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Una generación de diputados ni-ni ha tomado Les Corts Valencianes. Ni saben ni aprenden ni quieren. La culpa no es de ellos. Los responsables son aquellos partidos políticos que han llenado sus listas electorales de vulgaridad y ramplonería con un doble fin: primar afectos y marginar incomodidades.

El mismo diputado que en los pasillos del Parlamento regional me afeó mis críticas a las prebendas parlamentarias porque dañaban a la democracia (apreciación que no comparto) me animó a denunciar la escasa preparación y la vergüenza ajena que provocan muchas de sus señorías que, por decoro, deberían tener vetado subir a la tribuna.

Pilar Sol, diputada del PP, desbarró la semana pasada con un exceso verbal de los que pasarán a la historia de Les Corts. Su señoría aseguró que algunos de los beneficiarios de la renta garantizada se gastaban el dinero en televisores de plasma “y en otras cosas” que no podía decir. Sol, con su incontinencia verbal, logró cuota de pantalla. Luego, arrepentida tras el revuelo, pidió perdón varias veces sin ser consciente de que nunca habrá penitencia suficiente que aparte su desafortunada reflexión de su expediente de diputada. La política es cruel. Sol quizá no sabía que los únicos que se repartieron pantallas de plasma pagadas con dinero público fueron algunos de sus compañeros de hemiciclo. No hace mucho, Les Corts les regaló por Navidad un televisor a 300 euros por cabeza. Caprichosos ellos. El caso de Pilar Sol, desgraciadamente, no es único.

La monumental bronca vivida en la última sesión de control al president escenifica la política barriobajera y la falta de preparación que aliñan un hemiciclo del que algunos se avergüenzan. (Cristina Moreno, qué grande eres y cuánta inutilidad repartida entre aquellos que en tu partido te consideraron prescindible).

En las filas superiores del PP se hacinan viejas glorias que sacian su glotonería con un sueldo público en una atmósfera ambientada con exceso de Nelly. Diputadas que priman en sus trolley maletines de la señorita Pepis por encima de proposiciones de ley y parlamentarios de baba siestera apoltronados en sufridos sillones. Señorías que avergüenzan a veteranos compañeros que llevan tatuados a fuego aquello de que tiempos pasados fueron mejores. Parlamentarios tan anónimos como aquella Adela Pedrosa que presentó en sociedad Francisco Camps para hacerla secretaria regional. Un grupo dividido por los sentimientos encontrados hacia los imputados sin receta del doctor.

Enfrente, diputados bisoños incapaces de ser alternativa por incapacidad o porque no les dejan demostrar si valen o no. Muchos de ellos todavía con el envoltorio. Personas sin nombre, marineros de remo incapaces de poner rumbo a una nave socialista que zozobra por el desacompasado ritmo que marca el tambor de Ximo Puig. Esta semana, aplaudieron en pie la aprovechada rebeldía de los minoritarios y escenificaron la jaula de grillos que es un grupo socialista donde su dirección pinta poco. La cara de Antonio Torres por el impulso palmero de los suyos radiografió lo marchito de la rosa. El alicantino Ferrán Verdú, con un par, renunció hace semanas a su acta cansado de sentirse inútil y harto de recibir lecciones de charlatanes de medio pelo.

Y armando algarada, dos grupos minoritarios con una política de mercadillo liderada por las camisetas de Mónica Oltra a la que desde Esquerra Unida se pretende imitar para no perder el tren electoral del voto fácil a costa de amarillismo político.

Echo de menos la picadura de Antonio Moreno, que hoy sería ejemplo de saber estar para el resto, tanto en lo bueno como en lo malo. El rigor de gente como Godoy. El fondo de Joan Ribó, Ramón Cardona y Joan Antoni Oltra, que demostraron que se puede hacer política a la izquierda de la izquierda sin vestuario. A Pasqual Mollà, que ha sabido transmitir a su hija Mireia la esencia del debate aunque muchas veces la exyogurina saca a pasear la bipolaridad de lo hueco con ramalazos de una juventud que se agota.

A  José Camarasa, un señor por encima de todo, un convencido de la política, un sufridor del dolor ajeno, un nervioso afectivo al que los desmanes obligados de algunos de los suyos casi se lo lleva por delante. A la Glòria Marcos de su primera etapa. La contundencia de Macarena Montesinos. A un Manuel Mata al que los alartistas finiquitaron por la misma falta de razones que los lermistas han guillotinado a los desafectos con el regimen. Incluso a un Ricardo Costa que, casos judiciales aparte, demuestra que hoy en día hay pocos con su oratoria en la tribuna de Les Corts. A Mercedes Sanchordi, a la que no dejaron crecer. Al Gerardo Camps de las mejores tardes, a la templanza de Vicente Rambla, y a la metralleta de Andrés Perelló, más odiado que amado.

La esperanza de que todo no está perdido me la inyecta la preparación de Julián López; la fina ironía de Ricardo Martínez al que sólo entienden los inteligentes y en el que nadie se ha entretenido en bucear; en el saber estar de Rubén Ibáñez, que tiene que ser más él y dejar de lado lo accesorio; la dedicación de Modesta Salazar;  en una María José Salvador demasiado pegada a la familia;  en las ganas de Ignacio Blanco con un Lluís Torró que se cree lo que hace; incluso confío en una Mónica Oltra de la que ansío que olvide las camisetas para derrochar verbo y propuestas.

Espero que gente como Carmen Amorós, Javier Macho, Elena Bonet, Trini Miró, Juan Ponce, Ana Besalduch, Delia Valero,  Miguel Ángel Guillén, Mayte Parra, Ana Barceló, Víctor Sahuquillo… hagan algo que tape mi bocaza. Me daré por satisfecho.

Y un favor, un ruego incluso: enfrenten por una vez en esta puñetera legislatura a Alejandro Font de Mora con Ángel Luna en la tribuna. Bajen de la Mesa a los dos mejores diputados que hay en Les Corts para que la Cámara disfrute hasta llegar al orgasmo parlamentario.