Imagina un bar de tapas. Imagina ahora que ese bar de tapas está modernizado, repleto de guiños, de historias que quieren contarte algo. Un árbol, mil pájaros, sombreros volando… Imagina ahora que cuando estás allí, siempre estás viajando. Transitando por calles de países asiáticos. Birmania, Vietnam, Japón, China, Thailandia… Ahora abre los ojos y descubrirás que estás en…
un viaje a la cocina oriental con pasaje de bajo coste
Reportaje fotográfico: Jesús Trelis
Señoras y señores, suban a su grulla. Partimos.
“Naomi y Toshiro son dos niños que vivían en la Hiroshima de 1945. Unidos por el cariño y el afecto, el verano los sorprendió con un sol estallando. Es la bomba atómica. En un acto de amor incomparable, Toshiro hará con sus manos mil grullas para salvar a su amiga”. Ésta es la sinopsis de un cuento que Vanessa Lledó tiene en la entrada de su restaurante/taberna (me gusta la palabra taberna). Es un cuento de la escritora argentina Elsa Bornemann que posiblemente alguien le regaló. Junto a él, tiene una grulla dorada encerrada en su urna de cristal. A modo de bienvenida al pasajero que se mete en ese espacio, algo frío (ese día) pero agradable, acogedor y donde, por encima de todo, sobrevuela la amabilidad.
Es un sitio, además de lo que te he contado, original. Tanto que una vez estás dentro, descubres que sobre tu cabeza deambulan mil grullas color púrpura. (Digo yo que serían mil). Todas colocadas a su libre albedrío sobre un árbol dispuesto a cobijarte durante tu viaje. Y no creas que es una casualidad. En realidad, la historia de las mil grullas es más estremecedora de lo que aparenta.O cuanto menos, con una carga melancólica bien potente.
Como buen viajero que es este espía que te escribe, metí el hocico en ese amasijos de historias que deambula por la red y descubrí que significan ese millar de pajarillos de papel:
Dice una leyenda japonesa que quien haga mil grullas de papel podrá pedir un deseo a una de ellas. Y se lo concederá. Y cuentan que esas mil grullas acabaron convirtiéndose en símbolo de paz en Japón, gracias a la historia de Sadako Sasaki (1943-1955).
Sadako era una pequeña niña japonesa que deseó curarse de su enfermedad producida por la radiación de la bomba atómica (leucemia) construyendo mil grullas. Aunque lamentablemente falleció.
Eso sí, hubo mil grullas, y sus compañeras de colegio le enterraron con ellas. Y la historia ha ido volando de un sitio a otro con sus versiones distintas, pero siempre con ese halo mágico y a la vez tierno, melancólico y algo triste, que acompaña a ese pajarito de papel que te habla de paz“.
En casa de Vanessa y su equipo esa paz se respira. Hay profesionalidad y se nota cariño por lo que se hacen. Eso ya te encamina a que el viaje que vas a hacer con ellos tendrá un final feliz. Y así fue el mío. Un viaje feliz. Sin ruido. Sin grandes algarabías. Pero feliz.
Me senté en una mesa, bajo una lámpara que era un bonito sombrero vietnamita de bambú. Viendo su lazo y las florecillas cerré los ojos y me dejé llevar por las grullas.
-¿Qué vais a tomar?
-No sé… ¿qué debemos tomar? Lo que consideréis…
-Oh! perfecto!!!
Mil grullas te ofrece, con las garantías de una buena compañía aérea pero a la vez con precios muy ajustados, una fantástica (muy recomendable) travesía por bocados -tapas asiáticas, les llaman ellos- que van desde Camboya a Malasia, de Tailandia a Vietnam, de China a Japón, sin dejar de pasar por Singapur. Bocados a través de los que uno puede callejear con su imaginación por los lugares más recónditos del mundo oriental. Como si un haikú de Buson te atrapara y tú, volaras.
Luna fría.
El cielo sin límites
del templo sin puerta
EL VIAJE
Primera parada. Japón. Pollo Karaage. Un pollo rebozado a partir de la técnica japonesa en el que la carne ha sido maridada con soja, jengibre y ajo. Y es posible que sake. Es un plato típico de las casas niponas y de sus fiestas populares. Una manera deliciosa de empezar nuestro paseo. Iba acompañado de una salsa de brotes de hierbabuena. Muy rica. Para comer y no parar.
Segunda parada. China, por ejemplo. Bao de secreto ibérico. El tradicional panecillo asiático hecho a vapor, que ha conquistado las cartas de muchos locales, aquí es una opción a tener muy en consideración. Es resultón. El panecillo está frito después de hacerlo al vapor y, la verdad, me gusta porque le quita ese toque elástico que tienen algunos baos. Rico. De nuevo, fácil de comer y divertido. Me gusta.
Tercera parada. Corea, por ejemplo. Gyoza de Shaomai ibérico y gamba. Un bocado sabroso. Muy bien hecho. Tiene un algo que te atrapa. Ligero, cálido…. Muy callejero, al tiempo, y muy chino, japonés, coreano. Quizás de los platos que más te trasladan a Asia. Y tú, sonríes.
Cuarta parada. Vietnam. Bánh Mi. Bocadillo vietnamita que, de nuevo, te conquista. Me gusta su toque picante, al que le puedes añadir, si quieres, más vidilla. Te lo sirven, de hecho, con su salsa. Lo cierto es que, llegado ese momento, uno ya sabe que en Mil Grullas disfruta. Y que es un sitio para eso, estar bien, conversar sin corsés ni superficialidades. Vietnam, sí…
Quinta parada. Sur de China. Youtiao Char Siu. Cerdo barbacoa a su manera. Fue el bocado que más gustó. Eso es así. Pura potencia. Sabores intensos, divertido. De nuevo para pringarse y gozar. Merece un haikú tradicional.
Con sólo cruzar la puerta
yo también soy viajero.
Crepúsculo de otoño
BUSON
Sexta parada. Costillas. Con su arroz thai y maceradas con sus salsas asiáticas. Para mí, el más prescindible de todos los bocados. Aunque estaba bueno. Entiendo que quiera tenerlo en la carta… Sin más.
Parada dulce. Los postres. Mochi de chocolate, fluffy naranja y kumquat, y crema de cacahuetes. El último, mi preferido. Aunque entre nosotros, a este viajero le va el primer tramo de este viaje: los bocados. Y también entre nosotros, ya tengo ganas de volver para probar más. Y con más marcha. O sea, fuego oriental. Iremos.
EN RESUMEN
Una cocina divertida, viajera, repleta de sabores, a un precio más que razonable (a mí me costó unos 22 euros por persona con bebida), que tiene un trabajo de reflexión detrás pensando en el público que se quiere cultivar. Vanessa Lledó, que creo va bien acompañada por buenos profesionales, ha hecho un buen trabajo. Rodará e irá a más. Hay chispa en su historia. Hay pasión y, sobre todo, hay mucha fe con lo que se hace. Creo que hay mucho recorrido, que la idea va a darle para mucho más. Para suerte nuestra 😉
Vamos a seguir su ruta. Y nosotros seguiremos con la nuestra. Como las grullas. Siempre a lo Mister Cooking. En son de paz. Eso nos va.