“Tu problema es que has pasado toda la vida pensando que existen las reglas, pero lo cierto es que no las hay”
Lorne Malvo
ESTA ENTRADA NO CONTIENE SPOILERS. SÓLO CUENTA LA TRAMA DE LA SERIE ‘FARGO’ Y ANIMA A VERLA. (CASI, CASI LO EXIGE)
Con nieve se abre la miniserie Fargo y en ella se despide. Y es que quizá no hay mejor metáfora para algunos problemas de la vida que esos copos blancos. Comienzan a caer poco a poco, casi sin dejar poso ni causar frío, hasta que llega un momento en que empiezan a cuajar, a cubrirlo todo, a impedirte ver más allá. Y al final todo es blanco y terminas sepultado por esos copos. En Minnesota siempre nieva. Y en algunas vidas también.
La trama de Fargo se resume bien con esa máxima que dice: cuidado con lo que deseas porque podría hacerse realidad. Lester Nygaard, el protagonista, es un tipo gris y anodino, ninguneado por todos los que le rodean, empezando por su mujer, y continuando por un antiguo compañero de colegio que se burla de él cada vez que lo ve. Lester en ocasiones desearía ser una persona aguerrida y triunfadora pero no es algo que vaya a conseguir él solo así como así. Lo que no supone es que el cambio llegará de la mano de un matón con el que se cruza en la sala de espera de un hospital y al que le confiesa, movido por la rabia y por la impotencia que le produce su cobardía, que desearía que Sam Hess, su excompañero de pupitre, muriese. Y el deseo pronunciado en voz alta tal vez se materialice y desencadene una serie de consecuencias difíciles de prever y de gestionar.
No podemos hablar de Fargo, sin hablar de Fargo. La película de los Coen (ahora son productores de la serie) es uno de los títulos más sobresalientes de los años noventa y de toda la historia del cine. En ella los directores desarrollaban ese peculiar humor negro tan presente en sus trabajos, a través de unos personajes surrealistas y cotidianos, porque no son términos opuestos. La cinta catapultó a sus creadores y descubrió (afortunadamente) a la actriz Frances McDormand, que en el filme interpretaba a una policía bastante peculiar, lejos de los esquemas habituales que pintan a los investigadores como intrépidos y con vidas apasionantes. Ésta era un ama de casa que lo mismo podía cocinar un filete empanado que resolver un caso de secuestro.
De aquella estupenda película ha surgido ahora la serie, que consta únicamente de diez capítulos y que acaba de emitirse en Estados Unidos. No es una adaptación al uso, de esas que cuentan la misma historia un tiempo después con una estética diferente. No, no es una tomadura de pelo. Ni tampoco es una interpretación alternativa, que hace que el espectador se sienta estafado pensando en por qué le dicen ahora digo cuando antes le dijeron diego. No, nada de eso. Si en algo acertó Fargo (la película) fue en crear un universo particular fácilmente reconocible, el de los grotescos habitantes de una localidad de Minnesota en la que casi nunca pasa nada. Y si pasa ni se nota, porque nadie se altera aparentemente.
Fargo (la serie) conduce al espectador a ese universo y plantea una trama completamente diferente a la de la película basada en unos acontecimientos que supuestamente sucedieron años después con otros personajes que nada tienen que ver con los de la peli, aunque se parezcan en bastantes rasgos. Lo mágico de la serie es que todo recuerda a la película, pero sin ensuciarla ni mancillarla ni malutilizarla. Y eso da mucho gusto, sobre todo para los amantes del filme original.
Fargo, la serie, se ha convertido en una de las sorpresas de la temporada, a la altura de True detective. Sin duda. Su argumento policiaco es atractivo; su desarrollo, más que correcto; y la forma de plasmarlo en escena, exquisito. No hay un bajón en los diez episodios que componen la temporada, ni una nota discordante, ni un pero. Fargo se disfruta de principio a fin.
Hay dos maneras de enfrentarse a esta miniserie. Por un lado están los espectadores que han visto la película (conviene volver a echarle un vistazo para refrescar la memoria y captar algunos guiños) y que conocen el universo Fargo, sus costumbres y el modo de actuar. Éstos se sentirán como si pudiesen volver a disfrutar de algo que les gustó mucho pero empezando de cero, dejando de nuevo que les sorprendan. Luego están los que no han visto la peli. Ni falta que hace. Para seguir la serie no se necesita conocer ningún detalle del filme. Se explica por sí sola y se puede consumir como producto independiente.
Vayamos a Bemidji, que es donde se localiza la trama principal, y no en Fargo aunque el título pudiese dar pie a confusión. También en la película ocurría así. Primer guiño. El segundo lo encontramos cuando en los créditos nos dicen que la trama está basada en hechos reales, cuando intuyes que no es así. Hay más (guiños) que el espectador avezado irá identificando enseguida.
Olvidémonos de la película y contemos la serie a través de sus formidables personajes. Por un lado tenemos a Lester (estupendo Martin Freeman, al que hemos visto en The Office, Sherlock, y, sí por supuesto, en El hobbit). Es un pobre diablo al que nadie respeta, ni considera, empezando por él mismo. Trabaja como agente de seguro y odia lo que hace y todo lo que le rodea, sus clientes, su jefe, su casa, su matrimonio. Lester es un cordero que no sueña ni remotamente con ser lobo, pero que como aquel inofensivo profesor de Química (Walter White) va a encontrarle gusto a esa faceta del mal y se va a instalar perfectamente en ella.
Se topa con el despiadado Lorne Malvo, con el que se abre la serie en una estupenda secuencia en la que cruza una carretera nevada en un coche en cuyo maletero lleva secuestrado a un hombre. Es un matón sádico y sin escrúpulos, capaz de cometer cualquier salvajada con tal de lograr su objetivo. Y va a tener unos cuantos. Cuando se cruza con Lester le invita a soñar con lo que quiere ser. “¿Es esto realmente lo que deseas?”, le va a preguntar en un momento. Y la cuestión va a rondar en la cabeza de Lester hasta el final de la trama. A Malvo lo interpreta (lo debería escribir con mayúsculas) Billy Bob Thornton, en su primer papel para televisión.
A ellos se une Molly Solverson, una policía novata que no tarda en descubrir lo que está ocurriendo y que se choca con la incomprensión de sus jefes y con la impotencia de no poder demostrar lo que ella considera tan evidente. Es persistente, tozuda y prácticamente inalterable. Allison Tolman está fantástica y le rinde el mejor homenaje a la policía de la película, Frances McDormand.
Ellos tres forman el núcleo principal de un caso que podría haberse resuelto fácilmente pero que se irá liando hasta alcanzar consecuencias imprevisibles. En el periplo van a ir asomándose más personajes (patéticos y estupendos), que recuerdan a otros vistos hace años y que casan perfectamente con lo que hemos denominado universo Fargo: el jefe tonto y sentimental (Bob Odenkir, el gran Saul Goodman de Breaking bad, que muy pronto estrenará serie propia); el poli cobarde (Colin Hanks, al que recordamos como el rival de Dexter en su olvidable sexta temporada); otros dos matones con una relación muy especial entre ellos que llegan persiguiendo a Lorne, la chabacana esposa de Sam Hess, el hermano de Lester, el padre de Molly… todos encajan en un rompecabezas sin desperdicio.
Posiblemente Fargo no nos invite a querer viajar a Minnesota ni a Dakota del Norte ni a diez kilómetros a la redonda, pero sí nos va a permitir encariñarnos con unos personajes que, pese a su trazo excesivo, podrían ser perfectamente nuestros vecinos, o nuestros familiares o (Oh my god!!) nosotros mismos. Todos hemos vivido alguna vez en Fargo, o hemos parado a repostar, pero lo hemos disimulado.
Abríguense. Pero no dejen de verla.
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