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Jesús Trelis

Historias con Delantal

Dos Pebrots: felicidad garantizada ante una cocina auténtica

Dos Pebrots. Un nombre que te saca una sonrisa. Tras él, una casa de comidas. En sus mesas, autenticidad, producto, platos con historia y mucha sinceridad. Un sitio donde gozar, divertirse, pasarlo bien y comer de verdad. Una cebolla negra, una ventresca que te engancha, un tordo entre guisantes que engatusa al paladar. Un baile en el local de Albert Raurich junto a las Ramblas de Barcelona.

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“Recomiéndame algún restaurante que te haya cautivado últimamente”, le pedí hace ya unos meses al cocinero Miquel Ruíz. El del ‘Baret’ de Dénia. Me sorprendió diciendo: “Dos Pebrots”. Me sorprendió porque me esperaba mil nombres… pero eligió ese. Y hay gente de la que me fío. (Y otra de la que me fío menos 🙂 ).

Rastreé dirección, busqué, tras las navidades reservé y allí que me planteé hace unos días. Fui después de leer una crítica (buena) de alguien tan respetable como Philippe Regol.  (Siempre se aprende de él, la verdad). De lo que allí pasó te vengo a hablar. Sin hacer grandes algarabías. Ni siquiera poesías de esas mías, que a veces me convierten en un barroco tipo al que le gusta escribir de platos y mesas y acaba haciendo excesos literarios.

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Llegué demasiado pronto. “Abrimos a la una y media, en un rato ya estamos”, me advirtieron. En esto del comer soy un pelín germano. Además, siempre pienso que te tratan mejor cuando empieza el servicio que cuando ya anda rodado. Te miman más.

En mi caso (o nuestro caso) fue fantástico. Una mesita pequeña, acorde a lo que es el local, junto a la cocina. Estuve de espaldas, pero me giraba de tanto en tanto. Me pareció atractivo ver la actividad desbocada ante los fogones. “Ojo con el arroz que se va a pasar”, escuché. Me gusta que se pueda vivir eso de cerca.

Un inmenso mural con útiles de cocina  era mi principal entretenimiento visual. No sé por qué, pero me recordó al libro de Juan Altamiras. O quizás sí, porque allí había más historia que en muchas casas de comidas juntas. Se podría decir que se resumía todo lo que es la cocina. La historia de la gastronomía. Un punzón, unas tijeras, una espumadera, otra y otra más. Unas pesas, un colador, un rallador, un molde para hacer tartas que te hace soñar con banquetes inmensos en el comedor de una casa… Magia culinaria. Magia, al fin u al cabo. (Ya me estoy haciendo poético).

 

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El local de Albert Raurich luce ropajes de tradición pero hechos con un estilo propio que te va cautivando. Se nota que detrás hay personalidad. E inteligencia en la propuesta. Se ve en la carta, abierta y flexible, con sugerencias del día a las que es difícil decir que no; se ve en la amabilidad extrema del personal de sala, que se aúna con el de la cocina, convirtiéndose -como debe ser- en uno solo; se nota en ese forma de transmitirte que eso es como un bar, algo mimado, donde dan bien de comer

Se nota al bucear por esos platos con historia que proponen (con los que vale la pena detenerse y ver qué hay detrás de ellos); se nota con el producto (que está bien cuidado: desde un simple huevo a un cochinillo), y se nota en el sello personal de cada ejecución (que rompe con esas corrientes miméticas que plagan los menús sin apellido). Quizás por eso, en Dos Pebrots, igual te saca una cebolla entera que te cocinan una tortilla en la mesa. Para dejarte claro que aquello es algo distinto, muy casero, vivo, pensado en que te diviertas y sin dramatismo. Y lo mejor, muy rico. A veces, riquísimo. Un divertimento. Como si de una danza popular gastronómica se tratara. Que empiece el baile.


TORTILLA DE CAMARONES. Empezó irresistible la cosa con una tortita de camarones sobre la que volaron las manos. No era la que Ángel León, pero estaba muy rica. En realidad no tienen nada que ver. La propuesta de Dos Pebrots me sonó a una gallete bretona con sus gambitas. Lo mejor, el hecho de disfrutarla y compartirla con la mano. Eso te hace sentirte bien. Descalzarte de corsés. Las manos… que vuelven a ser protagonistas...

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ATÚN A FERIA. Me encantó. Vaya, me parece fantástico el bocado siendo algo tan (aparentemente) sencillo. De esos que comerías sin parar una ración tras otra. La ventresca estaba perfecta y el toque del pimentón con el aceite de oliva y sus tropezones de sal, te engancha. Tanto que la mano no para de reclamar pan. Mira, ando escribiendo de ello y se me hace la boca agua. Este plato da alegría al cuerpo.

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CEBOLLA NEGRA. Una cebolla a la brasa con garum. “¿De qué es'”, pregunté. Era un garum de jurel, para mi gusto le faltaba potencia. También es cierto que andaba algo resfriado. Ya sabes, los enclenques caemos en eso de los virus y tal. El plato me pareció una propuesta muy interesante. Primero por divertida, por el hecho de jugar con la cebolla y por su propia estética. Y porque te trae recuerdos, y memoria gustativa, y te cuenta muchas cosas. Es un plato incluso artístico, poético. Un homenaje a la tradición, a la huerta, a la historia de un pueblo. ¿Te dije que poético?

Hambre y cebolla:
hielo negro y escarcha
grande y redonda.

(De Nana a la cebolla de Miguel Hernández)

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GUISANTES CON TORDO. Vamos con el platazo. “Oro verde”, me dijeron al traer los guisantes del Maresme. En su punto de cocción, embadurnados con un caldo de carne y con el tordo alegrando el plato. Autenticidad y sabor, ambos de la mano. Me pareció maravilloso el conjunto.

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TORTILLAS DE PIÑONES. Otro plato divertido, muy interactivo. Quizá, estando muy bueno, el que menos me dijo. Porque los otros, la verdad, hasta ese momento, me habían cautivado. Aunque tiene su gracia el verlo elaborar delante de ti: con sus hierbas, el garum, el piñón… ver cómo logran mantener la melosidad de la tortilla…

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ARROZ CON BUIT. En realidad mi intención era haber comido el arroz con tripas de bacalao, pero acabé comiendo éste. No importa por qué. Estaba goloso. Un buen arroz (Albufera), con un fondo muy rico, pero me faltó que el grano quedara un poco cogido a la sartén. Ya sabes ese rollito del socarraet me gusta… La próxima, el de tripas de bacalao.

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CABEZA DE COCHINILLO. Un espectáculo. Para ponerse a bailar alrededor de la mesa. Ya está. Y además, me parece genial que te saquen media ración y que la puedas disfrutar a tope. Crujiente, con su melosidad donde toca… Lo dicho, un plato para ser feliz.

 

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MANZANA CON JENGIBRE. Un postre muy interesante. Con una elaboración muy medida y muy bien ejecutada. Aunque de los postres, yo me quedo con el MATÓ CON MIEL DE HINOJO. Ambas cosas, su miel y su queso tiene una ligereza, sin renunciar a la intensidad que lleva explícita, que igualmente fascina. Apetecible a rabiar. Tradicional a tope.

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AGUA, CAFÉ Y MANZANILLA para terminar. Y sí, yo tomé manzanilla y me sentí como en un salón de té inglés ante el maravilloso juego de porcelana. Como un o una venerable abuelito/a. Bueno, como el loco sombrero de Alicia…. En el fondo, Dos Pebrots es el lugar perfecto para celebrar un feliz No Cumpleaños todos los días. Vaya, un sitio de los que no te debes cansas de ir. Y, además, donde sentirse bien. Lo dicho, ser feliz.

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Cuentos con patatas, recetas al tutún y otras gastrosofías

Sobre el autor

Soy un contador de historias. Un cocinero de palabras que vengo a cocer pasiones, aliñar emociones y desvelarte los secretos de los magos de nuestra cocina. Bajo la piel del superagente Cooking, un espía atolondrado y afincado en el País de las Gastrosofías, te invito a subirte a este delantal para sobrevolar fábulas culinarias y descubrir que la esencia de los días se esconde en la sal de la vida.


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