A veces tenerlo todo no basta. Al final siempre falta algo. Eso puede ser lo que le ha pasado a ese restaurante por el que tengo, siempre intento ser muy sincero, cierto cariño. Quizá porque siempre me hizo gracia entrar allí y encontrarme con esos monos y ese niño metidos en su fábula. Lo tenía todo para triunfar, pero a veces, las cosas son así, hay algo -soy incapaz de decir qué- que lo impide. En la calle Finlandia, este fin de semana, Quique y Elsa sirven el último menú de Q de Barella, y aunque esto sea sólo un punto y aparte en su carrera, un respiro para organizar ideas y volver a empezar, mister Cooking quiere estar con ellos. Aunque sea con un simple puñado de palabras. Sus palabras.
En cualquier caso, estas líneas que ahora comparto contigo, querido (o querida) cómplice de este espía, no busca ser una despedida melodramática de nada. Más bien al contrario. Busca ser un baño de realidad, una galería de recuerdos compartidos y, sobre todo, un plus de vitaminas para seguir soñando. Seguir caminando. Porque en esta gastronomía nuestra de cada día queda mucho por hacer y es fundamental seguir todos de la mano. O al menos todos juntos empujando.
Empezamos a escribir el último menú de Q de Barella. Un menú especial que dará paso a otro repleto de nuevos proyectos, nuevas metas, nuevos tiempos. El tiempo irá marcando el paso.
Q de Barella deja tras de sí empapadas en las paredes de ese local que ya acogió a otros ilustres de la gastronomía, un puñado de vivencias e historias. Desde la reelección (creo que fue reelección) de una presidenta de la Academia (Cuchita Lluch sabrá rectificarme o confirmarme) hasta pequeñas historias de amor (peticiones de mano incluida, que a uno le consta), conversaciones intensas y risas llenas de complicidades de clientes que fueron a buscar la cálida cocina de Barella. Bonachona, bien intencionada, refinada… siempre intentando evolucionar para conquistar. Q de Barella deja a sus espaldas tres años de historias. Decenas de menús.
Haciendo de espía, allí por el mes de enero, me senté con Quique y Elsa -22 años unidos por la profesión y el corazón- para hablar de cocina y de la vida. En aquel momento, luchando siempre con esas dificultades que conllevan muchas cosas de la profesión, Quique Barella soñaba con platos llenos de energía y vidilla. La casquería era parte de su nueva propuesta. Siempre buscando innovar, progresar, atrapar. Anguila con lenguas de pato. Crestas con chipirones. Atún marinado con guacamole y careta de cerdo… eran sus últimos sueños emplatados.
Pero esta travesía por el mundo de la cocina, en la que ahora hace parada y fonda para reorganizar ideas y buscar nuevas metas, el cocinero valenciano la inició hace muchos, pero muchos años. «Todo empezó en un barecito muy humilde que tenían mis padres en la calle Los Hierros», me contó en aquella entrevista. Bar Toni se llama ese local en el que un adolescente Quique Barella fue creciendo ante una barra por la que rodaban bocadillos de atún con olivas, chatos de vino y carajillos. «Si te crías en un bar, a los 18 años ya hablas latín», me explicó en aquel momento entre risas.
Fue el inicio de esta aventura culinaria que un buen día de diciembre le llevó hasta su media naranja. «A Elsa la conocí en 1994, dos meses después de entrar en el CDT a estudiar; desde entonces estamos juntos. La historia de Quique siempre va estar ligada a la de Elsa», aseguró con contundencia el chef. «Somos muy distintos, pero nos complementamos. Hay momentos en que él empuja y yo freno; otras veces es al revés», remarcó en aquel momento Elsa.
Recuerdo con cariño esa visita. Fue la última vez que estuve allí. Pero escribiendo este informe en mi rincón de espía me vienen a la cabeza decena de instantáneas, de momentos compartidos con ellos. Llamadas, encuentros, esperanzas, sueños.
(Sueños como esta cebolla que soñó con ser atún)
Aquel combate de gastro-boxeo, en el que se juntó con Manuel Alonso y Kiko Moya, repleto de platos con mucha personalidad pero en el que lo mejor fue colarse en aquella enorme cocina repleta de vida, de cocineros trabajando para la cena decididos a hacer de aquella cita algo inolvidable.
Y recuerdo cuando acudí al antiguo Óscar Torrijos con el propio Torrijos para conversar con el maestro. Para volver con él a su antiguo restaurante a recordar su intensa vida. Y mientras hablamos, Quique y Elsa mostraron todo su cariño y nos abrieron su cocina como quien invita a un amigo a casa.
Y recuerdo comidas con amigos cuando apenas conocía al chef del Grao, la emoción de tomar aquella torrija de horchata por primera vez que, releyendo antiguas crónicas de Rafa Marí, descubrí que detrás de ella estaba Elsa…. Recuerdo hasta el pulpo que me sirvió en una de esas comidas que era la sutilidad de la discreción hecha cocina. Como Quique.
“Con todo el dolor de nuestro corazón, pero debemos tomar esa medida”, me confesó Quique cuando me llamó para decirme que llegaba la hora de cambiar de travesía. “Hay que tomar nuevos rumbos”, añadió. Con eso me quedo. Con que hay que seguir adelante. Quedarse con lo mejor de lo vivido, de la experiencia y saber que, con su cocina, con su constancia, con esa pasión que Quique y Elsa ponen llegarán nuevas ilusiones. Nuevas travesía que recorrer.
Gracias por lo que nos habéis hecho disfrutar. El combate continúa. Feliz regreso.