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Jesús Trelis

Historias con Delantal

Encarna Soler, la ceramista que crea altares para los chefs

Se llama cerámica utilitaria, pero son esculturas mínimas. Arte para mostrar arte. Barro y esmaltes en manos de una mujer a la que se le escapa el alma y los convierte en lecho de gestas culinarias

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«Este mayo expongo en Zurich», dice incrédula, como si la realidad fuera más veloz que los sueños

Edward Hopper escribió en la revista ‘Reality’ en 1953 que el arte es «la manifestación externa de la vida interior del artista, y esta vida interior es lo que determinará su visión particular del mundo». Cuando aquella mañana de primavera soleada entré en la galería de Encarna Soler en Benissa sentí como un soplo fresco, húmedo, me recibía. Fue como si hubiese atravesado la barrera del mundo real para colarme en el suyo. Ella vestía con gabardina de color camel, pelo canoso y corto, libre, y una sencilla bufanda blanca que le protegía el cuello. Sonreía amable. A nuestro alrededor, un mundo de historias escondidas entre objetos de barro y esmalte esperaban para ser liberadas. Era la vida interior de Encarna, como la del artista del que habla Hopper, que permanecía encapsulada en algo aparentemente tan simple como un cuenco, una bandeja que parecía tener alas, un plato con ojos que te miraba.

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«¿Tienes tiempo para tomarte un té o vas con prisas?». Ir apurado a visitar a esta ceramista apasionada es un error. Te perderías la esencia de su historia. «Me gano la vida con la cerámica utilitaria y me gusta, y vivo de ello; pero lo que realmente me atrae es todo el mundo del té», narró en lo que fue su primera declaración de principios. Y la primera sorpresa. «¿Te atrae el mundo del té?», pregunté aupando las cejas. «Para mí, cada pieza alrededor de ese ritual es como una escultura en miniatura», reflexionó mientras el agua se desliza armoniosa sobre unas hojas y los aromas a flores secas, a hierbas casi espirituales, empezaron a apoderarse de todo. «El pasado año estuve todo el agosto con un maestro coreano aprendiendo, y éste verano vuelvo a Asia». Al escucharla uno entiende que detrás de cada pieza hay una historia. Que esos objetos con los que estábamos saboreando aquella infusión matutina eran, en realidad, mucho más que piezas de barro embellecidas al horno con esmaltes vibrantes. Aquello era una extensión de la vida de esa mujer con la que, de pronto, nos veíamos compartiendo un cálido e intenso té.

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«Todos los esmaltes que gasto son orientales; empecé a estudiar los chinos y los japoneses para aplicarlos a la cerámica utilitaria y fui haciendo cursos, y de esa manera fui aprendiendo toda la cultura del Chawan», comentó con el tono expresivo que siempre acompaña sus frases. «¿Chawan?», pregunté curioso y ansioso por saber qué se escondía tras ese término enigmático. El Chawan es un tipo de cerámica japonesa, un cuenco en sí, que forma parte de la cultura zen. A Encarna le atrapó tanto que, viendo en un curso trabajar al maestro Raku Kichizaemon, decidió que ese era el camino profesional que iba a seguir. «Solo necesito arcilla, mis manos y un horno, herramientas atemporales a las que añadir un poco de ‘levadura’, siguiendo los principios de la estética zen», explicó la artista. Y, al tiempo, descubrió que esa estética te habla de asimetría, de austeridad, de piezas que emanan incluso soledad, reflexión. Que se muestran naturales: ‘soy como soy’. Y que susurran libertad y serenidad. Quizás, lo mismo que desprende Encarna Soler. Una manera de vivir la cerámica, o la vida, que ella plasma en ese mundo del té que tanto adora, pero también en un plato, en una botella o en un cuenco que se antojan vivos. E irrepetibles.

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«Si ves una cerámica que parece que está mal hecha, esa es mía», rió con ganas señalando sus estanterías. «Llega un momento en el que tienes tan memorizado todo lo que haces, que las manos piensan por sí solas; van libres y tu desconectas…», enfatizó. «Trabajo sin torno; lo que ves son cuencos hechos con las manos, que son las que mandan, las que me guían y me llevan». Confesó la ceramista que, a ella, le gusta además tallar el barro. Hacerle cortes que son cicatrices de nacimiento que acaban dotando a cada objeto de una identidad propia. Esa magia que ha heredado del Chawan.

 

«Si ves una cerámica que parece que está mal hecha,

esa es mía», rió 

Magia y fortaleza que se cuela en todos los objetos, haciendo que en realidad radique ahí la grandeza de su arte. Haciendo que cada plato, vaso, sea una pequeña (o gran) escultura que después se va a poder disfrutar. Tanto es así que muchos cocineros de la zona, de restaurantes próximos al taller de Encarna, y de otros puntos de España han incorporado a su menaje las piezas de la diseñadora. Por ejemplo, Quique Dacosta, que este año sirve un soberbio salmonete con jugo de galeras sobre lo que ella creó como una botella. O Alberto Ferruz, de Bon Amb, con dos estrellas Michelin, que prácticamente toda su vajilla está elaborada por la artista. Piezas que acaban siendo altares sobre los que el cocinero sirve sus elaboraciones, a modo de ofrenda, a los clientes.

 

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Probablemente, un ensamblaje perfecto entre ambos, cocineros y artista. Porque la propia Encarna Soler, antes de ceramista, fue hostelera y abrió su coqueto y particular restaurante en Benissa que tuvo que cerrar. Fue la antesala de lo que después le vendría: dejarse seducir por la cerámica, que era algo que siempre le atrajo, y en la que descubrió su verdadero don profesional. Por eso, dejó el estudio de Arquitectura de su marido, se compró el horno con el dinero del paro y empezó a moldear el barro. Unos cuantos años después es ella quien imparte cursos y no para de crear.
«A finales de mayo tengo una exposición de Zurich con una amiga», confesó con tono incrédulo y a la vez feliz. Su mirada parecía querer decir que la realidad va más veloz que sus sueños. «¿Qué más puedo pedir?», se preguntó saboreando el último sorbo de té y sonriendo. El espíritu del Chawan nos cortejaba.

 


UNA MALETA PARA SU ALMA

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Cuentos con patatas, recetas al tutún y otras gastrosofías

Sobre el autor

Soy un contador de historias. Un cocinero de palabras que vengo a cocer pasiones, aliñar emociones y desvelarte los secretos de los magos de nuestra cocina. Bajo la piel del superagente Cooking, un espía atolondrado y afincado en el País de las Gastrosofías, te invito a subirte a este delantal para sobrevolar fábulas culinarias y descubrir que la esencia de los días se esconde en la sal de la vida.


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