LA REGLA DE LOS 20

Es el caso que quien esto firma tenía hace algunos años a su cargo unos cursos de doctorado; estaban centrados en un área  inscrita en la comunicación personal, publicitaria y periodística y en esos cursos tenía alumnos de todas las disciplinas y edades citadas.

Los impartía concentrados en tres días, cada uno en un horario igual que una jornada laboral de manera que empezaba a las ocho o las nueve, según curso ,y terminábamos a las seis de la tarde con comida incluida.

Alumnos y profesor, en integración esencial, a mesa abierta donde el coloquio se mezclaba con la experiencia contada por cada uno.

Uno de los cursos que más éxito tenía era aquel que se denominaba “El primer medio de comunicación uno mismo”.

Como he dicho han pasado algunos años y aunque la Universidad, y otros niveles de formación, han sufrido cambios; de tal suerte que uno diría, como dijo Alfonso Guerra hace años, “A España no la va a conocer ni la madre que la parió”, lo que sin duda supuso una visión que superaba a Nostradamus, adivino histórico por excelencia.

He titulado “la regla de los 20” porque como parte del inicio de la primera sesión les recordaba que los 20 primeros centímetros de la cara de uno, las 20 primeras palabras que se pronuncian, producen diversos impactos en quien nos mira y oye.

Ya sé que depende mucho de la sensibilidad de cada receptor y de su formación , sensibilidad y el ambiente en que se desarrolla la primera impresión; que siendo importante lo que antecede, no es menos cierto que yo asumo que las primeras impresiones no sirven para juzgar al otro. Para avalar lo que está en paréntesis me viene a la memoria una de las anécdotas contadas al calor de un plato de pasta de aquellas comidas citadas.

Se trataba del caso de un alto empleado de banco. Una especie de subjefe, que había sido trasladado de una sucursal del centro de la ciudad a una sita en el Grao de Valencia.

Ambas sucursales tenían diferentes tipos de clientes y en la del Centro “el personal” tenía un trato diferente, un habla distinta, el castellano era el dominante.

Era el tiempo en que el cliente podía hablar con alguien sin cita previa y sin adminículos electrónicos que usar para extraer parte del dinero que , por cierto, es de uno y no del banco por mucho que estos declaren  beneficios.

Beneficios que generan pústulas de indignación al ver el ritmo que lleva el coste de la vida de las gentes de clase media, media baja y baja del todo `por aquello de la distribución de las clases en función de la renta: a los ricos no los menciono de momento.

MUCHOS SON LOS LLAMADOS PERO POCOS SON ELEGIDOS Mateo 22,14  como me recuerda mi sobrina que cada domingo me recuerda, más o menos, que soy mortal. Yo lo interpreto en el sentido de que muchos desean ser ricos, pero pocos lo son. ¡Qué le vamos a hacer!

Vuelvo al subjefe y a su primer día por la mañana tras presentarse al director. A media mañana y ya instalado, ve y oye como su directos se dirige a un cliente y le espeta. “Yeé fil de puta el teu amic ma fotut…”  Y siguieron unas risas y alguna palmada en el hombro.

El recién llegado debió poner una cara de asombro y ojiplático quedó con la mirada medio traspuesta tanto que el director le dijo. No pasa nada. El valenciano y el taco son parte de la vida aquí, en la calle, en el mercado y en el banco. Yo sé que de  dónde vienes es distinta. He estado allí. Se trata de lo mismo pero tratado de forma distinta.

Desde entonces el subjefe ya no se asombra. Quedó más asombrado cuando lo jubilaron sin esperarlo y a una edad tan temprana que casi todavía se creía que el ratoncito Pérez deja algo bajo la almohada.

Creo que lo pasamos bien en aquel curso y aprendimos que los primero 20 centímetros de cara, las 20 primeras palabras y si acaso los 20 primeros “trozos” de tela de vestir son importantes par la valoración que el otro hace de ti. Puntúan para la primera impresión. Me he excedido en demasía. Más de 20 palabras. Hasta pronto.