¿Obra maestra? Quizá. Pero si alguien pensaba que después de ‘Salvar al soldado Ryan‘ (1998) la guerra no podía ser filmada con tanto verismo, se equivocaba. Mel Gibson da una vuelta de tuerca con ‘Hasta el último hombre‘ y consigue una excepcional película bélica, con escenas hiperrealistas no aptas para espíritus demasiado sensibles, en la que vuelven a aparecer sus temas habituales.
[learn_more caption=”FICHA” state=”open”] Calificación: Imprescindible. Muy Aconsejable. Aconsejable. Indiferente. No pierdas el tiempo Año: 2016. País: USA y Australia. Dirección: Mel Gibson. Actores: Andrew Garfield, Teresa Palmer, Vince Vaughn, Sam Worthington Guión: Andrew Knight y Robert Schenkkan. Música: Rupert Gregson-Williams. Fotografía: Simon Duggan[/learn_more]
Tras una década muy irregular y diez años después de la magnífica ‘Apocalypto‘ (2006), Gibson vuelve a ofrecer una gran película, con un buen plantel de actores que rayan a gran altura. Evidencia una vez más que nos encontramos ante un gran director al que aún le queda futuro por delante.
La película, basada en hechos reales, cuenta la historia del soldado Desmond Doss, primer objetor de conciencia en conseguir la Medalla de Honor del Congreso. Al llegar la II Guerra Mundial se enrola en el ejército por sentido del deber, pero su conciencia le impide llevar armas e insiste en servir como sanitario.
‘Hasta el último hombre‘ presenta tres partes claramente diferenciadas que Gibson rueda con estilos bien diferentes. La primera media hora se centra en sus años antes de ingresar en el ejército marcado por el drama de su padre, veterano de la Primera Guerra Mundial. Gibson, como Clint Eastwood, se fija en un hombre normal para convertir su historia en una epopeya.
La segunda parte se centra en el campo de entrenamiento donde Doss encuentra la incomprensión de sus compañeros y mandos que no entienden su convicción de no portar armar y sólo actuar como sanitario. Perfectamente narrada con un estilo que evoca a cintas como ‘La chaqueta metálica‘ (1987) o ‘El sargento de hierro‘ (1986), aunque evita caer en las exageraciones de algunas de estas obras del sargento mayor. Se centra en desarrollar el dilema moral del protagonista: vivir de acuerdo a sus convicciones. Como él mismo le dice a su novia: no quiero que ames al hombre que no soy, que no lucha por ser quien es.
Los guionistas Knight y Schenkkan (colaborador en ‘The Pacific‘ (2010)) desarrollan a la perfección uno de los temas habituales de Gibson (ya se dejaba ver en su opera prima como realizador en ‘El hombre sin rostro‘ (1993)): el hombre debe vivir de acuerdo con su fe y convicciones y no hay poder que pueda violentar ese derecho. Un dilema de gran actualidad en un momento en el que el Estado pretende convertirse en un fuente de toda moral. Hasta ahora había sido aceptado y recogido en la Declaración de los Derechos Humanos, pero que ahora está experimentando todo tipo de agresiones.
Por último, la tercera parte, la más espectacular y larga duración, es su intervención en a batalla de Okinawa, una de las más sangrientas de la guerra para los norteamericanos. Gibson no ahorra realismo para mostrar el horror de la guerra con escenas perfectamente planificadas en las que el espectador no se pierde. La escena en la que el protagonista se pierde sin armas en una galería subterránea llena de japoneses pone los pelos de punta.
Es evidente que es en esta parte de la película en la que Gibson ha puesto su mayor interés. La guerra no es ordenada y el enemigo puede aparecer por cualquier parte. Pocas veces en el cine se ha logrado esta sensación del caos y el horror de la batalla y en la que Doss salva a sus compañeros con su continua petición de ayuda a Dios y su esfuerzo casi sobrehumano.
Como mandan los cánones de Hollywood, a la película quizá le sobra alguna de las escenas del reconocimiento de sus compañeros, como el diálogo con su capitán, excesivamente sensibleras en contraste con el realismo de la película.