DIARIO DE UN CHICHARRA TRAGONA
CAP1.- ARROCES DE LUJO, TACOS Y ASTRONAUTAS CAP2.– JOSEAN ALIJA, EL CAZADOR DE ALMAS CAP3.-AZURMENDI QUE ESTÁS EN LOS CIELOS CAP4.– UN VERANO EN LA MESADicen que cuando abrieron su restaurante, en el pueblo ponían el grito en el cielo. “¡Tú estás loco!”, imagino que les gritaban con la mirada cuando en su carta ofrecían, ni más ni menos, que los platos que cocinaban en las casas Polop y toda la comarca. “Empezamos siendo la competencia de las abuelas”, me comentó entre risas Paco Tauler, uno de nuestros protagonistas de esta Historia Con Delantal.
Para muchos, estaban abocados al fracaso. Cocinar en un restaurante lo mismo que las abuelas era poco menos que un sacrilegio. Pero ellos siguieron soñando (desde 1988 soñando) e hicieron de su hogar una especie de santuario en el que no sólo te sientes como en tu casa, sino que además hay momentos en los que te entusiasmas, te emocionas, viajas al ayer, reconoces tu pasado, redescubres raíces y sofritos de antaño.
El día en el que míster Cooking aterrizó en Ca L’Angels sonaron en mi interior las campanas de la iglesia de Polop en honor a San Roc, el grito del afilador, el ruido de fondo de un tractor, la lluvia fina de la tradición convertida en pasión.
El día en el que descubrí esta casa de comidas repleta de los sabores de siempre tamizados por la impronta de los Teuler, sentí a mi alrededor los aromas de la tierra mojada, el regusto de un encurtido mimado, el respeto al sabor sin artificios ni aditivos ni parafernalias innecesarias. Sentí las cosas tal y como son. Un tomate de los de verdad, una penca encurtida, una confitura de higo, un hilillo de aceite intenso, unas espinacas crujientes, un conejo con tomate divino, un arroz imponente, estallidos naturales, el arte sano.
En Polop, en la calle que lleva el nombre del poeta Gabriel Miró, está
CA L’ANGELS TIERRA, RAÍCES, ESENCIAS Un homenaje a la tierra. Pasión desbordada por la cocina de la abuela.
Siete de la mañana. El mar se despereza tranquilo. El sol rompe rocas. Sus rayos iluminan el día y las nubes se despedazan. El azul poco a poco gana la batalla. Una ola salpica los pensamientos. Mil piedras sepultan mis pies. Blancas, grises, plateadas. Todos los colores del océano, del cielo, de la tierra granulada se agolpan ante mis ojos. Azul. Azules. Verde. Verdes. Blanco. Blancos. Amarillos y rojos y naranjas posados sobre el Mediterráneo. El mar.
Con todas las energías del agua salada en mi interior desplegué el delantal y subí en él a buenos amigos con una misión clara. El destino: Polop. La cita: Ca L’Angels. Dejamos el mar a las espaldas. Y tras elevar un poco el vuelo, desde las alturas, planeamos sobre la siempre hermosa Altea, a un tiro de piedra del objetivo final de mi misión. Llevábamos con nosotros una artillería de anhelos.
Mi cuerpo será camino, le daré verde a los pinos y amarillo a la genista… SerratEl blanco que viste a Altea me abruma. Es luz, es coherencia, es paisaje, es un faro en mitad de un mastodóntico despliegue de rascacielos en el horizonte. Altea es un bálsamo urbano en mitad de la vorágine. “Es uno de los lugares más hermosos de estos lares”, pensé. Desde sus balcones, pinceladas repletas de historias nos saludaron.
Y con el blanco de Altea resplandeciendo todavía en los ojos nos adentramos en Polop, donde bandas de música y festeros realizaban pasacalles en honor a San Roc. Era el ambiente festivo perfecto para tocar a las puertas de Ca L’Angels y adentrarse en un maravilloso mundo en el que el viaje al pasado y el vuelo al futuro se iban a aunar de forma irremediable.
Sus puertas, su fachada, sus cortinillas de ganchillo, sus colores cálidos de la madera de antaño, su alacena, su solárium con regusto a nobleza de mediados del siglo pasado… Todo lo que de golpe te encuentras en este santuario de la #CuinadePoble, como a ellos les gusta decir, te engancha. Te hace volver al ayer. El ayer real. La casa de tu abuela, las sillas del viejo café, el suelo hidráulico de aquellas casas que parecían hacerse como los trabajitos de marquetería.
Paco Teuler nos hizo los honores. “Mister cooking de carne y hueso”, me dijo con su inconfundible sonrisa. A su manera –apasionado y sincero-, me paseó a la velocidad de una estrella fugaz por esa casa de pueblo construida por sus abuelos en 1923 y en la que ahora él, su hermana Vicenta y su cuñado José Blat (junto a un buen equipo de profesionales, entre Leidy y Roque) reparten sonrisas culinarias desde 1988 a una clientela muy fiel, muchos de ellos extranjeros, que caen rendidos a sus reinterpretaciones de la Cocina de la Abuela.
Paco, en la sala y con los vinos, te presenta la carta como un juglar de la cocina. Haciendo de cada plato, de cada propuesta, una oda, un cantar de gesta. Espencat, minchos fritos, langosta al estilo menorquín, ollas de arroz, negra de bahía, cabritillo… y esas cosas. “I cosetes així”, te dirá él una y otra vez, mientras tu cabeza da volteretas de felicidad imaginando lo que te espera.
Dejamos en sus manos nuestra ansiedad y abrimos la puerta a las pasiones. Y se asentaron una por una en nuestra mesa. Pasiones que eran raíces, tierra, esencias, verdades.
SEGÚN VICENTA TAULER
empezamos
•Y de repente, la huerta: Ensalada a su manera. Un festival desbordante de colores, sabores, recuerdos. Un tomate de verdad, un pimiento italiano y unas pencas encurtidas, la col, la rúcula, los aromas de la alfábega, el fenoll, el ‘anficòs’… “Casi todo es de nuestra huerta”, sentencia Paco. Y emociona imaginarlos unos horas antes recogiendo de las matas las piezas de ese puzle maravilloso de sabores artesanos, terruños, armonía hortelana… “És la cuina de les mans, la cocina de las manos”, me destaca mientras da brillo con un aceite sublime a esa ensalada a su manera.
Un festival, te decía, presentado de manera divertida, atractiva. Para meterte dentro de la bandeja y vivir su propia historia. Como la capital virtual de la huerta. La ciudad tomate, repleta de casonas. Un plato que te da hambre. Vinagres, aceites, la fortaleza de la rúcula salvaje, el toque anisado del fenoll…
•Un bailoteo de sabores: Tabulé con confitura de higo. Un plato refrescante para rematar el primer tramo de la comida. Una tabulé en la que la sémola bailotea con el siempre entusiasta tomate seco, una confitura finísima de higos –dulce en su justa medida-, los destellos de la hierbabuena recién recolectada y las pequeñas explosiones de sabor que ofrece el peculiar fenoll. Todo ello, de nuevo, conectándote con el entorno, la tierra, el paisaje culinario ante ti. “A veces lo preparamos también con piña y vainilla”, me explicó el gran Paco. Y sí, otra vez soñé. “Tendré que volver”, me dije.
•Pónganles un monumento: Minchos con acelgas y caña con conejo con tomate. Un plato de estos de los que se te pone un nudo en la garganta porque ves en cada una de las propuestas un mundo de historias. La demostración de que en nuestras raíces, en nuestro pasado, puedes encontrarlo todo. (Es tan fantástico, que a mí el tomate seco con el huevo de codorniz no me hacía ni falta. Pero bueno, bienvenido). “Se hace con la masa de la harina de trigo escaldada”, me fue contando Paco con tanta emoción que los ojos se le salían. Pasiones.
1- El mincho con su relleno de acelgas y cebolla está sencillamente brutal. Presentado a modo de empanadilla. Para ir y comer sólo minchos.
2- Pero si algo me parecía extraordinario fue la caña rellena de conejo con tomate y rematada con cabello de ángel. Para ponerle un monumento. La masa extraordinaria y el relleno, la bomba. Como el conejo con tomate de mamá. De la abuela. Un sofrito fantástico, repleto de sabor, de intensidad, de historia… Reitero y me reitero. Pero es así. Me fascina pensar que se elabora con un trozo de caña como molde…. ¡Qué esperamos para ponernos a llorar de emoción! Este bocado se viene de cabeza al top de lo mejor del verano.
•Glorioso mar y tierra: Langosta al estilo menorquín. No te voy a engañar si te confieso que no soy de los de ir pidiendo langostas por ahí, porque a los espías el presupuesto nos llega hasta donde nos llega. Y ya es bastante. Pero en este caso, Paco nos puso la tentación encima de la mesa y no me pude resistir. Míster Cooking, que es un débil.
La verdad es que la langosta estaba suprema, partida y frita. Pero si de verdad algo me emocionó, si algo fue glorioso, fue toda la orquesta que interpretaba la sinfonía mientras ella, la langosta, nos cantaba un aria. Presentadas con coherencia, divertidas, todas cocidas en su punto: desde el calabacín a la cebolla tierna, desde la calabaza a los espárragos… El Mediterráneo en todo su esplendor.
•Todos de rodillas, reverencias. Arroz de borreta. Otra vez, las emociones. Otra vez, la piel de gallina. Otra vez, con ganas de subirme a la mesa de Ca L’Angels y dar el espectáculo gritando: “esto es comida para los dioses”. Y otra vez, los recuerdos de infancia. La casa que olía a bacalao cuando madre hacía ‘borreta’ (plato típico por estas tierras a base de espinacas y bacalao). Otra vez, los sabores de la tierra emplatados, a la manera de Vicenta y presentados con esmero y gran mimo por el bueno de Paco. Otra vez, un arroz enamorándome. Otro plato para el TOP DEL VERANO. Dulcemente maravilloso.
Repetí y repetí hasta que no pude más. Me aterrorizaba que no pudiera volver a probarlo. La cocina de las abuelas llevada a lo magistral. ¿Qué más te puede decir?
•Y se armó el mantecado. Llegaron los dulces. La parte fuerte de José Blat. La otra pieza vital de Ca L’Angels. Hace de todo, seguro, pero si lo elevamos al altar es por su brutal mantecado. Lo sirvieron con un brownie, chocolate en estado puro. Empapado con el helado era algo así como un éxtasis desenfrenado.
Y de remate. Unas cucharillas divertidas que son como los bombones rellenos de licor, pero a la inversa. Un plato divertido, un cierre curioso para dejar correr las palabras y las sensaciones sobre la mesa. Ya sabes, mi siempre divinizada sobremesa.
La sobremesa acabó en la cocina, dando besos y abrazos con una sonrisa de oreja a oreja a Vicenta. Ella, entre las bambalinas, batalla en la cocina por convertir a diario en un homenaje la tradición culinaria de su tierra, de las madres, de Ángeles Tormo. Y por engrandecer los productos que les llegan de su huerta y del mar, como los frutos que siempre les sirvió su padre, Juan Teuler. Recetas repletas de melancolías y sabores, fotos en sepia y aromas, homenajes a Polop y a La Marina, a sus abuelos, a su familia, a sus clientes, a su gente. Todo eso es Ca L’Angels. Una bonita y vieja historia repleta de futuro. La tradición del XXI.
Ca L’Angels es un vuelo libre con las alas de la tradición y el impulso de la pasión.
Y con la sonrisa cincelada en nuestro interior, nos subimos al delantal volador y atravesamos la tarde y vimos dormirse el sol. Al tiempo, que lo vivido se fundía en mi interior para permanecer de por vida en la memoria de los grandes momentos.
Ca L’Angels. C/ Gabriel Miró, 12. Polop.
Ofrecen menú degustación por 50 euros que está maridado y otro de 27,5 euros. Y a partir de ahí, la carta repleta de cientos de opciones. Nosotros salimos a unos 70 euros por cabeza. Aunque como ya ves probamos de todo y estuvimos bien regados. Muy recomendable.
Gracias a Belén Mira (Rte La Pitanza) y Nacho Suñer, por descubrirme esta joyita
Y la semana próxima, el último canto de la chicharra.
EL CANTO FINAL.
Vinos de montaña macerados con los recuerdos del verano
Todo se va acabando, aunque Cooking no descansa.
SEGUIMOS NAVEGANDO