Si quieres saber cómo es alguien, observa la forma con la que trata al camarero». Me hicieron llegar la frase unos buenos amigos que tienen un restaurante en Peñíscola (Casa Jaime), a modo de reflexión. Me paré a pensar en ella. Y deduje que eso mismo era aplicable a muchísimos ámbitos de nuestra vida. En todos en los que consideremos que hay una jerarquía. Aunque en mi caso, que soy algo rebelde, eso de que la profesión ponga a unos por encima de otros me parece una solemne estupidez. Porque, al fin y al cabo, todos somos necesarios -cada uno en su ámbito y siempre que no te dediques a ser un parásito- desempeñando la labor que toque. Igual de respetable es quien recoge la naranja en el campo que quien la vende.
Dicho esto, y volviendo al camarero, también es cierto que la mesa me parece como un grandísimo diván, en el que cada uno de nosotros dejamos al descubierto nuestras miserias (o virtudes). Porque ante la mesa, uno se va relajando, se va dejando llevar y acaba siendo tal cual, despojado de envolturas falsas (salvo que se trate de un acto protocolario). Se ve si uno es educado, un refinado, un quisquilloso, un glotón, un conformista, un déspota, un nostálgico y hasta un poeta. «Verde que te quiero verde. Verde viento. Verdes ramas..», te recita quien más y quien menos frente a una ensalada.
Ante la mesa, descubres al tímido y al charlatán, al chistoso y al generoso («ponte más, que tú has comido menos»), el que tiene espíritu de madraza («no me has comido nada») y el que si no te espabilas se lo come todo (como pasa en la vida con aquellos que arrasan sin mirar por dónde pasan). Ante la mesa, el sabio sabrá igual de política y astrofísica que del umami, lo que significa y de lo que es para la cocina asiática. Y te hablará del quinto sabor en danza, más allá de lo dulce, ácido, amargo y salado. Sabores y sin sabores desvelados a pie de mesa, a donde uno puede acabar bailando sobre ella o durmiendo la borrachera.
Ante la mesa nos descubrimos. Si somos blancos o negros, grises o transparentes. Invisibles. Como un camarero. Ese que te sirve para hacerte feliz, no para que tú le hagas infeliz. El riesgo que todos corremos, eso es así, es creernos de verdad reyes en ese castillo que construimos cuando entramos a un restaurante o bar como comensales con galones y ganas de mandar. En realidad allí todos jugamos a un mismo juego. Disfrutar comiendo. Lo demás es hacer el patán. Ni menos ni más.
Un camarero, un enfermero, un médico, un banquero, un político, un dentista, un sepulturero, un cronista, un loquero, un artista o un balsero. Sea quien sea a quien tengas frente a ti no deja de ser tu reflejo.
Besos y buen provecho.