La política del extrarradio siempre me interesó más que la protagonista. Me alimentó más la farándula que abriga al líder que el propio número uno. Antes de que saltara Gürtel por los aires, recuerdo que en la sede del PP un tipo circense despertaba mi curiosidad. El estridente personaje pasó de ser Álvaro Pérez -Alvarito para los colegas- a ‘El Bigotes’.
No sabría ajustar la fecha bien pero debió ser allá por 2007 o 2008, coincidiendo con la mascletà gürteliana, cuando empecé a fijarme en un jovencito fino, alto, con cierto toque de empollón. El PP, acostumbrado a humillar con su apisonadora electoral, se nutrió a su alrededor de un grupito de cachorros barbilampiños con la única función de ser la clac que ahogara cualquier conato de protesta callejera. Los casos de corrupción empezaron a tunelar la hasta ese momento indestructible coraza del PP y hubo que crear un cordón sanitario de agradecidos militantes. En ese flotador apareció Luis Salom.
Al verlos siempre pensé lo mismo: ¿A qué se dedican estos chicos? ¿Estudian o trabajan? ¿No tienen otra cosa mejor que hacer que ser falderos diarios de políticos? Siempre eran los mismos. Luis Salom y un par de chicos más acompañados de señoras envueltas en un exceso de Nelly.
En 2009, el portón del TSJ fue puerta de cuadrillas. Por allí desfilaron los imputados del caso Gürtel. El más pinturero fue Álvaro Pérez, con porte taurino y soberbia desbordada. Por aquella época todavía lucía aquel curioso bigote que mutó en barba conforme el proceso se metía en la alcantarilla de la presunta corrupción. El Bigotes cambió el paso pinturero por un compás desacompasado. Junto a la Glorieta se apostaron los incondicionales de la oposición y en la esquina del Parterre, el cordón sanitario popular. Uno de aquellos días de fiesta mayor, al finalizar la declaración de los imputados, un conato de enfrentamiento entre las fuerzas del bien y del mal me dibujaron a un Luis Salom de uñas. Aquel día, bajo la copa de uno de los ficus centenarios, supe que el chico daría días de gloria.
Los servicios prestados se le retribuyeron a Luis Salom con una nómina de 4.000 euros al mes en el Ayuntamiento de Valencia tras las elecciones de 2011. El cupo de asesores, al margen de excelentes profesionales, da para colocar a lacayos, exconcejales sin capacidad de encontrar trabajo, familia y desahogados del sueldo público. Todos los grupos municipales, sin distinción, suman asesores que confunden su función con la devoción. Personajes que dañan la imagen de la política, que denigran lo público y que convierten el servicio al ciudadano en una chirigota de tercera al calor de un sueldo exagerado e indecente.
Luis Salom forma parte de esa mentira. El asesor, al que en plena crisis nunca le han faltado los 4.000 del ala en la cartera, ha refinado estilo, ondea pelazo y sonrisa profidén. El chico, que en teoría asesora sobre administración electrónica y empleo, presenta tarjeta con más de 78.500 tuits en su cuenta de Twitter. Cada uno con su tiempo hace lo que quiere, el problema es que se pierda a costa de los euros de todos.
El asesor insinuó que el PSOE andaluz celebró las últimas autonómicas con un exceso de coca. Deslizó que el asesinato de la presidenta de la Diputación de León estuvo alimentado por las protestas de la izquierda. Ahora, en una disparatada ocurrencia, registra Guanyem, las marcas de Podemos en Valencia y Barcelona con la bendición de sus superiores. Luis Salom, al igual que otros tantos que engordan el buche con el dinero de todos, es un lastre para su partido. Es un desprecio a la sociedad.
Luis Salom caerá por su propio peso… el problema es que ya pesa demasiado.