Ya tenemos canciller. Y digo tenemos porque la llevamos muy dentro del corazón, justo entre la declaración de la renta y la nómina. Tanto los alemanes del Norte como los del Sur, o sea, nosotros.
Ángela es la gran emperatriz de Europa. Después de décadas intentando construir la Unión y clamando por falta de liderazgo, quizás hemos llegado a la conclusión de que sobran Barroso, Van Rompuy y toda la corte celestial que nos sangra habitualmente desde Bruselas y Estrasburgo pero es incapaz de asomar la cabeza por encima de la reina de corazones. Ella es la verdadera lideresa, ejerce como tal, se le reconoce el mando y de sus decisiones dependemos todos. Pareciera, pues, que Europa estuviera necesitada más de alguien como ella que de burócratas grises y sin voluntad clara. Y ¿si actuara de facto y de iure como emperatriz de las Europas?
Se podrá decir que, con ella, no nos va mejor. O, al menos, sobre ella se han concitado todas las críticas. Merkel es el enemigo que necesitamos en tiempos de zozobra. Sin embargo, Europa aún no se ha roto, ni medio continente está hundido del todo gracias a su látigo. La cuestión está en que aquellos que se acogen bajo su manto no deben de pasarlo demasiado mal cuando le acaban de renovar la confianza.
Merkel es la única dirigente a la que reeligen en plena crisis. Por algo será. Eso no la hace perfecta, sin duda, pero sí muestra que su forma de gobernar a favor de “los suyos” es positiva para ellos.
Lo que necesitaríamos por tanto es que actuara a favor de los europeos sintiéndolos “suyos”, y ahí está la dificultad. Parte del apoyo que ha recibido se debe a la sensación que tienen algunos alemanes de que la cancillera es inflexible con los “hermanos” vagos, indolentes e improductivos del sur del Europa. Esa clave, electoralmente beneficiosa a corto plazo, aumenta las fracturas en el Continente de un modo que resultará muy negativo en el futuro. Su papel como Angelina la Grande de todas las Rusias y otras Europas sostiene a la Unión por los riesgos que su ruptura produciría a su Alemania. Nada más.