Pero volvamos al ayer. La memoria, el pasado a veces idealizado, me sirve para dibujar sonrisas. Para volver a disfrutar de mesas ya compartidas, saborear de nuevo esos platos que me pusieron aquel par de alas en los omóplatos y me hicieron flotar. “Aletea, aletea, sube venga… vuela Cooking, vuela”. Porque me gusta mirar al pasado, tengo sobre mi mesa, una mesa cuadrada y al tiempo redonda, a veces muy alta y otras extremadamente baja… tengo sobre mi mesa, te decía, mi colección de platos llamados a formar parte de la eternidad. Esos que una vez los has probado nunca los puedes ya olvidar. Como si Lewis Carroll lo hubiese impregnado de un hechizo literario.
Platos de los que te enamoras, platos que te hacen palpitar, platos que revolotean en el estómago y te hacen silbar de felicidad. Veo sobre mi mesa tantos y tanto, que me llego a emocionar. “¿Todos ellos me han hecho bailar, cantar, reír, disfrutar, correr, recitar, aplaudir, vitorear?”, me pregunté entusiasmado. Vi la presa que me sirvieron en Fierro, un bogavante inolvidable de Eneko, las añoradas ortiguillas de El Cabanyal, el siempre maravilloso arròs brut del siempre genial Bernd H. Knöller.
Vi decenas, cientos y cientos de platos de los que me enamoré… y aún palpitan con fuerza en mi interior llenando de gozo los días ¿Qué, si no, te supone esta maravilla?
a por ellos
QUE SON 25