Ir a una boda, al trabajo o incluso al baño no es lo mismo por culpa de las series. Ellas han cambiado algunos de nuestros hábitos. Los premios Emmy se encargaron el pasado fin de semana de coronar a las series de la temporada. Y en esta ocasión la distinción les correspondió a ‘Juego de Tronos’, ‘Veep’ y ‘The people v O. J. Simpson’, que pasan a formar parte de la lista de títulos que nos acompañan en el día a día y que ya forman parte de nuestras vidas. La importancia de estas producciones es enorme, al haber incorporado su consumo a nuestras rutinas.
Sentimos adicción por ellas, hacemos maratones, nos sirven para generar debates… Su poder es tal que algunos personajes ejercen como modelo de conducta, recordamos frases y diálogos de capítulos que a veces incorporamos a las conversaciones al igual que antes citábamos libros y películas, rememoramos secuencias como si realmente las hubiésemos vivido en primer persona. Pero la incidencia de algunos títulos, de sus protagonistas y de ciertos episodios va más allá y ha sido capaz de cambiar costumbres, hábitos y actos cotidianos que ahora por fuerza nos recuerdan a momentazos seriéfilos.
Me sucede ahora en cada boda que me invitan. Cuando el novio dice aquello de “Yo, Fulanito, te tomo a ti como esposa o esposo…” pienso que va a equivocarse con el nombre de su pareja y se va a liar una bronca en el altar. La culpa es Ross, el experto en matrimonios de ‘Friends’ y en aquel mítico momento en que en lugar de referirse a Emily, la que era entonces su pareja, citó a Rachel. Desafortunadamente las bodas a las que acudo nunca se salen del guión y las parejas llevan todas intervenciones perfectamente aprendidas.
2. Los convites me sientan mal por temor a una Boda Roja
Otra cosa son los convites. En lugar de disfrutar de ese momento, que es más divertido y ameno, y aprovechar para ponerme hasta arriba de gambas y percebes me paso todo el rato controlando las entradas y salidas. Cualquier movimiento sospechoso me hace ponerme en guardia y si por algún motivo alguien cierra las puertas del salón en el que nos encontramos los invitados me temo lo peor. Y es que uno nunca sabe cuándo le puede tocar una Boda Roja en su vida, como la que vivieron los Stark en ‘Juego de Tronos’.
Antes ni reparaba en las personas con las que compartía viaje en un avión. Subía, me colocaba los cascos, abría un libro y ni me fijaba en quién estaba en el asiento de al lado. Ahora es diferente, me pregunto si un médico viajará entre nosotros, si la pareja que se sienta en las primeras filas guardan un enorme secreto con ellos, busco a mujeres embarazadas o a policías vestidos de paisano. Nunca se sabe dónde vas a terminar con esas personas ni si formarán parte de tu día a día en una isla recóndita. O es que los pasajeros del vuelo Oceanic Airlanes 815 de ‘Perdidos’ imaginaban lo que les sucedería en esa travesía. La persona del otro lado del pasillo puede convertirse en el líder de una civilización surgida de la nada.
4.Creo que los restaurantes de comida rápida son tapaderas
No disfruto de las hamburguesas, las pizzas o el pollo igual que antes. Tradicionalmente uno acudía a un ‘fast food’ para dejarse llevar por la comida basura sin pensar en las grasas, edulcorantes o ingredientes poco saludables que ingería. Un placer culpable nunca viene mal al cuerpo. El problema es que todos estos emplazamientos me recuerdan a ‘Los Pollos Hermanos’ de ‘Breaking Bad’ y por impoluto que parezca el lugar o modélico que sea su encargado la sombra de Gus Fring es muy alargada y el temor a una red de distribución de metanfetamina oculta en almacenes siempre acecha.
5. No me siento en el retrete sin un buen libro
Ni los yogures de Coronado ni los de Carmen Machi, lo que va bien al cuerpo es un libro, de Walt Whitman o de otro poeta estadounidense. Nada mejor que repasar algunas páginas mientras dejamos que las fuerzas de la naturaleza sigan su curso y aguardar la esperanza de que alguna revelación importante suceda en ese momento trascendental e inspirador de nuestras vidas. Si le pasó a Hank Schroeder en ‘Breaking bad’ por qué no nos iba a ocurrir a nosotros.
6. Lanzo las pizzas al tejado si están frías
Una pizza fría no vale nada. Y si lo descubres cuando el repartidor ya se ha ido la rabia es absoluta. Tú la estabas esperando como pizza de mayo y el plan se trunca por una cuestión de minutos. En esos momentos es inevitable pensar en Walter White y en la ira que se apoderó de él cuando intentó poner paz familiar firmando la pizza de la paz, pero no lo consiguió. Lanzar la caja al tejado, sobre todo si vives en un edificio convencional, no es tarea sencilla.
7. Imagino a mis compañeros de trabajo bailando en la oficina
Esto es algo que me pasa desde la adolescencia, porque no había serie que se preciase que no incluyese un capítulo musical, en el que los protagonistas demostraban sus no dotes para el contorneo de cuerpos. Este tipo de episodios consistían en que de repente los personajes principales dejaban sus tareas en la oficina u otro espacio de trabajo y se dejaban llevar por una coreografía perfectamente estudiada. A mí me sucede en el periódico, a veces imagino a mis compañeros se arrancan a bailar y cantar, así de repente, encima de las mesas, sobre las sillas, entre las fotocopiadoras… con una armonía entre sí increíble. Y si el estilo es como el de la despedida de Bert Cooper en ‘Mad Men’, mejor que mejor.
8. Pienso en vírgenes de cerámica en vano
Los mandamientos dicen que no se debe tomar el nombre de Dios en vano pero no aclaran nada respecto a las vírgenes y, mucho menos, respecto a las vírgenes de cerámica. Este tipo de representaciones religiosas que siempre han tenido unas connotaciones precisas para mí adquirieron otras, más sacrílegas, por culpa de la señora de la limpieza que trabajaba en casa de Miranda en ‘Sexo en Nueva York’. La mujer no tuvo una idea más ‘feliz’ que retirar del cajón de la mesilla de noche de la protagonista unaparato que ella tenía para darse una alegría al cuerpo de vez en cuando y sustituirlo por un elemento más puritano como es una virgen de cerámica. Ahora es ver alguna similar y recordar la cara de Miranda…
9. Los aires acondicionados los cargan los psicópatas
Vivir en una ciudad como Valencia sin aire acondicionado es una locura porque el verano se extiende durante varios meses a lo largo del año y de cuando en cuando se alcanzan temperaturas desorbitadas. Toparse, por tanto, con un aparato para estos fines es de lo más común. Yo, a la mínima que se despista su propietario, husmeo en el interior para ver si oculta allí una caja como la que escondía Dexter, con los recuerdos de sus crímenes.
10. Voy al Prado y creo que Velázquez puede aparecer
Y si ‘El Ministerio del Tiempo’ no fuese fruto de la imaginación de los Olivares y efectivamente el Gobierno cuenta con un departamento capaz de viajar en el tiempo. ¿Quién estaría al frente? ¿Soria? ¿Gallardón? ¿Rato? Nunca lo sabremos, pero la sospecha está instalada por esta serie de TVE que ha conseguido además que admiremos ‘Las Meninas’ de otra manera, pensando en un Velázquez al que ponemos rostro y que nos cae muy, muy bien.
11. No descarto hablar con las luces de Navidad
Las próximas Navidades van a ser una locura. Prepárense para ver a cientos de personas en sus casas intentando ponerse en contacto con familiares y amigos desaparecidos de una forma estrambótica, dirigiéndose a las luces que adornan su salón. Si a Winona Ryder le funciona en ‘Stranger Things’ quién nos dice que nosotros no vayamos a tener suerte y a recibir respuesta de alguien desde el más allá, iluminando una u otra bombilla. Yo, por si acaso, pienso probar suerte.
12. Espero que Rajoy mire a cámara después de un discurso y nos guiñe un ojo
Yo espero que Rajoy o cualquier otro candidato que finalmente consiga colocarse en La Moncloa no se parezca en prácticamente nada a Frank Underwood de ‘House of cards’, que es un criminal en toda regla. Pero hay algunas prácticas de este personaje que estaría genial que incorporasen a sus rutinas nuestros políticos. O no sería glorioso que el presidente se subiese a la tribuna del Congreso para convencer al resto de diputados sobre algún plan que va a sacar adelante o un impuesto que no va a subir y en un momento dado se girase a cámara y en busca de nuestra complicidad nos guiñase un ojo o nos contase un chascarrillo que lo hiciese más cercano. Algo así como “¿Os habéis creído todo lo que les acabo de contar? Vosotros y yo sabemos la verdad”.
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