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Héctor Esteban

El francotirador

El socorrido País Valencià

 “Aprobada la Constitución fue, en su marco, donde la tradición valenciana proveniente del histórico Reino de Valencia se encontró con la concepción moderna del País Valenciano y dio origen a la autonomía valenciana como integradora de las dos corrientes de opinión que enmarcan todo aquello que es valenciano…”

(Preámbulo del Estatuto de Autonomía de la Comunitat Valenciana)

 

Mi abuelo paterno, mientras regaba la huerta del chalé, siempre me regalaba con despectivo cariño un sonoro “churro” mientras me veía huir a pie, en bici o en moto de las tareas de mantenimiento de la residencia veraniega. La dedicatoria la vinculaba a ‘mi’ lengua oficial, el castellano, pese a que els arrels en casa no podían ser más valencianos en sus tres cuartas partes. Donís, como se llamaba el iaio, se crió y se curtió en Campanar y se casó con Amparín, nacida en Francia pero criada en Benifairó de Les Valls. Por el otro lado, Virtudes, mi abuela materna, nació y creció en Albalat dels Tarongers para madurar ya como adolescente en Chiva, donde se casó con Eduardo, el ‘culpable’ de que el castellano se impusiera en mi casa. En séptimo de EGB,  el padre Puig, alias ‘el Dimoni’, inauguró en los Escolapios mi primera clase de valenciano, una lengua que para mí transitaba en casa de oídas.

Vivo en Chiva, donde al jamón muchos le llaman pernil, la mala hierba es brosa (sí, con un s) y agranar es barrer. Pero también donde la influencia aragonesa hace que el gos mute a ‘perrico’, el gat a ‘gatico’ y el pardal a ‘pajarico’. Nunca me sentí menos valenciano que nadie.

No me gustan ni los himnos, ni las banderas ni las fronteras. Asisto a los debates sobre los símbolos desde el córner y soy testigo atónito de batallas identitarias propias del siglo pasado para tapar desmanes presentes y huchas vacías. Y temo a los nacionalismos, centralistas y periféricos. Ni comulgo con la unidad extrema de la Nación ni siento formar parte de entelequias vía ‘països’ tan colonizadoras como la primera.

El PP valenciano ha sacado a pasear otra vez el debate de las señas de identidad. Para esto sí ha mirado a Cataluña, donde Artur Mas ha dictado que es el momento de la independencia de un pueblo que paga por la atención sanitaria y para que su hijos coman con fiambrera en los colegios. Una pose fotográfica que se solucionará con lo de siempre, con aquello de la pela. Las esteladas al aire permiten que se hable de todo menos de lo importante, de una crisis que cada día que pasa es más puta.

Los populares valencianos, visto el éxito, han tirado de esa pócima mágica. Como los catalanes, pero a la inversa. Fabra ya se subió a la tribuna en el debate de política general para reivindicar la marca Comunitat Valenciana que, en aviones, camisetas deportivas y pabellones turísticos, le ha costado a los valencianos mucho dinero de sus bolsillos, tanto en A como en B. Fue el preámbulo del remake de la batalla de Valencia que quiere poner en marcha el PP borrando del mapa, como adelantó LAS PROVINCIAS, el término País Valencià. Estrategias políticas de pura distracción.

 

Mentar a la bicha pone de uñas a los grupos de la oposición. Incluso a aquellos como el PSPV que, con una crisis de identidad galopante, intentaron eliminar el PV de su nombre oficial en favor de Socialistes Valencians y ahora, con la falsa renovación de vuelta, recuperan el País Valencià como bandera mientras en Les Corts cayeron en la emboscada del PP: se abstuvieron en la propuesta de eliminar la denominación moderna. Ximo Puig, en el diván del psicoanálisis, cuenta al doctor su propuesta de federalismo solidario que nadie tiene en cuenta. Ni por peso ni por nombre.

El Bloc hace tiempo que renegó de sus primos de CiU y cercó la parcelita respecto a Acció Cultural, que durante años se nutrió de las partidas económicas del pujolismo. Con Eliseu no se terminó bien pero ahora con Mira, que es gent del partido, quizá haga bueno el refrán de que no se le pueden poner puertas al campo. Los nacionalistas, en su congreso (no en este sino en el anterior), ya abrazaron el himno del maestro Serrano y la Senyera con franja azul. Morera le dio tinte de normalidad a la situación para ampliar el espectro electoral y, como pasó en el último cónclave, trata ahora de disimular los gritos de independencia escuchados en la aprobación de una moción a favor de la autodeterminación. Los procesos de desintoxicación, por llamarlo de alguna manera, tienen recaídas y el líder nacionalista no pudo evitar fotografiarse con la estelada ni Nomdedéu desde Castelló brindar en twitter al grito de independencia.

Los más listos, quizá, los de Iniciativa del Poble Valencià, que tienen a zorros viejos como Pasqual Mollà y que saben que el Poble, a fin de cuentas, es más hogareño que País o Reino.

El debate sobre las señas de identidad es el comodín popular cuando sobre la mesa hay bastos. El problema es que ahora no hay ninguna Unión Valenciana que engullir y todo lo que surge al estilo lizondista se queda en imitaciones con fecha de caducidad y, en algunas ocasiones, con maridaje ultra que huele a kilómetros. Una advertencia, Lizondo hubo uno y no habrá más.

 

Sentandreu al ataque contra Laporta

En el lado de los països, lo mismo: miseria. Vi llorar a independentistas en el Astoria con el mesías Laporta que, semanas después de gritar en la plaza de los patos “Visca la Terra Lliure” y ser zarandeado por García Sentadreu y los suyos, dejó en la estacada a Solidaritat para buscarse la vida con Democracia Catalana.

Al calor de estos debates, se nutren partidos como la UPyD de Rosa Díez y Toni Cantó que abrigan a todos aquellos desencantados con los mayoritarios y que por castigo despositan su voto en opciones que engordan por la desafección de la política. Cantó sabe interpretar.

Como pueblo, como ciudadano, como valenciano, me interesa que todos, la izquierda y la derecha, se unan para pedir financiación, infraestructuras, atención sanitaria, educación, dependencia, protección social, empleo… por encima de banderas, himnos y fronteras. Y exigir, si se puede, siempre por encima de nuestras posibilidades. Y si hay que mirar a Cataluña para hacer fuerza, no vivamos con antifaz, como apuntaron hace unos días los empresarios valencianos. El tercer carril ferroviario lo pone todo a huevo y que nadie se olvide que enganchará el norte de Castellón con les terres de l’Ebre. Se puede hacer gala de valencianismo de mil maneras.

Porque el ridículo ya lo hacemos bastante, incluso cuando mandamos a diputados a defender modificaciones de leyes, como la del Deporte, para que se respeten nuestras señas de identidad y luego no la vote ni el Tato ni González Pons, que a fin de cuentas fue el que la parió y defendió en Les Corts Valencianes.

Mientras aquí nos pegamos, en la Meseta, aquellos chulapos de gastronomía de cuchara, se ríen de nosotros con ese asqueroso Levante feliz. Ni Reino, ni Comunitat, ni País.

Y termino de la misma manera que me daba las buenas noches mi abuela, la nacida en Francia, con raíces de Benifairó de Les Valls y que vivió como empleada en la calle de Cabillers de Valencia:

“Había una vez un valenciana que alojó una noche a un soldado español durante la Guerra Civil. No sabía hablar castellano y dijo aquello de:

Soldato,

el llito esta feto,

gitese si volo,

que ahí tiene el cresolo”

La anciana cobró y el soldado durmió, a pesar de la AVL, que ni está ni se le espera.

En todo esto, como valenciano, que no cuenten conmigo. Ya no estoy para tonterías.


Por Héctor Esteban

Sobre el autor

Periodista. Me enseñaron en comarcas, aprendí en política y me trastorné en deportes. No pretendo caer bien. Si no has aparecido en este blog, no eres nadie.


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