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Héctor Esteban

El francotirador

¿Tengo cara de idiota?



Es la pregunta que me hago muchas mañanas al mirarme al espejo. Supongo que, como yo, miles de españoles, parado o empleados, se la hacen cada día que amanece con el despertador de los recortes. La administración ha metido la tijera de podar y se ha puesto a trasquilar sin miramiento alguno en una sola dirección: el bolsillo de los ciudadanos.

El viernes, que es jornada de despido en las empresas para que el nuevo parado ahogue sus penas en casa y no en el hombro de los compañeros, se ha marcado en el calendario como el día del sacrificio patrio para que, bien en el Consejo de Ministros o en el pleno del Consell (mi región es la valenciana), se extermine el mal llamado Estado del Bienestar, que en realidad es el de unos pocos mientras el resto, incrédulos y bobalicones ellos, se lo creyeron a pies juntillas.

En Navidad, tiempo de paz y amor, los que mandan nos pidieron un sacrificio conjunto, repito, conjunto, para entre todos poder salir de la crisis económica que ahoga a un país cuya posible intervención da vueltas en una ruleta sin saber si caerá en el rojo o en el negro.

Y los ciudadanos, que se tragan ese esfuerzo conjunto a golpe de decreto, se han convertido en los paganos de la mala gestión de unos cuantos que llevan años rumiando su sueldo público en estómagos agradecidos.

Pago la gasolina a precio de oro porque aquí donde vivo el litro es el más caro de España. Abonó mis impuestos (cada vez más altos) y lo único que intento es beneficiarme del 50% de las multas de tráfico si ejerzo el pronto pago. Mientras tanto, cada día veo vehículos oficiales de los políticos de turno aparcados encima de la acera del Parlamento valenciano y sin receta.

 

Coche oficial: la acera es mía

Ahora me insinúan que igual tengo que abonar un peaje para ir a mi casa porque vivo a 30 kilómetros de la ciudad. Circulo cada día un par de veces por una A-3 que lleva en obras tres años y que se ha convertido en una ratonera para miles de conductores. ¿He de pagar por una carretera que Fomento ha reinventado en un ataúd de alquitrán?

¿Y la Sanidad? Hace tiempo que le pago un seguro privado a mis hijos. No porque me sobre el dinero sino porque no aguanto eso que disfrazan de público. No quiero que me pase como a mi hermano que en una operación con anestesia general decidieron mandarlo a casa un par de horas después de ser intervenido. Sin la necesaria noche de hospitalización para calibrar la evolución de los sedantes. Ni como a mi cuñado, que hace un par de semanas bajó de urgencia con un cuadro de apendicitis de libro. Como no había servicio de rayos hasta las ocho de la mañana no le hicieron la correspondiente radiografía. Horas después, le intervinieron por la vía rápida de una peritonitis que casi se lo lleva por delante por la ineficacia de un hospital de nueva gestión que hay en Manises. Y ahora, con los nuevos anuncios sanitarios, igual me tienen que chutar goteros marca blanca para superar esta maldita crisis.

Y mi hijo ha estudiado en aulas prefabricadas, barracones o como quieran llamarse en un colegio masificado mientras que en el que en realidad le toca el profesorado elitista (sin generalizar) no quiere perder derechos y privilegios como el poder estacionar sus vehículos dentro del recinto escolar. Un espacio donde caben perfectamente nuevas aulas para atender las necesidades de padres desesperados. Me acuerdo cuándo me decían que podía elegir colegio. Incrédulo.

Con mi cara de idiota, asisto absorto a un debate abierto sobre el sueldo de un grupo de diputados privilegiados que supera los 100.000 euros mientras nadie da un puñetazo encima de la mesa y por lo civil o lo criminal ordena que se reduzcan esas nóminas. Aunque sea por respeto a la lombriz de parados que cada día desesperan a las puertas de una oficina de (des)empleo.

Y lamento como la tropa de asesores del Gobierno de mi comunidad se embolsa cada año una partida de casi 4 millones de euros sin que sus exigibles buenos resultados salten a la vista. Me indigno cuando veo a decenas de personas pedalear con rastro sobaquero porque con eso de los recortes en el hogar es mejor pagar 18 euros al año por el bono del servicio de bicicletas antes de estacionar el coche en el subterráneo o en la zona azul. Porque aquí, señores, se va a pagar hasta por respirar. Y me indigna todavía más que sus señorías los diputados tengan tarjeta free para aparcar gratis los siete días de la semana las 24 horas, tengan que ir a trabajar o a invitar a un chocolate con churros a la familia en Santa Catalina.

Y me cabrea que mientras me digan si tengo que pagar por circular por una autovía, mis colegas los diputados gocen de un dispositivo para que la barrera de los peajes se levante automáticamente en el momento de paso con el plus de que se lo pueden dejar al niño, a la señora o a la amante, que igual me tiene.

 

Solsona inmortaliza un día cualquiera en Les Corts

También me desespera que un parlamentario venido a menos me comente con sorpresa lo poco que se trabaja dentro de la tropa. Y me da la risa por no llorar cuando un ilustre se va patas arriba en el parqué del hemiciclo porque sueña más que trabaja. Y me las trago cuando en los pasillos de Les Corts hay alguno que me afea con ironía fina que voy a por ellos, cómo si a mí me importara su Estado del Bienestar.

Y ya es el colmo cuando en el Día de la Madre una popular declara públicamente que el trabajo dignifica (será para el que lo tiene) y un socialista apunta que ser joven y de derechas es incompatible cuando él lleva treinta años chupando de la teta pública, al igual que algún orondo sindicalista que no tiene pinta de estar mal nutrido.

No tengo coche oficial, ni móvil pagado con dinero público, ni parking gratis, ni cobro más de 3.000 euros. Ni me hace falta.


Por Héctor Esteban

Sobre el autor

Periodista. Me enseñaron en comarcas, aprendí en política y me trastorné en deportes. No pretendo caer bien. Si no has aparecido en este blog, no eres nadie.


mayo 2012
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