El 1 de mayo de 1983, el gol de cabeza de Miguel Tendillo ante el Real Madrid salvó al Valencia Club de Fútbol de bajar a Segunda División. Ese tanto fue lo peor que le pudo pasar al equipo. Alargó la agonía y aplazó lo irreversible. Tres años después, el 13 de abril de 1986, el club certificó su descenso tras perder en Barcelona. La caída deportiva del Valencia, que dio con sus huesos en Segunda tras 55 años en la máxima categoría, fue paralela a la económica. El club tenía hipotecados todos sus bienes después de que Ramos Costa no gestionara con excesivo acierto la situación.
El Valencia descendió pocos años después de vivir una de sus etapas más gloriosas con títulos nacionales y europeos y con jugadores de talla mundial como Kempes. Fue el equipo de moda a finales de los setenta y principios de los ochenta. Después llegó el cataclismo deportivo y económico.
Desde la Segunda División, el club de Mestalla se rehizo. Arturo Tuzón sustituyó a Vicente Tormo (Cortés fue un interino accidental en mayo de 1986). Tuzón nunca gastó más de lo que tuvo. El equipo, que llenó Mestalla cada partido en Segunda, volvió al año siguiente a Primera y comenzó su reconstrucción. Mestalla, tan injusto en muchas ocasiones, despreció el trabajo de Tuzón con el famoso: “Suelta los duros, Arturo suelta los duros”. De memoria corta, la afición pidió títulos sin acordarse ya de la bancarrota. No supo valorar en ese momento el trabajo de aquel impecable gestor que sacó al Valencia de la ciénaga de los números rojos. La travesía del desierto, hasta levantar otra Copa, duró más de una década. Un tiempo que se demostró necesario.
Hoy, el club de Mestalla recuerda mucho al de aquella época. A la del descenso. Incluso peor. Tras una etapa dorada de títulos con Ligas, Copas y UEFA con el cambio de siglo, el Valencia estuvo a punto de dar en 2008 con sus huesos en Segunda en la etapa de Koeman. No fue tan dramático como el gol de Tendillo, pero el equipo soltaba tufillo a descenso con un vestuario roto, con jugadores emblemáticos en los juzgados y con una Copa del Rey que casi ni se celebró.
Entre la etapa de Tuzón y la de Soler, el Valencia supo sortear aquella mentira del “Per un Valencia campeó” de Paco Roig, que puso a temblar de nuevo las arcas de la entidad con esa terrible de reforma de Mestalla (que tumbaron los tribunales pero que sigue ahí). Después supo reconducirse con las presidencias de Pedro Cortés y Jaume Ortí, que estuvieron acompañadas de éxitos deportivos. Un equipo forjado con gente de la casa o que sentía la camiseta como Albelda, Juan Sánchez, Curro Torres, Baraja, Carboni, Mista, Cañizares…
En plena cresta de la ola llegó Bautista Soler padre, que compró el club a tocateja y el sentimiento de una afición a 600 euros la acción. Además, puso a Paco Roig en casa. ¡Qué negocio! La fiebre del ladrillo y los millones de euros ganados auparon un nuevo proyecto. Le regaló el club a su niño, Juan Soler, que lo gestionó con capricho y sin medida. Un proyecto de nuevo estadio sin vender el viejo y que ahora es una tartaleta de hormigón y símbolo de la vergüenza. Una ciudad deportiva pagada a precio de oro en Porchinos donde los naranjos siguen en flor. El gasto corriente disparado. Fichajes a precio de estrellas para auténticos vividores como Manuel Fernandes, Tavano, Miguel Brito, Banega, Del Horno y fracasos millonarios como Zigic o Joaquín (25 kilos costó el pisha). Una desastrosa gestión que cocinó la actual ruina del Valencia.
En 2008 Soler llegó a un acuerdo con Juan Villalonga para tratar de reflotar la situación económica. Al final, rompió el pacto 15 días después de cerrarlo. Villalonga se llevó un buen pellizco y el club se quedó en manos de un Vicente Soriano que trajo de su mano el pufo de Dalport. Todos acabaron en el juzgado. Luego llegaron otros ¿inversores? como Alvarado, que le dieron más ruido a la chirigota valencianista. Un ridículo espantoso.
Todo ha derivado en un estadio viejo y semivacío, con una afición desencantada, con unos jugadores que en muchos casos no sienten la camiseta y una cantera olvidada. Este año se retira Albelda y el espíritu valencianista de corazón sólo quedarán en un Guaita y Bernat que parece que tiene que demostrar más que el resto para jugar.
El club en bancarrota. Con un aval del Consell que ya no es válido, según la sentencia de un juez, y con más de 336 milones de euros aportados por la Generalitat y dilapidados por la mala cabeza de sus dirigentes. Con una entidad bancaria intervenida, como Bankia, como referente de un club que le debe cientos de millones de euros. Y todo esto huele a concurso de acreedores el día que la Fundación no pueda pagar y el banco opte por liquidar. Y un detalle, Llorente no es Tuzón.
Empecé a ir al fútbol, al Luis Casanova, con mi padre a principios de los ochenta. En sus rodillas conocí a Carrete, a mi ídolo Sempere, a Felman, Idígoras. Y con mi abuelo disfrutaba del Mestalleta los domingos por la mañana, el de Cháfer, Barcelona, Montes, Sixto, Paco Pepe, Fabado y Timor… En aquellas mañanas había mas afición que ahora. Políticos y directivos han dinamitado un sentimiento que sigue ahí, aletargado, pero que no duden que rebrotará. Emergerá a pesar de ellos.
No hace mucho había cola para sacarse el pase de socio. Hoy se regalan dos por uno. Precios abusivos, falta de compromiso, gradas vacías, desilusión, mercenarios del balón, aburrimiento.
El Valencia necesita una refundación. Aunque sea en Segunda División o con su desaparición. Un nuevo club, de espíritu, de forma, de concepto. Sin títulos pero con afición. Un Tuzón. Reinventarse como el Glasgow Rangers. Aunque sea desde el pozo de la regional.
Y sólo suplico una cosa: quítenme de la cabeza la imagen de Olivas haciendo de Españeta.
¡Amunt València!
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