El artículo 28.2 de la Constitución Española reconoce el derecho a la huelga. De la misma manera está la libertad de cada persona a secundar o no la llamada. La capacidad de decidir libremente qué hacer ante la convocatoria. Su derecho personal a hacer huelga o a ir a trabajar o a estudiar.
El jueves pasado miles de valencianos cubrieron por la tarde el centro de Valencia en una manifestación en contra de la llamada “Ley Wert“. Miles y miles de personas en toda España que están en contra de los recortes y de la LOMCE, una norma que consideran que afecta directamente a la calidad educativa. El derecho a manifestarse también está recogido en la Constitución. El jueves pasado, una vez más, se dio un ejemplo de protesta educada y moderada por la inmensa mayoría de las personas que libremente salieron a la calle a manifestarse por sus derechos, como es el de tener educación de calidad.
Esa manifestación libre y multitudinaria (otra cosa fue la marcha estudiantil de la mañana con quema de contenedores) quedó empañada por una minoría de niñatos embozados en sudaderas con capucha y pañuelos que, desde primera hora de la mañana, empezaron a ejercer de presuntos progresistas en la puerta de la universidad. Piquetes lo llamaron ellos. Niñatos que dicen ser de izquierdas, de la que presenta las mayores libertades de todas pero que con su comportamiento fascista basado en la coacción, la chulería y la mala educación transformaron su piquete en un grupito de matones de tres al cuarto.
Niñatos universitarios cuya ignorancia les hace creer que un piquete informativo es aquel que basa el convencimiento en amedrentar al estudiante, al trabajador o al profesor que no comparte el fondo de la huelga. Fascistas disfrazados de ‘progres’ que a base de empujones, insultos y desprecios intentaron cargar de razón su protesta sin darse cuenta que lo único que hacen es manchar la lucha de aquellos que, convencidos, defienden con la Constitución en la mano sus derechos y libertades. Justicieros que dañan la protesta de aquellos miles que por la tarde dieron ejemplo en una manifestación que no estaba de acuerdo con la nueva ley del Gobierno de Rajoy.
Un grupo de falsos progresistas que pedía a los periodistas y gráficos que no grabaran sus amenazas. Que pedía que no quedara constancia ni escrita ni visual de sus empujones, insultos y agresiones a los ciudadanos que, con sus razones por delante, no quisieron secundar la huelga. Niñatos fascistas, tan peligrosos como la extrema derecha a la que detestan aunque no muy alejados de sus actitudes, que pregonaban la censura informativa para que no quedara huella de su pueril y asqueroso comportamiento. Coacciones que no amedrentaron a grandes profesionales como mi compañero Rafa Muñoz y otros muchos.
Entre ellos, el representante de la Asamblea General de Estudiantes, Jordi Caparrós, claustral del Bloc d’Estudiants Agermanats (BEA), que como un fascista más presionaba, empujaba y se mofaba de todos aquellos que intentaban sortear un piquete violento que trataba de convencer a la fuerza de que ese día había huelga. Caparrós, al que hay que reconocer que fue de los pocos valientes que compareció a cara descubierta, animó una protesta como pivote del piquete sin dejar de pasar lista a todo aquel que pasaba para después ajustar cuentas con los profesores que habían abierto las puertas de sus aulas.
El representante del BEA y de la Asamblea General de Estudiantes, que en el acto de apertura de curso leyó un manifiesto como portavoz de la Plataforma en Defensa de la Universidad Pública, calificó las reformas en aquel discurso de “autoritarias y tecnócratas”. Caparrós, que pidió diálogo a la administración para sumar en la solución de los problemas educativos, quizá no aprendió que la democracia que le permitió intervenir aquel día es la misma que él debió defender en la convocatoria de huelga. Quizá no entendió que la sociedad se construye con la base de unas libertades que no deben estar sometidas al yugo de las ideologías extremas, bien de derechas o de izquierdas.
Caparrós, dentro del BEA (el sindicato mayoritario en la universidad) ostenta la secretaría de Relaciones con la Sociedad. Un cargo inapropiado para un tipo que basa en la coacción su forma para conseguir las cosas. Un personaje que luego, ante la pregunta de un agente de la Policía sobre qué pasaba, se acobarda (como se puede ver en el vídeo del final del post) y es incapaz de reconocer que está allí para impedir la entrada en la universidad de aquellos que libremente han decidido no hacer huelga.
Una vez renegué del comportamiento de un agente de la Policía Nacional, que chulesco y altivo provocó a un grupo de chavales que abandonaban pacíficamente la manifestación del 25 d’abril. La misma sensación de desprecio sentí la semana pasada por Caparrós y su pandilla de niñatos cobardes.
Los que llaman a la huelga, los que creen de verdad en su modelo educativo, los que salen en familia a protestar contra aquello con lo que no están de acuerdo tienen que luchar también para echar de su razón a esa minoría intransigente, dictatorial y fascista que se dedica a manchar un ideal.
A mí las minorías violentas me sobran.
(pincha aquí para ver el vídeo de los empujones y coacciones de los piquetes con imágenes como esta)