Como se entere Pablo Iglesias de que Peñíscola ha sido elegida para rodar “Juego de Tronos”, le pide a Montiel que reivindique la presidencia de la Generalitat para Podemos y que traslade las reuniones del Consell al castillo del Papa Luna. No creo que me equivoque si digo que el niño de la coleta daría cualquier cosa por ver a uno de sus huestes tomando posesión en el Salón del Trono del Palacio pontificio. Aunque no esté Francisco, y aunque no pueda regalarle el DVD a un rey de los de verdad. Sin desmerecer en nada el Palau de la Generalitat, hay que decir que lo de Peñíscola sería un maravilloso cambio de escenario. Será que tengo pasión por sus callejuelas y por sus gentes o tal vez que me inspira sobremanera la Edad Media, Berlanga y el Cid Campeador al brazo de una “señora de Valencia” con el cuerpazo de la Loren. Pero solo de pensar en el casting político de Juego de Tronos me emociono. Estoy convencida de que le daría mucha salsa a la vida valenciana que anda entre apolillada, por un lado, y desmelenada, por el otro. Valga la paradoja.
Ya me estoy imaginando a Lady Mónica arengando a los valencianos desde lo alto del Castillo mientras Ximo Puig –quizás apelando más a Calabuch que a su versión autóctona- convoca a la Orden del Temple para conquistar la “Tierra Santa” y Montiel corta el paso del istmo para doblegar al enemigo. ¿A cual? ¡A todos, vive Dios! ¿No querían Juego de Tronos? Pues lo tenemos en casa.
La magia de lugares como ése no procede solo de sus extrañas leyendas y sus apasionantes historias sino de una elección premeditada desde tiempo inmemorial y de una fuerza telúrica que se siente a cada paso. Peñíscola fue caput mundi cuando el planeta aún no había alumbrado a Maquiavelo y mucho antes de que el florentino pusiera las bases de la realpolitk de la que hoy todavía bebemos aunque algunos pipiolos crean haberla inventado.
Es cierto que ver al tripartido en el Palacio del Papa Luna haría revolverse en su tumba al mismísimo Benedicto XIII y quién sabe si remover las aguas del “pouet” de San Vicent por efecto de la ira del santo. Sin embargo, hasta los clérigos medievales nos perdonarían la osadía si esa recuperación de Peñíscola como centro de poder mediterráneo otorgara a sus inquilinos algo del sentido común que alumbró el Compromiso de Caspe. ¿He dicho Compromiso? En ocasiones veo señales. Juego de Tronos en Peñíscola. Compromiso de Caspe. Solo falta que el pacto de gobierno entre Puig, Oltra y Montiel se firme y selle el 28 de junio, fecha en la que se proclamó rey a Fernando de Aragón. Si tal cosa ocurriera, a Dios por testigo de que peregrinaré al sepulcro de San Vicente para rogarle protección pues será señal inequívoca de su amparo. Mientras tanto me reiré de los guiones de Hollywood, tan previsibles, teniendo la inspiración constante de la vieja y nueva Europa.