todo el Estado. Buena parte de esa transición más recomendable, entre el beat y el resto de sonidos de influencia anglosajona más netamente roquera, hacia nuevas formas de entender el pop, quedó cobijado bajo el manto de Hispavox y el reconocible Sonido Torrelaguna de Trabucchelli y compañía. No obstante, son numerosos los ejemplos de sellos, compositores y artistas que vieron cómo nuevas influencias como el folk (propio o foráneo) o la instrumentación y voces mucho más depuradas, debían pasar a formar parte de su filosofía, a la hora de enfrentarse al pentagrama en blanco.

Tal vez unos de los representantes con más solera del pop ibérico de aquella época sean Los Ángeles que, en 1971, y de la mano, precisamente de Hispavox, se marcaron una irrepetible y encantadora Una vez juré repleta de arreglos arrebatadores y juegos vocales de ensueño.

 

 

Tres años antes, Los Íberos se desmarcaban, en castellano (buena parte de su repertorio lo desarrollaron en inglés), con una conmovedora composición titulada Las tres de la noche (Columbia), a partir de una hipnótica letra.

 

 

Mientras tanto, aquel mismo año 68, la formación hispana instrumental por excelencia, Los Pekenikes era capaz de cautivar a propios y extraños con un delirantemente sideral Cerca de las estrellas (Hispavox) que, como algunos temas del conjunto, incluía algunas frases vocales, y que combinaba sabiamente pasajes de gran intimidad y esencia lisérgica, con rimbombantes y llamativas explosiones a base de cautivadores vientos. 

 

 

Fueron años en los que los sonidos hispanos vivieron algunos de sus momentos de mayor calidad y dignidad compositiva. Pese a que muchas de aquellas bandas y la mayoría de aquellas composiciones siguen arrinconadas en la estantería del olvido para la mayoría del público, nuestra música dio un paso de gigante a la hora de encauzar su senda hacia un proceso de madurez evidente. Se ha apuntado, tal vez con cierta imprudencia y evidente grado de injusticia, que el pop ibérico pecó de tremenda inocencia y escasa profundidad en su filosofía (tanto en lo musical como en el mensaje), pero lo cierto es que aquellos primeros años de esencia más inocente dieron paso a momentos de evidente cosmopolitismo sonoro y textual. Eran tiempos en los que, incluso, conjuntos de indudable carácter masivo se lanzaban al abismo de la experimentación, a la pasión de ir más allá. Que se lo pregunten, si no, a unos Los Brincos que se estamparon contra el muro de la incomprensión global al aventurarse en selvas frondosas a través de producciones como aquel Mundo, Demonio y Carne del 70.

Perduraba el tema facilón, insustancial, la temida canción del verano… pero también surgían creaciones que bebían del desarraigo, la desazón, la rebeldía ante aquella España gris. El pop también servía para exteriorizar aquellos demonios enquistados en una tradición cultural repleta de sombras y costumbres reaccionarias, para mostrar aquel sentimiento de incomodidad de buena parte de la juventud. Ya en 1967, Los Pasos, considerados, incomprensiblemente, una banda menor, dieron buena cuenta de ese espíritu contestatario con aquel sencillo encabezado por No me gusta decir sí (de nuevo, claro, Hispavox) al que acompañaba un magnífico Quiero volver (sonidos de la Costa Oeste, mediante) de letra indudablemente clarividente.

 

 

Aunque, tal vez, uno de los conjuntos con más facilidad para desarrollar melodías trabajadas e irrepetibles juegos vocales e instrumentales a partir de sabias combinaciones entre sección rítimica, mágicas guitarras, insuperables teclados y textos agridulces, fueron los Módulos del gran Pepe Robles.

 

 

Todos ellos formaron parte de un conglomerado cultural sonoro que, como antes avanzábamos, encontró en la vertiente más folk de nuestra música un filón inagotable de buenas referencias. Era tan válido mirar hacia el universo anglosajón, como partir de las raíces propias. Y había que hacerlo con serenidad, pero con paso firme. Sólo así se entiende que surgieran criaturas como Almas Humildes que en su mítico Cuervos (Sonoplay) del 68 escondía un mensaje tan crudo como evidente.

 

 

Como lúcidos eran los textos de otros recordados representantes de la factoría Sonoplay, indiscutibles representantes del folk más depurado y válido que surgieron desde estas contornadas. Aquel Me casó mi madre de Nuestro Pequeño Mundo es, sin duda, toda una declaración de intenciones.

 

 

Un folk que, como pocos, supo tratar y brindar al gran público la añorada Cecilia, demasiadas veces condenada al comentario superficial. Afortunadamente, su sapiencia y buen hacer vienen siendo reivindicados, en los últimos años, por parte de la crítica especializada, que sigue reconociendo y viendo en Evangelina Sobredo aquello que fue: una de las más grandes, sensibles e inteligentes compositoras contemporáneas. Quien no se retuerza de melancolía escuchando (¡esa letra!) Me quedaré soltera es que no tiene alma.

 

 

Todo ello para desembocar en uno de los océanos más reivindicables de nuestra memoria sonora. Tal vez, la conclusión de todo lo apuntado hasta ahora, el compendio de todo lo musicalmente reivindicable en el universo del pop. La genialidad compositiva y la inteligencia de lo textual dentro del cuadrado más perfecto con que la música en castellano se ha topado en muchos años: Cánovas, Rodrigo, Adolfo y Guzmán.

 

 

Monserrat es una formación que lidera Javier M. (su apellido da nombre a la banda) y que gusta de esta filosofía y reminiscencias que acabamos de desgranar, además de otras que, en resumidas cuentas, pululan de manera dignísima por las sensaciones que beben, esencialmente, del pop de reminiscencias sesenteras, delicada pero firmemente construido, así como el folk amable basado en una instrumentación cuidada y unas armonías vocales lúcidas que brotan de un gusto y una cultura musical exquisitos. En resumidas cuentas, y sin lugar a dudas, Monserrat es una de esas bandas que consiguen reconciliarte con la humanidad; al menos, durante los tres cuartos de hora que dura su primer larga duración. Y eso, hoy por hoy, es mucho.

A medio camino entre Altea y Madrid, reconforta comprobar cómo, desde estas lindes, siguen surgiendo creadores que ansían formar parte de esa recomendable lista de artesanos del buen pop autóctono brindado en castellano. De amantes de los sonidos de calidad generados desde aquellos mágicos 60, aderezados con unos evidentes toques de influencias foráneas (Beach Boys, The Beatles) y puestos al día. Al habitual de nuestra escena le habrá venido a la cabeza, irremediablemente, el nombre de Maronda, ese mágico combo valenciano capaz de facturar mágicas composiciones. Añadan a la lista, pues, al cuarteto compuesto por Javier (composición, guitarra y voz), Pablo Magariños (batería, percusiones y coros), Rafa Quinto (bajo y contrabajo) y Javier Montiel (teclados, sintetizadores y piano), que integran un todo compuesto por músicos de proyectos como Dei Suoni, Abraham BobaEl Hijo o Litoral.

 

Surgidos a finales de la década pasada, tras un par de demos y un EP, este último, registrado con la ayuda de Daniel Montiel a medio camino entre el local de ensayos y el estudio La Cala dels Somnis de Altea, los integrantes de Monserrat lanzaron, a finales del año pasado, una campaña de crowdfunding para financiar su primer larga duración, precisamente, el que ya podemos degustar y que, oficialmente, verá la luz, en formato vinilo (300 copias), cedé y vía Bandcamp (a través de esta plataforma, algunos temas ya están disponibles) a partir del 1 de abril, y que, como avanzábamos, es una auténtica delicia. Abre, cadenciosamente, una luminosa La chica de nombre palíndromo que nos avisa (susurra) de lo que se nos viene encima: delicadas y elegantes guitarras dialogan con evocadores armonías vocales de altura. Incide en esa pasión de pop vestido de terciopelo Puzles (Brian Wilson pulula en el ambiente), que da paso a una estremecedora introducción de órgano, perfecta tarjeta de presentación para una de las composiciones más optimistas y soleadas del disco: La playa, que emana energía vital y huele, irremediablemente, a buen rollo a la orilla del mar. De nuevo, las voces surfean con maestría supina, antes de que entremos en el sugestivo universo propuesto por Elige tu propia aventura, que en ciertos pasajes homenajea el My Sweet Lord de George Harrison, y que prácticamente se redondea merced a un estribillo angelical, de esos que cuesta eliminar de tu cabeza. El gusto con que Montiel ataca sus teclados llega a desconcertar, casi tanto, como comenzar a adivinar que Monserrat también siente debilidad por los textos depurados. Tras el onírico instrumental Hablando con los pájaros, de hecho, desembarcamos en una de las columnas de esta criatura. Canción de otoño es una pieza tremendamente descorazonadora que, por momentos, llega a estremecer, sobre todo, a partir de una magnífica letra. El espíritu de esta composición y, estimamos, de la banda, queda retratado, precisamente, en el vídeo-clip que, de esta pieza ha realizado José M. Martínez-Abarca. Todo un lujo.

 

Justo entonces podemos coger aire gracias a la dulce Marta y Sergio, antes de volver a toparnos con la antítesis de aquella La playa: El cielo cruje, de nuevo exhalando melancolía y, en algunos momentos, rabia contenida, apoyándose en, otra vez, una letra evocadora. Emprendemos, entonces, la recta final de nuestro viaje subidos en un carrusel de aires country llamado La gran escapada, hasta que nos damos de bruces con una agridulce combinación de acordes que hacen que nos sintamos realmente desangelados. Se trata de la cruda El hilo de los días, que incorpora un estribillo que podría ser calificado, perfectamente, de sublime (“puede que sea tarde, no lo sé, o puede empezar todo otra vez“). En ese preciso momento quedamos desconcertados con una curiosa Valladolid, cuya estructura y letra podría haber firmado cualquiera de las más avispadas mentes de nuestro folk sesentero, para cerrar nuestro paseo en El truco del mago del sombrero inglés, preciosa pieza que arranca con un sofisticado y recurrente riff de guitarra que se convierte en ideal vehículo a partir de cual bebe un cúmulo de psicodelia pop que ha de ser degustado sin prisa. Como lentamente hemos de hacernos a la idea de bajar de este autobús mágico al que Monserrat nos ha invitado a subir.

Así pues, si la filosofía y pasión creativa de la familia Monserrat le parece más que interesante, y siente curiosidad por saber cómo suena su directo, está de enhorabuena. El próximo 18 de abril la formación brindará sus temas al respetable en el Deluxe Pop Club valenciano. Será en compañía de Polonio, en una noche que huele a muy buenas sensaciones, y que volverá a darnos la razón en nuestra recomendación de que vale la pena consumir cultura y, si es cercana y de calidad, mejor que mejor. Por regla general, no se arrepentirán.

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Sobre el autor

Curioso por naturaleza. Más de media vida escribiendo.


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