Alberto no conoce a Guillem. Guillem no sabe quién es Alberto. El primero, de apellido Fabra, es el presidente de la Generalitat. El segundo, de apellido Navarro, un valenciano más.
Alberto Fabra se presentó el martes en el debate de política general con el último cartucho de la legislatura. No habrá más. Las elecciones de mayo no darán una nueva oportunidad.
El presidente prometió una rebaja fiscal. Otra más. Invisible a los ojos del ciudadano que cada día paga más. Ofreció 200.000 nuevos puestos de trabajo. Como churros de domingo. Prometió 800 millones para el empleo cuando las colas del paro son como una tenia que adelgaza el nervioso estómago del desempleado.
Sacó pecho de un plan de empleo juvenil cuyos primeros presuntos beneficiarios ya ven con el rabillo del ojo los cuarenta. Filfa. Y prometió ayudas para las empresas, que sufren el síndrome de la persiana bajada.
Puso encima de la mesa un plan de regeneración democrática que sólo será efectivo si se acompaña de salfumán. Y lo anunció unas horas antes de que florecieran los escandalosos sueldos de nuestros políticos, tanto en neto como en bruto, que no recuerdan cuando fue la última vez que doblaron el lomo.
El debate de política general trae grandes recuerdos. Como la resurreción de la Esfera Armilar y el entremés de los Juegos Olímpicos Europeos para el terremoto Urdangarín años después. Ambos anuncios en boca de Camps. Y como siempre, el presidente de la Generalitat recurrió a las señas de identidad como el retal necesario para cubrir el momento en el que lleguen los descosidos.
Alberto, al que no conoce Guillem, desempolvó viejos proyectos como los hospitales de Gandia y Llíria, que debían de estar operativos desde hace tiempo. Y el traslado del Arnau a La Fe como anuncios que se lleva el viento.
La apuesta por la sanidad pública. La que defienden Marcos y Susa, los padres de Guillem. El niño que no conoce a Alberto pero que sufre al PP, al Consell, a la Sanidad de la Generalitat.
Dos días antes del debate de política general nació Guillem. Minutos después de la medianoche del sábado al domingo. El bebé, al que no conoce Alberto, se pasó casi siete horas en el box de un hospital. No le pasaba nada. Estaba y está sano. Sólo porque no había camas. Sin un sitio para vivir ese momento de intimidad. Para disfrutarlo. Para abrazarlo, para besarlo. Acunado por su madre. Con el brazo del padre protector. Foto de familia.
La madre de Guillem tuvo que darle de comer en un box. Frío. Era el momento de ella. Un recuerdo empañado. Con el trasiego de enfermeras arriba y abajo. Insensibles a las quejas. No por el corazón sino porque es el pan nuestro de cada día. Con la protesta justificada de la familia: “Una habitación, sólo queremos una habitación”. Una hora, dos, tres, cuatro… en un box. En un hospital de referencia. El mejor de España, modelo en Europa, según cacacarea el PP. Sin habitaciones. Cerradas por vacaciones. Por falta de personal. Sin la cobertura necesaria. Hasta el 1 de octubre. La sanidad pública valenciana. Presuntamente la mejor del país. No fallan los profesionales, que hacen piruetas con lo que tienen. Fallan los que mandan.
Más de seis horas después Guillem tuvo habitación. La que le negó Alberto, la Generalitat, el conseller Llombart, el PP. De la que le privó el sistema. Maldito sistema. Sus padres nunca olvidarán el parto de su hijo. Por la alegría y por el PP.
Quiero creer que Alberto ignora la situación. Que no lo sabe, que no le cuentan. Que sus asesores no se enteran. Enfrascado en su debate de política general. Con ideas, con propuestas, con promesas incumplidas, con consejos para poder vestirlas. Quiero creer que el presidente, el suyo, el mío, el de Guillem, el de los valencianos, actuaría si conociera lo que pasa. Que le daría esa cama a Guillem, que ya está en casa. Que pediría disculpas a Marcos y a Susa. Que le daría un tirón de orejas al que permite que todo esto pase. Una simple habitación. En un hospital de referencia. En el que dicen que es el caviar de Europa. Quiero creer, pero el ateísmo político me rebosa.