MIGUEL A. HOYOS
Editor del Telediario de Fin de Semana de TVE
MODESTA ESPAÑA
RBA
256 páginas
18 euros
Vamos a ver: me fascina Spinoza. Por lo que le he leído y por lo que no le he leído. Por la imagen que transmite del mundo y por la que yo me he creado de él. Siempre he dicho que en lo más profundo de una borrachera soy capaz de recitar a Spinoza de memoria. No sé si es cierto, pero tal vez lo sea.
Cuando conocí a Enric Juliana tuve la sensación de estar ante Spinoza. Juliana, adicto a las metáforas, seguro que me permite esta.
La filosofía de Spinoza constituye uno de los aparatos de conceptos más minucioso del mundo pero nada de eso tiene sentido si no se pone al nivel en que lo ponía Spinoza: la vida.
Juliana es amigo de los conceptos, de las metáforas, de los datos, es decir, del pensamiento. Es el gran racionalista, y el gran observador político, como Spinoza. Juliana entiende, como Spinoza, que la razón está habitada por afectos y que el devenir racional y el devenir libre en un estado es un camino a partir de las pasiones. Y tiene, como Spinoza, una poderosa inclinación carnicera: tiende a descuartizarlo todo.
En “Modesta España” ( tercera entrega de una trilogía asombrosamente premonitoria que empezó con “La españa de los pingüinos, 2006” y siguió con “La deriva de España, 2009”) , empieza descuartizando un mapa, descuartiza la segunda parte de El Quijote, eligiendo cuidadosamente las vísceras oportunas para que su guiso tenga un sabor común, una coherencia, y sobre todo descuartiza lo establecido, en busca de ese ideal que es entender de dónde vienen las cosas y por qué se veían venir.
Modesta España es tanto una radiografía como un diagnóstico con receta incluida. La radiografía de la España de la burbuja, de la de la gran depresión, de la España de las autonomías, o si lo prefieren de las dos ( y hasta tres) Españas, de la España en la que se aloja Cataluña, y las tensiones que las unen y desunen. De la transición y sus transacciones, de la iglesia y sus vocaciones, de esta modernidad tan antigua. Pero Modesta España es antes que nada un manual para entender lo que vivimos, para pensar lo que vivimos. Un libro sobre la actualidad llamado a convertirse en un libro de
historia. Un libro de pensamiento hecho con pensamientos.
Un inciso sobre Enric Juliana. Juliana como el caballero del Verde Gabán al que él invoca, es un periodista poco habitual. Quizá en extinción, quizá perteneciente a una familia periodística de baja natalidad que ha alumbrado pocos vástagos. Juliana viaja por España y conversa con gente. Come con gente, cena con gente, escucha a gente. Elige bien a esa gente. Individuos que se identifican con sus sociedades y que identifican a esas sociedades. No son los más notables, o al menos no los más notorios, y por eso no son los más condicionados. Busca individuos lúcidos, olfatea la lucidez para que le alumbre.
Este libro está hecho de conversaciones, de lecturas y también de datos.
Las conversaciones y las reflexiones dan lugar a planteamientos provocadores y a incisivas valoraciones. Aznar soñaba con ser “el Gran Tutor”, el “Vladimir Putin español”. Una “fusión fría de Cánovas y el banquero March” ( deslumbrante definición). Zapatero era “el secretario provincial de León” propulsando la “paz perpetua de Inmanuel Kant”. Un político al que “no le interesaba demasiado la economía ni la política exterior” un hombre “seguramente bien intencionado que abusó de las astucias aprendidas en la política provincial”. Y Rajoy, aferrado a su “cuaderno azul”, de bitácora, sorprendido por el empeño de los vientos en soplar por su cuenta y al frente del “partido alfa”, uno de los grandísimos, hilarantes, certeros e imprescindibles hallazgos conceptuales de este libro.
Produce escalofríos cómo se demuestra tan claramente (la conversación de Miguel Sebastián, por ejemplo) que la crisis era predecible, que la anatomía de nuestra economía no soportaba el ejercicio de crecimiento al que se le estaba sometiendo, el autoengaño o engaño a secas de los dirigentes, por abandono, por dejación, por confiar en un “aterrizaje suave”, en entelequias. Produce desasosiego cómo nos enfrentamos a la gran crisis: “con el cluster foral, la gran capital insolidaria y el sur que necesita ayuda” (…) “y el Levante, que genera el 40% del PIB español, lastrado por la deuda”. Con casi
tres millones de funcionarios, con 17 virreyes y sus palacios a los que la bajada repentina de las aguas ha dejado con los bajos al aire…y con ese peligro de “mexicanización” del sur de Europa…
La radiografía de paisaje y paisanaje es finísima. Y también hay lugar para el humor, para la ironía, para la ternura (el niño Enric aprendiendo sus primeras letras con la cabecera de La Vanguardia simboliza la verdadera dimensión del periódico de papel y atrapa al lector desde el principio, lo coloca a favor de obra). Y hay personajes tan reales que son dignos de la ficción: el trazo de Pascual Maragall, cargado de contradicciones, es digno de una novela. De hecho la fuerza novelesca del personaje le roba a Juliana páginas centrales de su obra. Y lo aboca a una reflexión agridulce de su
Cataluña, quizá menos distanciada de la que hace de España, de las Españas. Hay provocaciones y pistas tan pequeñas como estimulantes: atención al futuro político del juez Garzón y el futuro del PSOE, la relación del final de ETA con la crisis económica, la recomendación de observar en los proximos tiempos el devenir de las empresas del IBEX 35, la necesidad de revisar el “Luxemburgo”
vasco y navarro y la excepción insolidaria del Gran Madrid ( eso antes de conocer que además, generaba enorme deuda..)…Y hay intriga de la buena, la mejor tal vez, y como debe ser, de la mano de la Iglesia…deliciosa la ascensión y caída de Losantos en la COPE, o el delirante juego de El Mundo… Siempre, en todo, hay un observador que no se conforma con los tópicos, con lo establecido, que desmonta con los datos, con la información, con la perspectiva necesaria, el escenario de cartón piedra fabricado por unos y otros.
Juliana es, como Spinoza, ambicioso. Va a lo más profundo y a la vez abarca, tiene una amplitud máxima. Pero el pensamiento de Juliana, como el de Spinoza, tiene varias velocidades. Hay en él también un pensamiento relámpago. Las demostraciones sufren contracciones, y se instala un pensamiento contraído, a toda velocidad. Esos momentos generan un placer único, el que da la
lectura de un buen ensayo. Juliana contiene el relámpago con una clara vocación de unir, de ensamblar ( paradójica necesidad proviniendo él de la “España asimilada”). Y también con una diáfana intención de responder. No pretende sólo cuestionar, también responde. Y responde desde el principio para poner a prueba la respuesta. Una “respuesta-hipótesis” que es el personaje principal
del libro. Y la respuesta es la modestia. “La modestia frente a la prepotencia, la ponderación frente al aventurerismo, la mesura frente a la gratuita excitación, el cuajo y la solidez frente a la vacuidad ideológica. El moderantismo de Don Diego de Miranda ( el Caballero del Verde Gabán) como razón práctica de la España que durante veinte años deberá trabajar duro, muy duro, para levantar cabeza….”. Modesta España sugiere según el propio Juliana la idea de un pacto. “Modestia como virtud cívica. Modestia de los de arriba y aguante de los de abajo. Sacrificios pactados a cambio de una mejor vida civil. Diálogo franco con la realidad y corrección del carácter”.
Spinoza procedía de una familia de judíos sefardíes que huyó de la persecución religiosa de la península ibérica y se refugió en Amsterdam, un núcleo de tolerancia en aquella época. Cuando ya no le perseguían por su religión, Spinoza sintió que podía abandonarla. Para sobrevivir se dedicó a pulir lentes para instrumentos ópticos. Juliana ha hecho un camino a la inversa. Ha dejado varios remansos de tolerancia para con él (Barcelona, Roma, Budapest), para adentrarse en la siempre algo intolerante Madrid. Pero para sobrevivir se ha dedicado a lo mismo a lo que se dedicó Spinoza: a pulir lentes con las que mira y nos permite mirar, como si él fuera un instrumento óptico. Y también se ha dedicado a pensar, por cierto. De la relación de Spinoza y Juliana con Dios hablaremos otro día. O quizá, ya lo hemos hecho.