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Jesús Trelis

Historias con Delantal

Un puñado de bares (y el de la avenida)

Los bares. Sus paisajes. Sus gentes. Los sonidos y los perfumes. La plancha, la caña, los manteles de papel, los carajillos después de comer. Las historias que hay detrás de cada mesa Y alrededor de ellas. Los poemas escritos, las canciones inspiradas. “Por detrás de la barra, / los camareros juegan a las sombras”, escribía Luis García Montero.

Abrimos las puertas de algunos de bares. Ni son los mejores, ni son los peores. Son sólo algunos de los vividos -unos pocos-, para compartir sus barras contigo. Cada uno tenemos un bar. Un álbum de bares. Como cromos de futbolistas. El de Jordi, el Ideal, el bar de la esquina. Lo dijo Gabinete Caligary -qué lugares-, lo susurró Sabina -cuando dieron las diez- y los gozamos todos. Solos, ante un café. O en compañía. “Por aquella mujer”, alguno brindó un día. Los bares. 


El Central Bar, cuando comenzó su andadura en agosto de 2012. Foto de Jesús Signes.


I. UN PUÑADO DE BARES.


BAR RICARDO

Por romper hielo por algún lado. Es de estos sitios que quedan en Valencia donde fluye la esencia del bar. Eso sí con estilo propio. “Camareros como los de antes”, te susurrarán. Y es cierto. Uniforme, buenas formas, sonrisa, el desparpajo de esos bares que recuerdas de la infancia. Y hay producto -marisco de lujo-; y hay tapeo, del bueno -desde  de premio a ensaladilla, siempre recomendable-; un buen puñado de bocatas y montaditos, suculentos. ¿Empezamos con unos berberechos, un buen tomate y…. bravas?


BAR RICHARD

Un sitio de Valencia con encanto. Pocas mesas, mucha filosofía de bar de barrio. Pequeño, con buen producto -extraordinario-. La plancha es su altar. Aunque, la fritura también la clavan. Probé unos chipirones que aún me revolotean en la imaginación gustativa. Además, es una casa con regusto a familia. Y a mí, esas cosas me gustan. Me da confianza. Padres, hijo, historia… Al final su casa se hace la tuya. Y te sientes bien. Lo dije un día: es un lugar con belleza interior. Hoy te sirvo, a la familia, unas alcachofas que comienza la época y ‘pescaito’. (Ya te recomendé encarecidamente sus huevas y la carne).


RAUSELL

¿Cuántas veces te he hablado de ellos? ¿Y cuántas veces otros te han hablado de ellos? No hacen falta ya más palabras, aunque a mí en este caso me salen solas. Les aprecio y soy feliz en esa casa y en sus mesas. Tengo un amigo de fuera -el Quillo, le llaman (ya puede imaginar de dónde)-, que siempre que viene quiere volver al Rausell. Yo también, carajo. Hace tiempo que no lo hago, pero amenazo. Y quiero volver a comer sus anchoas… De otra dimensión, sr Rafael López. ¿Te dije que me gustan esos sitios con regusto a familia? Aquí le hemos dado. Anchoas, pues. Y unas setas, que también es época. Buenos, y puestos… sus kokotxas. (Luego le llamo bar… ;-)) Y venga, un verso de Octavio Paz, que la ocasión lo merece:

“La ola estalla: / mariposa de sal”

 

Rausell


EL BAR DE IVÁN

Esto no tiene nada que ver. O sí. Es de familia. Y de amigos. No tiene producto, ni es templo de nada. Pero es donde voy a estar con los míos, de tanto en tanto. Una buenas bravas, bastante decentes aunque las han de hacer un poco más de fritura (el crujiente exterior); un jamón ibérico escondido, que te saca cuando se lo pides casi por favor ;-); pechuga empanada que sirven con una salsa de mil y mostaza; los bocadillos de toda la vida -un almussafes, un lomo queso, tortillas al gusto…- y lo realmente interesante, su cremaet del fin de fiesta.

Allí voy con amigos, los sábados. A hablar de la vida. Ellos de fútbol, que suele ser cuando callo. También es de familia. Una familia china. Jóvenes. Un niñito recién nacido. “Desde los catorce que me dedico a esto”, me confesó Iván. Que claro, no es su nombre de verdad. Pero es su nombre adoptado a su vida valenciana. El local está impecable. Y es mi bar del barrio. Sin más. El bar de Iván. “El de la plaza Segovia”, me dice él. Bares y sus gentes.


 

IDEAL BAR

Puestos a hablar de bares que uno tiene tatuado en su piel, aquí va uno de los míos. El bar de Alcoi. De donde es este Cooking que ha dejado de ser un poco Cooking. -Que algunos me lo dicen-. Es el bar a donde vuelvo siempre que vuelvo al pueblo. Tapas alcoyanas con esencia. Eso sí, a disfrutar de la fritura por todos los costados. Las alcachofas rebozadas son la bomba; el mixto de albondigas -de boquerón y de bacalao-, imprescindibles. No hay que dejar de probar la ‘sangueta’, ni sus abisinios (huevo duro rebozado), ni las albóndigas de carne…. Bueno, no hay que dejar de probar nada. Ideal, vaya.  ¿Albondigas y sepia?

 


LA MUSICAL

Ya que estamos por la zona, otro sitio donde ir. A mi me gusta a Almorzar, aunque aún debo la vista para comer. Buenos amigos, la verdad. Que a mí no me gusta ir con dobles juegos. Bar de pueblo ,en Muro. Entrar, pedir un blanc i negre (con la morcilla recostada en el lecho y encima el embutido de la zona) y a disfrutar. De compañía -al margen de quien tú quieras-, un plato de olivas y cacaos. Pues eso, si vas por la zona,  La Musical. Ah… pregunta si tienen dacsa o tostons -maíz frito-. Eso es gloria bendita. Me sentaría mal….


CASA MANTECA

Como me estoy poniendo nostálgico, vamos de viaje. Y te llevo a Cadiz. Te pongo en una de las barras más concurridas de la ciudad que engancha -enamora-. Manteca tiene alma por todos los costados. Y en sus paredes, estampas, carteles taurinos, botellas con sabor antaño y fiambres colgando. Come de los, disfruta de todo, del lugar, del rato, de sus manzanillas…. Casa Manteca.


PAQUITO EL ABODO

Aunque, ya que hemos abierto brecha gaditana, te llevo a mi templo, al tesoro de Cádiz que me desvelo mi amigo cuando fui por allí hace un par de años. Paquito El Adobo es otro mundo. De los sitios que me cautivaron tanto que no puedo borrarlos de mi memoria, pese a tenerla ya maltrecha. Tengo sus plateritos y su chicharrones de morena navegando en el retrogusto. Sabor a fango y a historia, a mar con fuerza. El Adobo tiene vida, alma, salero, filosofía callejera, canto y recital. Saeta. Y además, de todo eso, comida. Utiliza los dedos, pide de todo un poco y vive. Ah!!!!!! Y no olvides una botellita de Maruja, manzanilla pasada, del buen amigo Juan Piñero. A partir de ahí, al séptimo cielo.


OSTRAS PEDRÍN

Me voy, se me va la cabeza recordando. Así que vuelvo. Otra vez a Valencia. Una barra que no tiene nada que ver con las que te he ido narrando. Ostras Pedrín es un sitio de esos de moda: regusto a taberna de siempre, pero el toque moderno que lo convierte en tendencia. Probé unos caracoles, creo que unas almejas, seguro que unos gildas y unas cañas pequeñas. Y ostras, claro. Me gustó el concepto, el lugar, encontrármelo… es  de esos sitios a los que hay que ir. Por probar que no sea.


EL BAR DE CAMARENA

Bueno, vamos a terminar con otro de esos bares que no lo es tal cual, pero que lo es. Se llama en realidad, Central Bar. Y es el local de Ricard Camarena en el Mercado Central. A mí me gusta ir a almorzar. El bocadillo del día es mi preferido. O sea, que ya ves que me conformo con lo que pongan esa mañana, porque suele estar impecable. Aunque Central Bar es mucho más. Alicia, que anda por allá, me recordó el otro día que debo ir a probar las manitas de cerdo, el suquet de rape…. Y yo recuerdo  sus gambas, claro; y su ensaladilla, y hasta las bravas…  Y recuerdo que está en el Central. En el mercado. Y eso es todo. Es el bar de Camarena. Y no lo digo yo, me lo dijo en su día Bernd h. Knoller, cuando quedábamos para desayunar de tanto en tanto. “Nos vemos en Bar de Ricard”, me decía.

 


Nueve bares. Los  primeros de esta serie que seguirá viva. Tengo más en la recámara para nuevas entregas. Bares de aquí y de allí. Aunque para acabar, uno con sabor literario. El de la Avenida. 

II. EL BAR DE LA AVENIDA

Entre cañas acumuladas y espuma derramada, un filósofo callejero –que se bebe hasta los pensamientos– escribe en una libreta: «Hay piedras en el camino. Y un camino. Un lugar donde ir. Y sobrepasar. Hay una meta que atravesar… para volver a empezar». Nunca nadie le dio un beso.
Hay un bar en la avenida. Una mesa. Cuatro ancianos, alguno demacrado, jugando una partida. El seis doble cae contundente sobre la madera y hace mover todas las fichas. El ruido de las piezas del dominó suena a melodía. A evasión. Tiempo muerto. Quizás a jubilación. A final de etapa. A cerveza y tapa.
Hay una camarera que mira desde la barra al hombre que juguetea ante la máquina. Una moneda tras otra. Y otra. El azar como estado de vida. La vida enganchada. La ruina. La quiebra del alma. La existencia por el desagüe.
En el bar, se escucha correr el agua cada vez que el vecino del primero estira de la cadena. Su sonido se mezcla con el de la cafetera. El vapor, los vasos que tropiezan unos con otros, la máquina tragaperras. Se escucha también el sonido de una tertulia dispersa. Monosílabos, frases rotas, algún bostezo que parece un aullido. Aullidos de viejos lobos, o no tanto, que consumen la existencia. «Ponme otra», susurra una voz maltrecha. Rota.
El vecino del primero se pregunta cada día si se quita la vida. Dejó de trapichear con droga y ahora sólo lee la Biblia en la taberna.«Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré», repite una y otra vez.

Desde lo alto, el televisor escupe imágenes para nadie. Casi nadie. En silencio. Sólo rostros. Bustos parlantes que verbalizan diatribas sobre la actualidad que no van a ninguna parte. Otro día histórico: sentencia, protestas, fuego en las calles, debates supremos, elecciones trascendentales, la crisis que se precipita.
El periódico manoseado, las servilletas revueltas, un azucarillo con mensaje incluido. Una frase de Einstein que habla de la estupidez humana y el infinito. «Ponme otra», susurra de nuevo la voz maltrecha. Rota.
Entre cañas acumuladas y su espuma derramada, un filósofo callejero –que se bebe hasta los pensamientos– escribe en una libreta: «Hay piedras en el camino. Y un camino. Un lugar donde ir. Y sobrepasar. Hay una meta que atravesar… para volver a empezar». Nunca nadie le dio un beso.


 

Cuentos con patatas, recetas al tutún y otras gastrosofías

Sobre el autor

Soy un contador de historias. Un cocinero de palabras que vengo a cocer pasiones, aliñar emociones y desvelarte los secretos de los magos de nuestra cocina. Bajo la piel del superagente Cooking, un espía atolondrado y afincado en el País de las Gastrosofías, te invito a subirte a este delantal para sobrevolar fábulas culinarias y descubrir que la esencia de los días se esconde en la sal de la vida.


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