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Víctor Soriano

Reinterpretando el mapa

¿Valencia tiene un plan?

Dicen que los valencianos somos impulsivos y puede que no les falte razón. Lo mismo ocurre con nuestra capital. Valencia es una ciudad hecha a la imagen y semejanza de nuestro carácter: pensada i feta. O incluso más hecha que pensada. La ciudad que conocemos hoy es fruto de una sucesión de actuaciones, generalmente inconexas, a lo largo de las décadas –e incluso siglos- que nos han ido forzando a tomar las decisiones posteriores.

Tuvimos un primer plan, por fin, en 1946, inspirado en el fascismo italiano. Aunque suene políticamente incorrecto, era de buena calidad técnica para su tiempo –algo que no volveremos a ver- e incluso era metropolitano y no municipal, pero megalómano. Preveía un crecimiento desmedido, que nunca se materializó, pero sentó las bases de una gran idea que tampoco vio la luz: trasladar el crecimiento a las tierras altas de secano, en el Camp de Turia, para proteger la huerta.

Entonces lo que importaba de la huerta era su valor agrícola, hoy son, sobre todo, otros valores. Pero sigue siendo el eje central de las discusiones sobre el urbanismo de nuestra ciudad. Últimamente hablo tanto de la huerta que me da la impresión de repetirme, pero si desde los años 50 hasta la actualidad ha desaparecido un 64% de la superficie de huerta, y a la vez, hay unanimidad en que es un espacio digno de protección, algo estamos haciendo mal.

Tuvimos un segundo plan, el de 1966, también metropolitano. Se define con una palabra: desarrollismo. Olvidada por completo la filosofía del primer plan, el plan maestro de los años finales del franquismo, el del nuevo cauce del río Turia, da la impresión de que un vaso de asfalto se cayese sobre la mesa del redactor, tiznando de negro toda el área metropolitana. A aquel le sucedió el primer y único plan democrático, el de 1988, el primero municipal –primer error-, que vuelve a definirse como proteccionista pero que, con la intención de completar la ciudad  vuelve a las andadas de 1966 y reclasifica cuantioso suelo a costa de la huerta.

La tercera no fue la vencida: la ciudad seguía, y ha seguido creciendo, de forma cuasi anárquica, en función de los intereses o de las ideas del momento. Valencia ha tenido planes urbanísticos que han servido como justificación a la expansión, pero nunca como instrumento de reflexión de lo que queremos para nuestra ciudad. Cierto es que su ámbito municipal ayuda todavía menos a esa reflexión. En Valencia –y en el resto de las ciudades españolas, no crea usted que es diferente- el planeamiento sirve como medio para obtener suelo que urbanizar, y eso, con el tiempo, se paga.

Ahora se nos presenta una revisión –acelerada- del plan general que tiene, como todos, virtudes y defectos. Es verdad que la ciudad todavía necesita ser completada, sobre todo, por su frente marítimo. El Grau y la incorporación a la ciudad de la Marina Real son los dos grandes proyectos para el futuro de Valencia que este plan sabe concretar, como también sienta las bases para seguir implementando unas infraestructuras que permitan una movilidad más sostenible –con muchos guiños para los ciclistas pero pocos para los peatones, en mi opinión-. Pero no es suficiente: el futuro de Valencia está en repensar sus espacios urbanizados, esencialmente en el centro histórico y en las primeras periferias urbanas, y no en el crecimiento. Menos todavía si ese crecimiento es más allá de los límites de la ciudad.

Es un error mayúsculo que la ciudad crezca más allá de los límites de la ronda Norte y la V-30, es decir, que supere el borde urbano nítido del que disfruta y que se pensó, entre otras cosas, para proteger la huerta que queda al otro lado, especialmente en la zona norte de la capital, donde se concentran las pocas hectáreas de huerta de mayor valor que aún quedan en el área metropolitana. Consumir un solo metro cuadrado de huerta al norte de la ciudad es un despropósito que no tiene justificación alguna, que no me cansaré de remarcar, tanto si el uso previsto es el residencial como si es la ampliación de los campus universitarios (¿Qué no se pueden construir facultades en la ciudad? ¡Si el mejor campus que hay en Valencia es el de Blasco Ibáñez!) o sobre todo, si es para el desarrollo de nuevo viario.  Y tampoco es aceptable su reclasificación masiva como zona verde con la única finalidad de cumplir con los estándares urbanísticos, como a simple vista da a pensar.

Debo reconocer que, de rondas para adentro, no me disgusta el nuevo plan. He dudado de la necesidad de que fuera redactado por técnicos municipales y no por un equipo independiente por mucho ahorro que eso le permita a la corporación municipal y he criticado –y lo haré hasta la extenuación- que la ciudad siga creciendo a costa de la huerta de mayor valor, cuando no sólo no hace falta a la vista de las proyecciones demográficas, sino que además, hay suelo suficiente en las zonas altas del Camp de Túria, conectado con transporte público y la red viaria para construir varias ciudades como Valencia –algo que el plan no puede tener en cuenta por su dimensión municipal-; pero me gusta que se hable de una red peatonal y ciclista como elemento clave para la ciudad y que se pongan en relieve actuaciones importantes y necesarias –Grau, Nazaret, Cabanyal, Marina Real-, aunque se dejen en segundo lugar otras igual de importantes –Ciutat Vella-, aunque, tal vez, menos urgentes.

Este plan, ya lo he dicho, me gusta y me disgusta; pero creo que centrar el debate en el plan es dejar que el árbol nos tape el bosque. El problema del urbanismo de Valencia no tiene nada que ver con las determinaciones de un plan o de otro, sino que es algo más profundo. No hemos debatido nunca cuál es el futuro de nuestra ciudad, qué queremos de ella, qué esperamos de ella. El urbanismo de la ciudad debe responder a una estrategia de futuro –que no necesariamente hay que materializar en un plan estratégico- que debemos marcar todos los actores de la ciudad conjuntamente –ciudadanos, instituciones, empresarios, profesionales, académicos, etc.- y que debe servir de guía a los que, en base a esas directrices, redacten el planeamiento urbanístico.

Mientras que no lo hagamos, Valencia tendrá un plan urbanístico pero no tendrá un plan de ciudad.

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lasprovincias.es

Sobre el autor

Víctor Soriano i Piqueras es abogado y profesor de Derecho Administrativo. Tras graduarse en Derecho y en Geografía y Medio Ambiente realizó un máster en Derecho Ambiental en la Universidad 'Tor Vergata' de Roma, además de otros estudios de postgrado, y ha publicado, entre otros, el libro "La huerta de Valencia: un paisaje menguante".


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