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Los jueves, Miércoles come espaguetis a la carbonara. Lo sé porque me he aprendido qué come a lo largo de toda la semana para acordarme de ella. Los jueves le sirven espaguetis, después roti de pollo y fruta. Es el mejor menú que se puede disfrutar en Valencia. Ya me entenderás. Aunque muy posiblemente no me van a salir las palabras adecuadas para explicártelo. Al menos, no como se merecería que te contara su historia. La historia, insisto, del mejor menú…
Un menú que va de aquí…
hasta allí…
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Quizás debería vender mi alma a los maestros de las letras, ponerme en sus manos y pedirles que me inspiraran, que hicieran grande esta fábula muy real y que con su ayuda lográramos que la leyeran cientos, miles de personas… No por mí, claro. Si no por ella. Y por sus hermanos. Los 70 se merecerían que todo el mundo les conociera. Que todos supieran que allí, en esa hermosa casa que rezuma una estremecedora felicidad silenciosa, vive un ángel. Bueno, viven varios… y tienen la sonrisa eterna. Y la mirada serena.
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El mejor menú de Valencia se sirve en una casa en la que viven setenta personas. La más joven tiene tres años. La mayor, unos 90. Todos ellos comen lo que les preparan cinco hoteles de Valencia. A veces uno de lujo a orillas del mar, a veces un hotel que parece un palacio junto al viejo cauce del Turia. Siempre, en cualquier caso, menús con un objetivo: alimentar a gente muy especial. De esas que te perfora el alma, te zarandea el ánimo y acaba conquistándote hasta el aliento. Gente pobre de solemnidad. La más pobre. La que llega desamparada hasta esta casa después de no encontrar a nadie que les de cobijo. Gente pobre y atada a una discapacidad, a una enfermedad incurable, a una limitación que llena de vericuetos su travesía por la vida..
Gente de la que te enamoras no por su belleza, ni por su dinero, ni por su forma de hablar…
sino porque son como son. Sin más.
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No te voy a enseñar sus rostros. No me lo han permitido. Tampoco quería. Ni debía. Pero sí quiero que te los imagines. Que cierres los ojos un instante y te vengas conmigo hasta los pasillos de su casa.
Imagínate a una pequeña de tres años, en su silla de ruedas, empujada por una VOLUNTARIA,
atravesando el pasillo de la tercera planta del Cottolengo.
Allí iba ella, con sus tres añitos…
Le toqué la mano y el CORAZÓN me dio un vuelco.
“Envíales un beso”, le dijo Virginia. Ella se acercó sus dedos a la boquita y, con un fuerte impulso, el beso de mi pequeña salió volando por todo el Cottolengo, iluminando los pasillos, los rostros del resto de residentes, de las monjas, de los voluntarios, de los trabajadores… El beso salió volando de un sitio a otro como un bálsamo de serenidad.
De felicidad.
DE ENERGIA POSITIVA.
De pronto, lo sentí en mi mejilla. Y sentí dentro mí que la pequeña que llevaba puesto aquel babero blanco y amarillo se había colado en mi corazón. La pequeña del babero blanco y amarillo en el que tenía bordada la palabra MIÉRCOLES se coló por mis venas, revoloteando por ellas, jugando con mis sensaciones, con mis sentimientos… Sentí un escalofrío. Descubrí entonces que estaba ante un ángel.
Un ángel llamado Miércoles…
El ángel del Cottolengo es una pequeña de tres años que padece una discapacidad mental y que ha logrado tener una hermosa familia con 69 hermanos…
“La gente dice: Pobrecitos, están enfermos, pobrecitos… pero yo les digo que no son pobres enfermos”, me dijo Virginia. Los habitantes del Cottolengo están por encima de eso. “A ellos los queremos no porque estén enfermos, ni por su belleza, ni esas cosas…; sino por ellos mismos. Hay mucha gente ahí fuera que aparenta ser feliz, que tienen muchas cosas, pero de verdad no lo son. Ellos sí. Aquí son felices, tienen cubiertas sus necesidades básicas y encuentran el abrazo, el cariño…”
La hermana Virginia, la jovencísima directora del centro, es algo así como la madre que organiza el engranaje de este gran hogar. No quiere protagonismo. Se considera sólo una más de la familia. Unas manos más en este pequeño inmenso mundo que los que deambulamos por la ciudad ignoramos, desconocemos o simplemente queremos olvidar para vivir tranquilos. Al margen y desalmados.
Pues ahí se come el mejor menú de Valencia. Ahí, tras ese jardín que respira. En ese palacio de la dignidad llamado Cottolengo. En esa hermosa casa con tres plantas. En la primera, las Buenas Hijas. Las mujeres que viven con una dependencia más profunda. En la segunda, las más mayores y la capilla. “Es el corazón del Cottolengo“, me dice la hermana Virginia. En la tercera, las niñas y las jóvenes. Allí vi precisamente a esa pequeña que decidí llamar Miércoles (para mi historia). Mejor dicho, ese ángel llamado Miércoles. Que llenó de luz y color mi historia…
En las tres plantas hay salas repletas de camas con sus mesillas de noche. Sobre una de ellas, de las mesas, reposa una fotografía en blanco y negro. Quizás la herencia recibida de una madre que partió. Y en todas ellas, en todas las camas, un peluche, una muñeca, una sonrisa… Un guiño de felicidad, una manera de suavizar lo que, para los que venimos de fuera, nos parece una realidad impactante. Una realidad que después, cuando la asimilas, se transforma en algo hermoso. En un hermoso milagro –aseguran las nueve hermanas de la Congregación de Servidoras de Jesús del Cottolengo del P. Alegre – fruto de la providencia.
De pronto, un grito en mitad de uno de los pasillos: “¡Guapo!”… Mister Cooking que se crece. Ellas que ríen felices. Todos intercambiamos miradas de complicidad. Es viernes, en unas horas llegará la comida del día. Toca ensalada, legumbres, frutas… Si es lunes, comen albóndigas estofadas del Hotel Meliá. Si es martes, pollo con guarnición. Los miércoles, del NH Center les envían setenta raciones de arroz. Los jueves, roti de pollo desde el Hotel Las Arenas. Y el viernes, ISS Soluciones Cátering les hace legumbres. (Sólo he puesto los segundos platos). Todo gracias al Rotary Club Valencia-Centro. Son los que hacen posible este pequeñito milagro dentro del gran milagro. Y los que me han abierto la puerta a esta inolvidable aventura.”Es abundante el menú”, me confiesa la directora del hogar. Ella nunca pedirá nada. Siempre vería abundante la aportación de otro. Son así. Pura esencia de vida. Yo lo haría por ella. Pedir ayuda. Diría a la gente que se volcara en colaborar con ellos, en hacer todavía más especial el menú que allí se sirve. Un menú que, como el que gracias al Rotary Club Valencia-Centro llega cada día, tiene como especial ingrediente la dignidad. Dignidad sazonada con sonrisas, la dulzura de la tranquilidad, la sal de la felicidad… El aceite de la vida.
Eso que ellas llaman PROVIDENCIA.
Acuérdate… si es jueves, Miércoles comerá espaguetis a la carbonara.
El equipo del Hotel La Arenas de Valencia, preparando el menú.
Le di la mano a Virginia antes de marcharme. Ni siquiera me atreví a darle dos besos de despedida. (Es el míster Cooking más cobarde que recuerdo de mis últimas aventuras). Pero prefería la frialdad. Era tanta la efervescencia que brota en mi interior que con un poco de calidez más igual me echaba a llorar. Y eso delante de la Gran Familia del Cottolengo sería una injusticia terrible.
Me fui poco a poco. En mi cabeza fluían imágenes y palabras. Y cierta rabia interior por ser tan cobarde. Por no ponerme el delantal de la solidaridad y empezar a gritar fuerte: “Hay que ayudar a esta gente”. “Y aplaudirla….“. Y entonces, mi cabeza entró en ebullición. “Debería traerle a Miércoles un postre de Carito Lourenço (El Poblet). Sus deliciosas violetas quizás… ¿Y si un día le enviamos un pastelazo de Paco Torreblanca y en el Cottolengo celebran sus setenta y pico años de existencia? ¿Y si hablo con Jesús Machí y organizamos un desayuno solidario en la Casa Milagro? Pensé en Steve, y en el duende del Restaurante Riff, y en los hermanos Rausell… En Quintana y en los amigos de La Sucursal. En todos los que hacen grande el delantal de nuestra tierra…
“Un día te voy a llevar a comer croquetas de Pollo a L’Ast a casa de Ricard Camarena, te encantarán querida Miércoles… Y verás qué melocotón mágico más delicioso tiene. E iremos a la playa, a Dénia, al castillo de Quique Dacosta. Y le diremos al Chef: ¿nos haces una sopa de cocodrilo como la de Noa? ¿Y unos huevos de oro?…“
Pero entonces apareció ella, mi ángel del Cottolengo, en mitad de mi sueño…
“No hace falta tanta historia, ni tantos inventos… Sólo que sepáis que estamos aquí, que somos felices, que existimos... Nada más“
Le dije al ángel del Cottolengo que podría traerles a Quique Barella y hacerle un arroz de los suyos para todos. Y a Elsa, su mujer, y repartiríamos torrijas de horchata. O hablaría con Begoña Rodrigo y seguro que les encantaría descubrir su tenderero de las maravillas. O Belén Mira, que les haría los garbanzos a la marinera de La Pitanza.
“Si querida, ¡un día nos vamos a comer ensaladilla a Saiti, de Vicente Patiño…!”
Pero ella, de nuevo, pidió silencio.
“No, no Cooking… No entiendes nada”, me dijo. “No es eso”. “Solo recordar que estamos aquí, eso es lo que necesitamos… Ese es el mejor menú que nos podéis servir, que me puedes servir. Que vivas recordando siempre que en lugar llamado Cottolengo está tu amiga Miércoles… y que nos ayudes sólo a seguir viviendo con dignidad“
Y enviando un beso al aire, el ángel se esfumó. Feliz por haberla conocido y triste por lo injustos que somos, me marché convencido de haber descubierto el mejor menú de Valencia…
El Menú de la Dignidad
POR CIERTO…
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